El ritual

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Me desperté y suspiré. El calor de la manta sobre mí me hizo sonreír. De alguna manera, Damien había entrado otra vez a mi habitación por la noche y me había arropado. Mi habitación apenas estaba iluminada. Afuera seguía lloviendo. Me levanté y me acerqué a la ventana. Sentí que el estómago se me estrujaba y sólo tuve tiempo de escabullirme en el baño. Vomité lo poco que me quedaba de la cena. Quise incorporarme pero un mareo repentino me dejó tirado en el suelo por varios minutos. ¿Qué era lo que sucedía conmigo?  Otra mañana, igual. Recién media hora después tuve fuerzas para volver a mi dormitorio. Por suerte era Sábado, así que me desplomé en la cama un rato más. 

Sábado. O sea que aún faltaba para que llegara el Lunes. ¡Una eternidad para volver a ver a Damien! ¡Y me moría por volver a verlo! Era increíble la fascinación que se había despertado en mí por alguien a quien apenas conocía. Porque, aunque ya me sabía de memoria el color de sus ojos y la forma en la que las sonrisas le nacían en su boca, o cómo fruncía el ceño cuando algo parecía preocuparlo, Damien seguía siendo un extraño.

Estaba desganado. Y el desgano nunca era bueno. Ya lo conocía. Cuando uno de esos días me envolvía, se convertía en una bruma oscura, pesada. La monotonía se adueñaba de todo. Las actividades se volvían aburridas.

Suspiré y decidí ir a la cocina. No me importaba arreglarme ni cambiarme la ropa vieja y desteñida que usaba de pijama- varios talles más que el mío. Miré furtivamente mi reflejo en el espejo de la pared mientras abría la puerta de mi dormitorio. Tenía el rostro ojeroso y demacrado, con mis mejillas hinchadas y amoratadas. Siempre amanecía así. Bajé las escaleras bostezando. Me refregué los ojos para terminar de despertarme.

- ¡Buenos días!- la alegre voz de mi madre me llegó desde la cocina.

Gruñí, como todo saludo matinal.

-¡Buenos días!- escuché a continuación.

Inmediatamente me sobresalté. Abrí los ojos tanto como pude. Parado, cerca de Alice, sosteniendo unas tazas, y con sus ojos oscuros, pícaros y desfachatados puestos en mí, estaba Adam Alexander.

- Tu amigo Adam acaba de llegar. Y lo invité a desayunar con nosotros. Yo estaba por subir a despertarte.

Ni siquiera me tomé el trabajo de evitar sonrojarme. Era muy conciente de mi apariencia. Pero ya era tarde. Y Adam me miraba sonriente. No había manera de escabullirme a mi habitación. No al menos por Adam. Claro que si en vez de Adam hubiese aparecido en mi cocina Damien Blanc, creo que hubiera salido corriendo. ¡Y la vergüenza me hubiese durado años!

Y de repente, me aterré. Escudriñé toda la habitación y luego el recibidor, deseando que Damien no estuviera por allí. Al fin y al cabo eran parientes y, si Adam había venido, quizá Damien estaría con él. El hecho de que Adam estuviera aquí significaba que la reunión familiar había terminado.

Para mi alivio, Adam estaba solo. Me acerqué con un poco de timidez. Y estiré mi mano para saludarlo. Él me dio un apretón cálido. Y me sonrió dulcemente. No hubo descargas eléctricas. “Menos mal”, pensé. 

- Me estaba diciendo Adam- comenzó a explicar Alice, mientras terminaba su taza de café- que el Lunes tienen examen de Historia…

- ¿Sí?

Mi madre levantó la mirada y la clavó en mí.

- Es decir, ¡Sí, claro!- dije tratando de arreglar mi tono de voz.

- Se lo dije, señora La Rue, Eden se había olvidado del examen. Por eso yo le había dado mis apuntes. Como él se incorporó a mitad de la semana, se me ocurrió que debería ponerse al día.

- ¡Qué buen compañero eres, Adam!- exclamó Alice contenta- Bueno, yo debo irme a trabajar.

- Ah, en ese caso…, yo mejor me voy.- dijo Adam tomando su mochila de una silla cercana.

REDEMPTION, Sacrificio de Amor #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora