Enemigas con derechos

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Samantha era la peor chica del mundo. Era la típica rubia, de ojos verdes, alta, labios carnosos, piel perfecta, con sus notas académicas perfectas y sus odiosos amigos perfectos del instituto.

Siempre nos hemos odiado, ella se cree superior a mí y lo peor de todo, es que el instituto entero le da la razón.

Cree que porque es excelente con las materias escolares es una diosa y aunque es hermosamente irritante, la convierte en una idiota.

Me había tocado hacer un trabajo grupal, en donde debíamos investigar sobre la historia de unos hombres importantes en la antigüedad.

A Samantha le gustaba humillar a los demás y siempre buscaba la oportunidad perfecta para eso y yo era y seré hasta terminar la secundaria, su típico objetivo.

Lo peor de todo, era que se rumoreaba que es lesbiana y que le gustaba una chica, pero realmente dudaba de que alguien como ella sintiera algo de empatía por una chica.

Mientras los demás estaban sumergidos en sus tareas, Samantha no dejaba de mirarme y relamerse los labios.

De pronto, dejó su lápiz en el escritorio y éste rodó, para luego caerse.

—¿Por qué no levantas mi lápiz? —levanté mi mirada del cuaderno y mi ceja izquierda instintivamente se elevó.

Hacía eso cuando me hablaban con autoridad, porque lo detestaba. No sé quienes se creían los demás para hacerme sentir así.

Nadie tiene derecho de hacerme sentir tan miserable, mucho menos ella.

—No soy tu esclava, hazlo tú, idiota.

Se acercó a mí oído lentamente, su respiración en mi cuello hizo que mi piel se me erizara. El ritmo de su aliento en mi cuerpo estaba provocando cosas que no debería, porque yo la odiaba y siempre sería así.

—Créeme, si fueras mi esclava, no tendrías tregua —susurró con una voz angelical.

Fruncí mi ceño, al no entender lo que había dicho.

—Estamos en el año dos mil veintitrés, ¿cómo podría ser tu esclava? —me observó de arriba abajo con aires de superioridad.

—De formas que no te imaginas —rozó su nariz en mi oreja y su mano delicada se posicionó en mi muslo izquierdo.

Eso hizo que algo allí abajo se prendiera, hizo que mi respiración comenzara a agitarse y eso no me estaba gustando.

Significaba que me estaba exitando con lo que me decía y era horrible, porque aunque tuviera un hermoso cuerpo, esto estaba mal.

Éramos enemigas, no novias.

Cerré mi cuaderno abruptamente, tomé mis cosas y guardé todo en la mochila. Salí corriendo del salón sin pedirle permiso a la profesora.

Seguro me llamarían la atención por eso.

No quería ni pensar en lo que su toque me había hecho, era horrible sentirme así de bien por ella.

Caminé por los pasillos del instituto, hasta que llegué al baño de mujeres. Al entrar, tiré la mochila al suelo y me acerqué al lavabo.

Abrí el agua fría y mientras salía del grifo, sumergí mis manos en ella para mojarme la cara y tratar de apagar esta sensación.

Me miré al espejo y ella estaba ahí. Me sobresalté y la miré con odio.

—Vete de aquí.

Dio unos pasos hacía mí, hasta que su pelvis chocó con mi trasero. Acercó sus labios carnosos a mi oreja y sonrió maliciosamente.

Relatos lésbicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora