Depuración V

11 3 0
                                    

SUPERFICIE: 109, 943, 235 km2

TIEMPO ESTIMADO: 16 d, 12 hrs, 14 min, 02 s.


Sintió ligeros toques en el rostro así como un adormecimiento en la mejilla. Parpadeó unas cuantas veces hasta que despertó de un estornudo, dándose cuenta de que estaba acostado en la nieve. Le costó tiempo y quejidos sentarse sobre las rodillas. Frotó sus manos, temblorosas mientras observaba cada detalle a su alrededor: no había nada más que capas de pinos, cubiertos de blanco, que se extendían sin fin, en todas direcciones. Se puso de pie, tambaleante. Dio unos pasos hasta quedar frente a uno de los árboles. Frotó sus ojos; los estrechó tratando de enfocar la vista. De una de las ramas más bajas colgaba una muñeca hecha con bola de trapo color rojo, con un faldón y una cruz de tela blanca en lugar de rostro.

Los dedos de sus manos se encogían y extendían tensos, en repetidas ocasiones. Concentraba la mirada en la rama, como si de ella dependieran las respuestas que necesitaba.

"Cuando estés allí"

Brincó hasta alcanzar a jalar la muñeca.

No fue la primera vez que estaba allí, pero ese día el ambiente era muy diferente a lo usual. De no haber sido por la nieve y porque reconocía las siluetas que conformaban el bosque, no hubiera sido capaz de avanzar con pasos torpes a través de las espesas cortinas de niebla. Casi no podía caminar debido a las fuertes e inesperadas ráfagas de viento, las finas plumas blancas impactaron violentas contra su cuerpo. El cielo grisáceo se pintaba de brillantes destellos púrpuras. Cada trueno producido por los rayos violetas lo derribaban al suelo; perforaban sus oídos, lo dejaban aturdido e incapaz de moverse. Tras recuperar un poco el aliento, volvió a ponerse de pie, a seguir caminando, tambaleante.

Se sobresaltó al escuchar una voz masculina. Las palabras no fueron claras, se oyeron distorsionadas. Miró a su alrededor, sintiendo el corazón brincar en su pecho. Sólo vio el camino que formaron sus piernas al moverse. No encontró a nadie. Tragó saliva.

Desenterró su pie de la nieve y dio un paso breve. Luego distinguió que esa misma persona se dirigió a él por su nombre: "ya basta, Oleg".

No tuvo tiempo de reaccionar para cuando el siguiente estruendo le hizo perder el equilibrio, hundiéndose en la nieve. Sintió los brazos débiles, incapaces de ayudarle a erguirse. Cayó una y otra vez hasta que pudo sentarse de rodillas. Estaba tiritando, la piel en su nariz, pómulos, orejas como manos se encontraba roja, ardía. Miró sus dedos entumecidos, le dolían al igual que su espalda. Se abrazó a sí mismo en un aullido. Tenía frío.

Frotó sus ojos, luego su rostro. Tentó el suelo hasta encontrar sus lentes; conforme movía el brazo, se percató de que la tela de su uniforme parpadeaba en color blanco. Se detuvo a mirarse: fragmentos de su piel empezaron a hacer lo mismo. Manoteó de un lado a otro, desesperado. Cuando encontró las gafas, se las puso de inmediato; observó a su alrededor: nada cambió, todo se veía igual. Tenía la esperanza de que al usar los lentes sus visiones desaparecieran.

—Si pudieras ver lo mismo que yo sabrías lo patético que te ves.

Se estremeció. Buscó de nuevo quién le hablaba, hasta que encontró a lo lejos una figura acercándose a través de las gélidas corrientes de aire. Al tenerla frente a él, quedó perplejo: era un hombre idéntico a él, sin embargo parecía que el clima no le afectaba en lo absoluto.

De pronto sintió las yemas de los dedos de ese sujeto tomarlo del cuello, levantándolo del suelo. Oleg lo tomó del brazo, pero era más fuerte que él, no podía hacer nada al respecto. Gimió, empezaba a quedarse sin aire.

—¿Cuántas veces te dije que no lo hicieras? —gritó —. ¿Qué esperabas de todo esto? ¿Por qué sigues luchando?

Lo arrojó al suelo. No podía dejar de toser.

—Ni siquiera sabes por qué luchas; crees que no eres el mismo egoísta de siempre, que has cambiado y que todo esto es un sacrificio por la libertad —cruzó los brazos. —Pero no es así, Oleg. Sigues siendo el mismo de siempre. todo esto lo hiciste por ti. ¿A quién quieres engañar además de a ti mismo?

Negó con la cabeza. Intentó hablar e incorporarse cuando un agudo chillido invadió sus tímpanos, derribándolo de nuevo. Tapó sus oídos, pero el ruido no disminuyó. El sonido no provenía del exterior, sino de su propia mente.

—Sabes perfectamente que lo mejor es que te rindas.

Lo miró desde abajo, con los ojos entrecerrados y mordiéndose el labio inferior, aún con las manos sosteniendo sus orejas. El rostro del otro era inexpresivo, parecía indiferente a lo que estaba ocurriendo.

—¿Quién eres? —Hizo una pausa — ¡Dime quién carajo eres! —Gritó.

Sus ojos vacilaron de un lado hacia otro, mientras esperaba una respuesta.

—Soy tú, Oleg.

—¡Mentira! —Alzó la voz —. Tú no eres Oleg. No eres lo mismo que yo.

El semejante sonrió de lado, río apenas. Fue una risa sarcástica.

—Soy tu mejor versión —su voz fue serena, metió las manos a sus bolsillos —. La que no está enferma ni padece ningún trastorno.

Alzó la vista; el cielo posaba nubes grises con tintes morados, vislumbraba rayos que desdibujaban el bosque, cuarteando sus texturas. Todo parecía disolverse hacía arriba en diminutos fragmentos de colores. Se quedó absorto. Fue cuando se dio cuenta de que toda esa parafernalia no se trataba de una fantasía, un sueño o delirio: ya había visto ese fenómeno antes. Todo era real: él ahora sufría entre esos árboles que, los mismos que durante mucho tiempo, fueron el seno de sus pensamientos, emociones e ideas de conspiración; aquel refugio donde Oleg podía ser libre dentro de la realidad virtual. Al enterarse de lo que estaba ocurriendo recordó las palabras de William: "básicamente tienes mi cerebro en tus manos, puedes hacer lo que quieras con él y por lo tanto, conmigo". Bastaron un par de minutos en silencio para que sollozara, con la cabeza agachada.

—Es la raspvermine.

Levantó la mirada con lágrimas resbalando por sus mejillas. Tragó saliva. Asintió con la cabeza repetidamente.

—Claro —se aclaró la garganta —. Claro que es la raspvermine. No había que dejar ningún cabo suelto.

Oyó una voz a lo lejos, pero no distinguió las palabras. Asustado intentó correr, sin embargo sus piernas no se movieron. Gritó, la migraña había regresado, enterrada en sus sienes. Quién hablaba se dirigió a él por su nombre: "Oleg, soy yo, el doctor Ruíz, ¿puedes oírme?".

—¿Qué me estás haciendo? —titubeó.

Sintió sus extremidades adormilarse, empezando desde las plantas de los pies, subiendo lentamente.

—No lo soporto —murmuró —. Mátame.

Al abrir los ojos, no había nadie frente a él. Jadeó. Su cuerpo cayó sobre la nieve.

Fue sintiéndose extraño, cada vez más distante del mundo que lo rodeaba, y el escondite se desvanecía hasta sumergirse en la oscuridad

RAN: Neurona de Acceso AleatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora