Capítulo 48

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El pequeño omega pelinegro camina sorteando a transeúntes descuidados y niños correteando. El mercadillo está lleno de ruido, las voces se esparcen por el lugar y suenan una encima de la otra. Una omega regordeta le ofrece queso fresco pero el omega le sonríe cordialmente y niega con la cabeza, continua su camino, se hace tarde.

El pequeño café se encuentra escondido en una de las tantas callejuelas de la ciudad, el omega ingresa al local y la campanilla suena, el beta que está en el mostrador le sonríe y se para más erguido.

— Buongiorno Lucas / Buenos días Lucas — saluda el beta — Come di solito? / ¿Lo de siempre?

— Sì grazie / Sí gracias — responde el omega — Francesco è in cucina? / ¿Francesco está en la cocina?

— È sempre lì, puoi entrare / Él siempre está ahí, puedes entrar — descarta el beta con un movimiento de manos.

El omega abre la pequeña puerta al costado del mostrador y se dirige a la cocina. Un alfa alto y musculoso, es lo primero que ve, el hombre trabaja con una masa, probablemente para alguno de los postres que ofrece el lugar. El omega ve el momento exacto en que siente su presencia, ve como su nariz se arruga ligeramente y olfatea el aire, segundos después el hombre voltea y le ofrece una sonrisa radiante.

— Buongiorno, Sole / Buen día, Sol — el alfa camina hacia el lavatorio y se lava las manos, agarra una pequeña toalla y se seca, en dos pasos está frente a frente del omega.

— Francesco — el omega le sonríe — ¿Cómo has estado?

— Tuve días de mierda, pero ahora que te he visto, todo está mucho mejor.

— Guarda las palabras bonitas para las personas con las que funcionan — el omega empuja al alfa y el hombre retrocede no sin antes darle besos en la mejilla al omega.

— Descarado, algún día conoceré a esos alfas tuyos y les exigiré un duelo, quien gana se queda con la principessa.

El omega rueda los ojos y camina hacia la mesa donde docenas de pastelitos se enfrían, agarra el que tiene glaseado verde y le da un mordisco. Mastica y frota su estómago, sus cachorros definitivamente aprecian lo dulce.

— Suponiendo que aún me quieran cuando vuelva, puedes hacer el intento — el omega intenta bromear, pero el alfa se da cuenta que hay cierta verdad en su declaración.

— Noi alfa siamo stupidi, ma amiamo il nostro omega / Los alfas somos tontos, pero amamos a nuestro omega — dice el hombre.

— No importa, ahora dime si tienes lo que te pedí — el omega corta la conversación anterior. No está dispuesto a soltar lagrimas frente a su amigo, al menos hoy no es uno de esos días.

— Por supuesto, tengo todo lo que pediste — el alfa camina hasta uno de los grandes cajones que hay en la cocina y saca un maletín negro.

— Gracias — el omega acepta el maletín, no se molesta en revisar el interior.

— Llámame si me necesitas, sabes que podría ayudar.

— Claro.

Ambos saben que es una mentira, el omega nunca llamará, demasiado terco para pedir ayuda, o quizá demasiado noble para involucrar a alguien más en lo que está por hacer.

El omega sale del café, con una bolsa llena de pastelitos y un maletín lleno de armas.

Camina unos metros, pero se detiene al escuchar el grito de su amigo.

— Omega, olvidaste tu té — Francesco regaña.

— Lo siento.

El alfa niega con la cabeza, le entrega el vaso y le da otra de sus sonrisas radiantes, de esas que hacen que cualquier omega muestre el cuello, pero el omega solo se burla y continua su camino. Cuando se adentra nuevamente en el mercadillo, ve el nombre en el vaso.

Bleu MortelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora