En el auto

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Ya era hora de irnos y la jornada de estudio se me había complicado gracias a esa maldita que había roto mi ropa interior.

Me puse la mochila para adelante, para que nadie se diera cuenta de que mis pezones seguían muy erectos.

Lo peor de todo, es que Miranda me preguntó que había sucedido con mi ropa, porque no dejaba de ver mis pechos.

Le dije que tuve un accidente, pero no sé lo creyó, luego le dije que estaba así a causa de ella, porque sabía que Samantha lo sabría y quería verla celosa.

Sin embargo, no pude evitar pensar en lo que había sucedido. Sus ojos... Su boca, ella era candente y sensual.

Al salir de la escuela, me di cuenta que había una fuerte tormenta. Mala suerte para mí, porque no había llevado un paraguas y todavía seguía excitada por culpa de Samamtha.

Como la odiaba.

Sin cubrir mi rostro, salí del instituto y observó que había un auto de color negro enfrente de mí.

El auto bajó la ventanilla y allí estaba ella.

—Sube —ordenó.

Saqué ni mochila del pecho y la sostení sobre mi cabeza, para evitar mojarme.

Me acerqué al auto y me apoyé en el borde de la ventana, para provocarla un poco. Sus ojos verdes se dirigieron hacia mis senos erectos y duros.

—Crees que haré lo que me digas?

—Sube o te enfermarás, idiota.

—Sí soy tan idiota, ¿por qué sigues cogiéndome como si fuera la última vez que lo hicieras? —sonreí burlonamente.

Frunció su ceño y abrió la puerta de su auto. Lo rodeó y se acercó a mí. Las gotas de la lluvia mojaron su top transparente, haciendo que su sostén negro fuera más visible.

Me tomé del cuello rápidamente y me besó con lujuria y pasión. Su mano libre se dirigió hacia mi seno erecto y lo presionó levemente.

Me aparté de ella cuando me di cuenta que nos podrían ver.

—Sube o te enfermarás —miré a mi alrededor y noté que no había nadie.

Ambas entramos al auto y noté que sus ojos no dejaban de ver mis senos. Dios, me calentaba tanto que me deseara, pero ella no tenía que saberlo.

—Sigues excitada —sonrió.

—Sí, Miranda me la chupa bien —la miré y su sonrisa se borró.

Levantó su mano y golpeó dos veces su vidrio, y este se oscureció.

—Vidrios polarizados, nadie podrá vernos desde afuera, pero nosotras si podremos ver lo que sucede fuera del coche —aclaró.

De repente se subió a mis piernas, con una pierna a cada lado. Comenzó a frotarse en mi pierna derecha, mientras nuestros senos duros se rozaban.

Puso sus manos en mi cuello, enredado sus dedos en mi cabello, mientras su boca comenzó a dejar besos por el tronco de mi cuello.

Abrí mi boca para soltar un jadeo y eso pareció calentarla. Sus manos se dirigieron hacia mi camisa y comenzaron a desabrocharla.

Al ver mis senos se mordió el labio, mientras que yo soltaba jadeos. Dejó abierta mi camisa y sus dedos se dirigieron abajo de mi falda.

—Estás muy húmedo —susurró.

—Sí tenía mis bragas...

—Pero no las tienes y eso me excita mucho...

Sus dedos hicieron un cosquilleo en mi entrepierna. De pronto, metió dos dedos con fuerza y ​​eso me hizo gemir su nombre.

Cerré los ojos con fuerza, mientras ella hacía un vaivén dentro de mí, a una velocidad impresionante.

Llevé mis manos a su espalda y clavé mis uñas en ella.

—Ah... A-alex —gimió.

Oculté mi cabeza bajo su cuello, porque el placer que me estaba proporcionando era indescriptible. Se seguía masturbando con mi pierna, mientras su mano libre se dirigía a uno de mis senos.

Lo masajeó tan fuerte, que comenzó a jadear entre cortado. Sus labios se fueron a los míos y comenzó a besarme con pasión.

Sus dedos tomaron el flujo que mi vulva chorreaba y los chupó como si fueran un helado. Su mirada no se desesperaba de la mía.

Sus ojos estaban inundados de lujuria y deseo.

Luego se acercó su boca a mi seno izquierdo y comenzó a morderlo ya chuparlo. Tomé su nuca y la traje más hacia mí, para que tuviera acceso total a mi pecho.

Con su mano libre, comenzó a masturbarse y eso me excitaba demasiado. Se metió tres dedos por debajo de su pantalón, mientras ambas soltábamos jadeos.

De pronto, llevó su mano a una pequeña palanca que estaba al costado del asiento y este, se inclinó para atrás.

Samantha colocó su mano en mi cuello y su cuerpo sobre el mío. Hizo que me acostara en el asiento y comenzó a masturbarse otra vez, mientras me besaba.

—Mierda... —susurré.

—¿Te gusta lo que sientes? ¿Lo que provoca?

Comenzó a hacer un vaivén entre sus senos y los míos, haciendo que estos chocaran.

—Están muy duros y erectos...

—Sí está es tu forma de odiarme, puedes odiarme por el resto de tu vida... Sam... —solté un jadeo.

Siguió metiendo sus dedos una y otra vez, gimiendo mi nombre más de una vez.

—Me vengo —susurró con los ojos cerrados.

Verla así de excitada, con su cuerpo lleno de sudor, placer y la expresión de su rostro, era algo que me calentaba demasiado y me hacía olvidar el odio que sentía por ella.

Su flujo cayó sobre mis piernas, su mirada se dirigió a la mía y sonriendo pervertidamente.

Acercó su boca a mis piernas, sacó su lengua y lentamente comenzó a arrastrarla por mi piel.

Esta se me erizó y mi respiración agitada empeoró. Ya no podía respirar de manera decente, Samantha había acabado con todo mi cuerpo.

Su lengua llegó hasta mi pelvis, la cual mordió.

—¡Mierda! —arqueé mi espalda.

Descendió lentamente a mi clítoris, el cual mordió y chupó con mucho placer.

—Más... Más rápido... —rogué.

Levanté la mirada y sus ojos verdes se encontraron con los míos. Comenzó a penetrarme con su lengua y por un breve instante cerré los ojos, debido al placer que me causaba.

—Ábrelos —ordenó.

—No-no puedo... —al oír eso, su lengua comenzó a hacer un vaivén muy rápido.

De pronto su boca se llenó de flujo y se escuchó. Arrastró su lengua por mi vulva y gemí su nombre.

—Miranda ¿te hace sentir así? —me apoyé sobre mis codos y la miré.

—Sí no eres mi novia, no tienes derecho a reclamar nada —me sentí sobre el asiento.

Sonreí al ver su frustración.

Ella se dirigió hacia su asiento y me alcanzó mi camisa. Me acomodé mi falda y tomé mi prenda.

Mientras me amontonaba la camisa, mis pezones seguían erectos y Samamtha los seguía mirando "disimuladamente".

—Esto no acaba aquí, linda.

—Llévame a mi casa y cuando me masturbe pensando en Miranda, entenderás que esto acabó.

—Piensa en ella todo lo que quieras, pero te haré mía donde y cuando yo quiera —afirmó con firmeza.

—Y ¿qué me harías?

—Te llevaría al cielo, el cual se convertiría en un infierno viviente para ti.

Relatos lésbicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora