Capítulo 3

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Los labios que había besado hasta aquel momento de su vida llevaban labiales de colores diversos, pero estos no llevaban ningún tipo de color y sabían un poco a sal por el escarchado que su dueño había lamido anteriormente. No podía describir su olor porque en aquella pista tan bulliciosa se mezclaban los perfumes, lociones y las sustancias prohibidas.

Kanon descubrió que su improvisado compañero de velada no era muy diestro en el arte del ósculo y decidió ayudarle un poco usando su lengua para acariciar la ajena. Se detuvo cuando percibió un gemido saliendo de la garganta del rubio y lo miró fijamente a los ojos. Le pareció que este espécimen era bastante interesante por sus atributos: varonil, blanco como la leche, de cabellos dorados y alborotados, unas patillas vintage, unas cejas tan abundantes que daban la ilusión de fusionarse en la base de la nariz, sus ojos color ámbar que parecían querer leer su mente, un cuerpo claramente trabajado en el gimnasio y unas manos enormes que ya le apetecía sentir en su espalda desnuda.

Estaba analizado a detalle cada rincón de su conquista hasta que sus ojos bajaron a su entrepierna y descubrieron un sugerente bulto. El otro pareció comprender lo que había visto y lució momentáneamente incómodo. Sin embargo, el griego lo tomó de la muñeca y lo llevó entre la gente hasta que irrumpieron en lo que reconoció como el baño de hombres y se dio cuenta que en algunos de los cubículos podían contarse cuatro pies además de escucharse algunos jadeos y gemidos que de vez en vez subían de volumen cuando, evidentemente, sus emisores no podían controlarse.

No le tomó más que un par de segundos para comprender lo que el griego quería que sucediera a continuación y entró en pánico porque aquello era un terreno totalmente inexplorado para él. Dudó cuando el peliazul lo dirigió hacia un sanitario desocupado y lo empujó con violencia contra la puerta. Lo siguiente que pudo percibir fue que lo besaban nuevamente y se sentía tan bien que cerró los ojos para disfrutar.

Unos segundos más tarde, sintió un escalofrío recorrer su piel cuando besaban su cuello y orejas: el aliento del moreno paseaba con descaro  a lo largo de sus cervicales y ahora se sentía con ganas de algo más. 

Desde que había observado en la pista de baile al griego, notó que la genética y el gimnasio habían bendecido a aquella criatura con un buen par de nalgas que los pantalones ajustados dejaban ver, así que llevó sus manos a la mencionada zona y se permitió apretar y palmear suavemente esos glúteos firmes y redondos. La sorpresa para el peliazul llegó cuando su -supuestamente- tímido compañero de juego introdujo sus manos por debajo de la prenda y amasó sus bien esculpidas nalgas. Allí fue cuando el moreno decidió que ese hombre tenía que hacerlo suyo.

Las rodillas de Kanon se postraron en el suelo de aquel baño y el rubio lo miró ligeramente sorprendido cuando su cinturón y pantalón fueron desabrochados sin mayor contratiempo. No había procesado aún la situación cuando la mano del peliazul ya estaba sacando su enorme miembro erguido y todo se desdibujó cuando se sintió invadiendo la boca ajena.  Vaya que el griego sabía usar la lengua y lo estaba haciendo curvar su espalda toda vez que el placer lo estaba invadiendo: fue cuando se le escapó un gemido con más volumen del esperado y con picardía el moreno le hizo una señal de silencio.

La destreza del griego en aquel ritual lo estaban llevando al borde del delirio y la sangre de su entrepierna fluyó con más fuerza cuando se imaginó entrando en este desconocido: ¿cómo sería penetrar a otro hombre?

Kanon pareció entender las dudas del otro y aumentó la velocidad y fuerza de la felación hasta que su presa tenía notorios espasmos que anunciaban su recompensa, pero no estaba dispuesto a dejarlo terminar así de fácil y sin nada a cambio. Súbitamente detuvo su labor, provocando un sobresalto en Wyvern, quien jadeaba ansioso y estuvo a punto de protestar hasta que vio al otro darse la vuelta y  bajarse un poco los pantalones para dejar a la vista su impresionante retaguardia. Y si esa noche estaba llena de sorpresas, la mayor fue ver al griego prepararse para él; sus ojos ambarinos no perdían detalle de los dedos delicados que entraban y salían de ese sitio que jamás había visto en otro hombre.

Nunca supo qué lo motivó a sacar el preservativo que siempre llevaba en la billetera y a ponérselo sin siquiera meditar más las cosas. Él también había decidido que esta noche era de experimentar sensaciones y estaba muy lejos para arrepentirse. Y lo anterior no pasó desapercibido para el peliazul, quien sonrió y le hizo la señal dándose unas nalgadas suaves para después separar sus firmes glúteos, ofreciéndole al rubio la entrada al cielo.

Siempre había llevado una vida recta y heterosexual, por eso su mundo estaba trastocándose cuando entró en Kanon. Qué apretado y delicioso estaba aquel orificio que lo recibía, y pronto encontró su lugar en las caderas del griego, sitio donde sus manos se engancharon para iniciar el vaivén lento y decidido que en unos minutos se volvió inclemente y duro. Ahora el peliazul era quien poco podía controlar el volumen de sus gemidos al sentir tanto placer, a lo que Rhadamanthys decidió colaborar aún más buscando el falo erecto del griego para estimularlo.

Kanon tuvo que morder su brazo para no gritar cuando el orgasmo lo alcanzó en la mano del rubio, que había estado masturbando con firmeza su virilidad mientras lo embestía con vigor; los cabellos añiles se pegaron al rostro que miraba aún hacia el suelo lleno de papeles de baño sucios junto a la cesta mientras el sudor recorría su frente. No tardó mucho tiempo para que el hombre que lo poseía también lograse alcanzarlo y se dejase caer sentado en el retrete.

Se miraron sudorosos pero maravillados ante aquel ardiente arrebato y el griego comenzó a acomodar su ropa -tu... tu nombre - balbuceó mientras el estudiante de Leyes también se abrochaba el pantalón de forma presurosa. Iba a responder cuando alguien tocó la puerta del baño -Rhadamanthys, ¿no te parece que es suficiente por hoy? Vámonos ya, Minos está en el auto esperado- la voz de Aiakos los hizo sobresaltarse.

Avergonzado, el griego abrió la puerta para dejar salir a su improvisado amante de la noche sintiendo la mirada inquisidora del nepalés. -Voy a buscarte, lo prometo - se despidió con un último beso el rubio para salir escoltado por su amigo.

***

En el asiento del conductor, Minos aún resentía el haber sido pisado con un tacón de 12 centímetros cuando sus dos amigos salieron del bar. -Caray, amigo, al final tú sí sabes cómo divertirte en una fiesta- le hizo burla al verlo abochornado -en fin, ¿cómo se llama el bombón al que te cogiste?- cuestionó sin afán de molestar.

En ese momento Rhadamanthys cayó en cuenta que se había salido sin siquiera preguntarle su nombre, por lo que ahora su esperanza era verlo de nuevo por casualidad en la universidad o que el increíble peliazul lo buscara por su nombre tan poco común en redes sociales.

Qué idiota había sido, pero efectivamente, el destino le tenía reservada una sorpresa en muy poco tiempo.

Inter paresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora