Masturbación

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Había acabado de bañarme.

Todavía la tormenta seguía y Samantha prometió que no me daría tregua, luego de que su padre casi nos descubriera.

Mientras me duchaba, me masturbé pensando en todo lo que ella me hubiera hecho si su padre no hubiera llegado.

En sus ojos podía ver como la lujuria la consumía.

Al salir de la ducha, entré a su habitación y me di cuenta que ella se estaba tocando. Su mano estaba por debajo de su short y su cabeza estaba echada para atrás, mientras que su boca estaba un poco entreabierta y soltaba suspiros.

Comenzó a mover su mano y con su mano derecha libre, tomó las sábanas y las arrugó por el placer que sentía.

Su respiración estaba comenzando a agitarse y de alguna forma, me puso muy caliente verla así.

Cerré la puerta y al oírme, ella se detuvo y me miró.

—Creí que te estabas bañando.

—Te ves sexy cuando te masturbas, idiota.

—Tú te ves sexy gimiendo mi nombre.

Rodé los ojos para molestarla y me acerqué a ella.

—¿Dónde dormiré?

—Aquí —señaló el lugar que estaba vació a su lado.

—Sigue soñando —me di la vuelta y ella me tomó de la muñeca.

Bruscamente me atrajo hacia ella y me besó.

Quise no seguirle el juego y terminar con esto, pero sus labios eran muy carnosos y tentadores.

—No hay otra cama —rodé los ojos.

Me subí a horcajadas sobre ella y me puse en el lado libre de la cama. Me metí dentro de las sábanas y le di la espalda.

Por más excitada que estuviera, necesitaba dormir. Tener sexo todo el tiempo era agotador y placentero.

De repente, sentí que Samantha también se dio la vuelta, su mano subió por mi pierna, hasta que se metió dentro del short.

—No tengo ganas —mentí.

—Si me mientes te castigo.

—No es mentira —cerré los ojos.

Su mano se metió debajo de mi ropa interior y con sus dos dedos, comenzó a hacer movimientos circulares en mi clítoris.

Solté un pequeño gemido.

—Cállate, si nos descubren me matan —susurró.

—Entonces déjame dormir.

—Yo sé que tú quieres —negué con la cabeza.

A medida que sus dedos explotaban mi sexo, la humedad cada vez era mayor y ya se había dado cuenta que le había mentido.

De repente metió dos dedos dentro de mí y solté un fuerte gruñido, porque no podía gemir.

No íbamos a arriesgarnos a que su familia sepa que estamos teniendo sexo como dos conejos.

—¿No puedes gemir? Que lástima —susurró en mi oído.

Entonces lo entendí, mi castigo era no gemir.

—Maldita...

—Esta maldita te excita mucho por lo que veo —soltó una pequeña risita.

Sus dedos hacían un vaivén rápido y fuerte, haciendo que cerrara mis ojos cada vez más fuerte, para soportar las ganas de gemir.

Mientras sus dedos hacían maravillas dentro de mí, comenzó a besar el tronco de mi cuello y a hacer pequeños chupones.

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