Consulta III

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SUPERFICIE: 479, 613, 004 km2
TIEMPO ESTIMADO: 685 d, 12 hrs, 08 min, 43 s.

Se encontraba sola en una mesa del comedor, con la mirada baja hacia una proyección que emergía de su reloj inteligente. Se trataba de la fotografía de una niña, quizás de seis años; con cabello negro hasta los hombros, un flequillo, cachetes redondos y ojos pequeños. Portaba un vestido blanco, mallas gruesas y un abrigo beige; posaba alegre sobre la gruesa rama de un árbol cubierto de nieve. Aunque Jiyu sonreía, su mirada reflejaba tristeza. Deslizó. La siguiente imagen la mostraba era de ella, junto a su hija y esposo, todos frente a la misma postal de invierno. Habían transcurrido cerca de tres años desde entonces. Ahora, esos días se veían tan distantes, irreales, como si se tratara de un sueño. A veces, no podía creer cuánto había cambiado su vida ni cómo era capaz de ser tan diferente de un instante a otro.

Estaba inmersa en sus pensamientos cuando una voz masculina la hizo sobresaltarse.

—Disculpa, ¿te puedo acompañar?

Miró hacia atrás. Se trataba de William Fisher. Frotó sus ojos, acomodó unos mechones rebeldes de su cabello lacio detrás de la oreja y sacudió su muñeca, desapareciendo así las imágenes que veía antes. Lo invitó a sentarse con un gesto, señalando la mesa. Observó cómo pasaba por un lado suyo; en ese momento, él posó la mano en su hombro, a modo de consuelo. Después, le dio unas palmadas en la espalda.

—Ni lo intentes. Ya te dije que no volveré a ayudarte.

El joven río antes de sentarse, luego alzó las manos: "no voy a pedirte nada esta vez", dijo, a lo que Jiyu negó con la cabeza y esbozó una sonrisa ladina, incrédula. Dio bocados rápidos al puré.

—Es en serio. No voy a pedirte nada porque no tengo nada qué pedirte. Estoy igual que al principio: sólo somos mi conciencia y yo.
—Eso significa que tu amigo rechazó tu propuesta, entonces.
—No explícitamente, pero entiendo que el silencio también es un mensaje.

Después de beber agua, se aclaró la garganta antes de hablar.

—Tal vez es lo mejor.

William dejó de comer para levantar la mirada; entrecerró los ojos y frunció las cejas, perplejo.

—¿Vivir con incertidumbre es lo mejor?

Pasaron unos minutos en silencio. Notó que su amiga había dejado de prestar atención al tazón; estaba dispersa, con la mirada perdida, viendo sin mirar, frente a ella. Comía por inercia, de forma automática. No la juzgaba, al igual que él, todos cargaban sus propios fantasmas, en especial, después de ser rescatados de los estragos de la guerra. Aunque no tenía hijos, imaginaba lo difícil que podía ser perder uno; sin embargo, no era capaz de comprender del todo la situación, mucho menos el dolor que ella podía sentir al respecto, pues, además, su marido había fallecido unos meses antes. Debía ser muy duro.

—Quiero decir, quizá es lo mejor para que no te metas en problemas. Ni a ti ni a nadie más.

Sus ojos se abrieron un poco, sus cejas se alzaron, y sonrió de lado con la mirada fija en Jiyu; se mofó.

—¿En serio, Jiyu?

Afirmó.

—Si tus sospechas fueran ciertas, creo que deberías pensar en si vale la pena seguir con ese juego tuyo del detective. La vida está repleta de coincidencias y, quizá es una coincidencia que tú y Markus se hayan enfermado al mismo tiempo.

William río. Negó con la cabeza.

—No creo que hables en serio.

Por un tiempo, sólo se escuchaba el ruido de los cubiertos contra los trastes y la algarabía de conversaciones ajenas alrededor.

—Tú estás aquí, Markus no. Si ocurriera algo turbio, como piensas, ¿por qué tú estarías vivo y él no? No tiene sentido. Lo lógico sería que ambos hubieran muerto, ¿no crees?

Enderezó el torso. Iba a refutar; sin embargo, no encontró la forma de contradecirla. Desvió la mirada, tratando de formular un argumento válido, pero no tuvo éxito.

—La vida te dio otra oportunidad, Will. Si me preguntas por un consejo, yo te diría que no la desperdicies y te enfoques en el lanzamiento de la raspvermine. Eso es lo que realmente importa en estos momentos.

Relajó el cuerpo en un suspiro, luego se dio un masaje en las sienes, en círculos. "Quizá tengas razón", murmuró. Colocó las manos sobre su rostro, cubriéndose los ojos. De pronto, empezó a recordar los pendientes que tenía que revisar esa tarde. Giró la muñeca. Había transcurrido cerca de media hora del almuerzo.

—Sí, tienes razón. No he traído la cabeza en eso. Bueno, no como debería.
—¿Ya tienen fecha para una demostración?

Asintió con la cabeza.

—Si todo marcha bien, estaremos listos en dos semanas.

Alzó las cejas, hizo un gesto de aprobación mientras continuaba comiendo.

—Quién lo diría. Parecía que ese día nunca llegaría.
—Sí, parecía que nunca llegaríamos a esta fase. Siendo honesto, me da un poco de miedo de que no vaya a funcionar. No digo que las cosas estén mal, sólo que va a ser la prueba más ambiciosa y la que más importa de todas las que hemos hecho: va a ser la primera vez donde el trabajo de todos los departamentos se va a integrar bajo condiciones reales.
—Ya verás que todo saldrá bien.
—Eso espero.

RAN: Neurona de Acceso AleatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora