Forzada a mudarse al barrio más peligroso de la ciudad, Aria se encuentra fuera de su zona de confort, enfrentando un mundo de crimen y peligro donde debe valerse de su ingenio para sobrevivir.
Allí conoce a Rick, un traficante atractivo y enigmáti...
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Papá y yo no cruzamos ni una sola palabra dentro del taxi en todo lo que dura el trayecto hasta nuestra nueva casa, y eso que llevamos casi una hora en el interior del coche. Encima me ha llevado a rastras a las oficinas que están en los primeros distritos para hacer no sé qué papeles que le exigían, como si fuese su secretaria y no la hija a la que no tiene en cuenta para nada. Apenas hemos comido algo y por la tarde ha tenido más reuniones, ya es casi la hora de cenar y aún no hemos llegado.
—¡Guau...! Realmente quieres alejarte de allí —las palabras salen de mi boca de forma muy irónica con una media sonrisa.
No contesta, sólo se limita a mirarme de reojo mientras sigue mirando su teléfono móvil. Suelto un suspiro y apoyo la cabeza en la ventanilla del coche viendo cómo dejamos atrás edificio tras edificio y barrio tras barrio.
—¿Acaso nos cambiamos de ciudad?
Sólo recibo silencio por su parte, algo que últimamente hace mucho y me irrita demasiado.
Intento por segunda vez entablar una conversación que me dé algo de información al respecto de lo que va a pasar con nuestras vidas de ahora en adelante.
—Sabías que nos lo quitarían todo, ¿no es cierto? —me giro bruscamente para encararlo—. Ahora lo entiendo... No has mostrado el más mínimo signo de sorpresa al ver a esos hombres, tú ya sabías esto ¡LO SABÍAS! —afirmo furiosa.
—Sí, lo sabía desde hace dos meses —sus palabras tan calmadas pero su voz tan fría al decirlas. Tan calculador como siempre.
Intento asimilar lo que ha dicho... ¡dos meses! En dos meses no se le ha ocurrido pensar que debía, no sé, contármelo...
—¿Cuándo pensabas decírmelo? —me cruzo de brazos intentando aparentar serenidad, aunque por dentro estoy volviéndome loca.
—¿La verdad? Nunca, esperaba arreglar las cosas antes de que este día llegara, pero ya ves —se encoge de hombros y vuelve la mirada a su teléfono móvil—. Todo salió incluso peor, porque ahora estamos totalmente en la ruina.
Me limpio las lágrimas que se escapan de mis ojos, por mucho que intento retenerlas es tanta la impotencia que siento que se desbordan de ellos. Intento controlar la respiración, inhalo y exhalo tantas veces como puedo hasta que consigo calmarme.
Unos quince minutos después llegamos al que será mi nuevo barrio. Me extraño cuando el taxista nos deja en la entrada de este sin dejarnos en la puerta del edificio, que es lo lógico.
—¿Nos va a dejar aquí? —le pregunto al hombre en voz baja, cansada ya de este día horrible que no acaba nunca.
—Sí, señorita.
—¿Por qué? —replico al hombre—. ¿No se supone que su trabajo es dejarnos donde le digamos? —hablo con voz seria y con los brazos en jarras—. Y desde luego no le dijimos esta dirección, aquí no hay nada.