S i e t e

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Tzuyu estaba triste, ¿porqué? había leído malos comentarios sobre su canto y se desanimó. En verdad el mundo puede ser un asco, la gente no piensa en lo que podría causar con esos comentarios. Chou trataba de no darles mucha atención pero aún así les dolían.
Im Nayeon estaba de camino a ver a su pequeña Tzu, pero al entrar a su habitación paró su caminar y la vio con preocupación, la menor tenía los ojos perdidos en el piso y estaba tapada con una manta hasta el cuello.

—Bebé, ¿todo está bien?—Se sentó al borde de la cama y empezó a acariciarle el cabello, algo que Tzu no notó por estar muy perdida en sus pensamientos.

—No...—Hizo un leve puchero sin saber que la mayor se derretiría con tal acto.

—¿Necesitas contarme algo?—Preguntó, estaba mirando cada detalle del rostro de la chica, deseaba poder tomar ese rostro en sus manos y tenerlo más cerca de lo que amigas podrían.

—¿Canto mal?—Ahora si miró a su mayor, con sus manitas ligeramente asomadas por la gran manta.

—Claro que no cariño, cantas precioso, es como escuchar un ángel.—Sonrió suavemente, inmediatamente Tzu se sintió mejor y empezó a sentir mariposas en su estómago.—No dejes que otras personas tontas te hagan sentir mal, por cualquier problema estaré aquí contigo y para ti.

—Gracias Unnie.—Sonrió.—Q-quieres dormir conmigo hoy?—Sus palabras temblaron.

—Sería un gusto.—Se levantó de donde estaba sentada, mientras la menor abría la manta para que Nayeon se recostara y se tapara igual que ella.

Al estar las dos bajo esa manta, una frente a la otra, Im empezó a acariciar la mejilla de la contraria, mientras que esta última sentía la sangre subir a sus mejillas e incendiarlas.

—Te sonrojaste.

—Claro que no.

—Si lo hiciste.—Empezó a hacerle inocentes cosquillas por su barriga y la menor se estremeció riendo.

—Basta!—Exclamó entre risas.

Pero la intención de Nayeon era escuchar todo el tiempo esa risa.

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