Consulta II

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SUPERFICIE: 479, 999, 994 km2

TIEMPO ESTIMADO: 697 d, 02 hrs, 15 min, 23 s.

No importaba cuántas recomendaciones leyera para dormir mejor; era inútil. Siempre obtenía el mismo resultado: pasaban las horas, hasta la madrugada, incapaz de cerrar los ojos. Intentó evitar luces, aplicó técnicas de respiración, meditó, hizo ejercicio, utilizó proyecciones y música relajante, incluso aromaterapia. No entendía la razón, pero al sentir el cuerpo pesado, a punto de caer en el sueño, de repente despertaba de un sobresalto. Sentía los ojos cansados, pero su mente estaba afanada en evitar descansar. Consumido en la desesperación, se levantaba de la cama y daba vueltas por la recámara, deseando que el cansancio de los pies extinguiera sus pensamientos. Si pudiera salir de la habitación en la noche, vagaría por el edificio de un lado a otro, o al menos buscaría entretenerse en las áreas de esparcimiento. Arrastraba los pies, con la vista en el techo, murmurando palabras sin sentido, repitiéndolas, intentando arrullarse con ellas.

Harto, se sentó en la cama; se tapó el rostro con las manos y sus ojos se humedecieron al instante. En ocasiones, la frustración de vivir eso cada noche lo hacía llorar. Cada día, el insomnio empeoraba. No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba así. Según las estadísticas de su reloj inteligente, desde que había sido rescatado por MagmaX; sin embargo, desde hacía un par de semanas, esto era más insoportable de lo habitual. A veces se estresa horas antes de dormir, porque sabía el martirio que suponía conciliar el sueño.

Estaba al borde de la cama, con las manos aferradas a ella y la cabeza gacha, cuando de pronto, su cuerpo cayó sobre el colchón, agotado.

Era de día, con un sol enmudecido entre densas nubes que se extendían por todo el horizonte de lo que alguna vez fueron las vívidas calles de la ciudad. Ahora, eran un laberinto de escombros que conducían a distintos edificios, reducidos a ruinas, estructuras derrumbadas, con los cristales rotos y cables eléctricos caídos que arrojaban chispas. Caían gotas de lluvia uniéndose a la imagen caótica de la desesperanza.

Corría esquivando bloques de concreto y salpicando charcos, hasta que el polvo concentrado en el ambiente lo obligó a esconderse en el callejón más cercano. No podía dejar de toser; se cubría la boca, intentando amortiguar el ruido de sus pulmones. Cuando su pecho se calmó, vio sus manos salpicadas de flemas con sangre. Sus ojos estaban irritados, también, llorosos. Dejó caer la espalda en la pared, intentó recuperar el aliento, respirando lo más despacio que podía. Se abrazó a sí mismo, temblaba. Sus ojos estaban hundidos en lágrimas que se mezclaban con las gotas de lluvia que recorrían sus mejillas.

No importaba cuánto huyera; aquellos lamentos continuaban en su cabeza, taladrando su conciencia, combinados con los gritos de ayuda que ya eran habituales en el mundo desde el inicio de la Guerra Democrática.

Escuchó que lo buscaban. No tenía un nombre; era un número, el 104.

Lo siguiente era difuso, hasta que el tronido de la pólvora lo despertaba, junto con un dolor agudo en el hombro. Gritó, sentándose en la cama. Los sueños se repetían, una y otra vez; ningún detalle cambiaba. Todo se veía tan real que a veces dudaba de que se tratara de un sueño.

Miró el reloj; eran las tres y media de la mañana. Maldijo, dejándose caer sobre el colchón. Se quejó; le dolía el cuello, sentía el cuerpo tenso. Abrazó las cobijas, buscando consuelo en ellas, como si pudieran ayudarle a borrar las sensaciones causadas por las pesadillas. Luego, abrió la aplicación de salud en su reloj; éste había detectado que había dormido una hora. Resopló, frustrado.

Después de eso, se mantuvo despierto hasta que fue capaz de dormir dos horas para cuando sonó la alarma. La pospuso tres veces, confundido, hasta que al siguiente timbre comprendió que era hora de levantarse a trabajar. Sentía que aún tenía los ojos cerrados mientras se forzaba a levantarse de la cama. Frotó sus ojos varias veces. No dejaba de bostezar. Permaneció un momento así antes de incorporarse, tambaleante. Sin embargo, bastaron algunos pasos cuando perdió el equilibrio, golpeando su hombro y espalda contra la pared.

Se agarró el brazo. Empezó a sentirse mareado, con un dolor en las sienes y un zumbido en los oídos. "Carajo", repitió, mientras sus manos se aferraban a su cabeza.

El reloj vibró. Se enderezó sobre la pared y revisó las notificaciones: tenía la presión baja, y se había detectado una caída; si ignoraba la última, se activaría automáticamente una alerta a emergencias, así que la atendió. Finalmente, el equipo le sugirió visitar al médico.

Fue cuando recordó su última cita:

"Por alguna razón, alguien marcó en tu expediente que se te tratara con somníferos. En mi opinión, si al terminar el medicamento tu problema persiste, lo ideal es buscar qué te está provocando el insomnio".

Regresó al menú principal, encontrando el aviso que tenía pendiente desde hacía unos días: "se requiere acción para el seguimiento de su salud".

"No encuentro causas físicas que intervengan con la calidad de tu sueño. Te ves sano en los estudios de rutina. Pienso que necesitas ayuda de un especialista. Voy a registrar la sugerencia, pero si lo prefieres, puedes agendar cita con otro médico general para una segunda opinión. Vas a tener ambas opciones en el sistema, para que elijas la que te parezca más conveniente".

Al presionarla, apareció el texto: "seleccione la siguiente cita". Debajo, dos tarjetas: una con el texto: "acción recomendada", seguida de la foto y nombre completo del doctor Ruíz, junto con su especialidad en psiquiatría. La otra mostraba una flecha círcular, con la leyenda: "reagendar con médico general". Suspiró. Suspiró. Después de reflexionarlo por unos minutos, aceptó la sugerencia."

"En un transcurso de 48 horas será notificado de su próxima cita", fue el último mensaje.

RAN: Neurona de Acceso AleatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora