En la oficina

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Estaba temblando y estaba mojada.

Samantha se había ofrecido a que me quedara en su casa a adormir porque la tormenta había empeorado y mi casa quedaba lejos de la suya.

Dijo que era peligroso salir con el auto y esta tormenta de rayos y relámpagos. No me convenció su excusa, pero no tenía otra alternativa.

Al llegar a su casa ella me dijo que esperara en la sala, mientras ella iba en busca de una toalla y ropa seca para mí.

Había una pequeña puerta abierta, la cual daba a una oficina llena de libros. Me adentré en ella y me acerqué a la estantería de libros que había.

Estaba leyendo los títulos de los tomos, hasta que de pronto sentí sus labios sobre mi cuello y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Sus manos suaves se posicionaron en mi cintura y su cuerpo me inclinó hacia adelante.

—Sam...

—Tus pezones no han dejado de estar erectos, no me digas que no quieres —susurró en mi oído.

Comenzó a besarme el cuello, mientras hacía chupones y apretaba mi cintura. Mi centro estaba comenzando a palpitar fuertemente, mientras la humedad se había presente.

¿Cómo era posible que sólo unos besos me pusiera tan caliente?

—C-cállate... —jadeé.

Apoyé mis manos contra la biblioteca, mientras mis piernas comenzaban a temblar.

Sus manos estaban en mi cintura, acariciaron mi abdomen. Su cuerpo me aprisionó contra la estantería y solté otro jadeo.

De pronto me tomó del brazo, me dio la vuelta y me subió al escritorio de madera, tirando algunos papeles, lapiceras y un teléfono antiguo.

Miré las cosas que estaban en el suelo y luego miré sus ojos verdes. Ambas nos reímos y ella siguió besándome.

Sus manos se dirigieron hacia los botones de mi camisa y comenzaron a desabrocharla. A medida que el inicio de mis pezones se hacían más visibles, sus ojos brillaban más.

Se mordió el labio inferior cuando me quitó completamente la camisa. La tiró a un lado y pasó su lengua por mi pezón izquierdo y suspiré.

Me miró a los ojos y comenzó a chupar todo lo que había a su alcance. Sus manos se dirigieron a mi pantalon, pero en ese instante mi celular comenzó a sonar.

Mi madre no podía ser, porque le avisé que me quedaría con Sam. Saqué el celular de mi bolsillo trasero y la rubia se detuvo.

—Es Miranda —frunció el ceño.

Atendí.

—¿Qué sucede, Miranda?

Samantha me miró y comenzó a bajar la falda que traía puesta. La yema de sus dedos se deslizaron por mis piernas, bajo mi atenta mirada.

Eso hizo que mi sexo comenzara a palpitar.

Lo podía ver en sus ojos, estaba celosa de que en un momento así haya atendido la llamada, pero ¿cuántas veces ella había hecho cosas que me desagradaban? Miles.

—Seré sincera, no puedo dejar de pensar en lo de hoy —confesó.

—¿Te refieres a mis pezones?

Samantha me miró con sus ojos llenos de celos, posesión y una sonrisa que indicaba que se vengaría.

Sus manos tomaron mi cintura y bruscamente me acercó a ella. Mi sexo chocó con su pelvis y eso me hizo gemir.

—Sí sigues con el teléfono te castigaré y no es broma —asentí levemente—. Deja el celular a un lado y ponlo en alta voz, quiero que oiga como gimes mi nombre —ordenó.

Hice lo que me pidió y dejé el celular a un costado.

—Pues sí, me pareces una chica muy sensual —confesó Miranda al otro lado del teléfono.

Samantha empujó mi hombro hacia atrás y mi espalda chocó contra la mesa del escritorio. Con su rodilla abrió mis piernas y la yema de sus dedos recorrieron mi ingle, como una forma de torturarme.

Mi respiración comenzó a ser más densa y más pausada.

—¿A-ah sí?

—Sí, pero sé que me has mentido.

La rubia frunció el ceño y de repente metió dos dedos dentro de mí. Tapé mi boca para ahogar un gemido y cerré mis ojos fuertemente.

Eso solo empeoró la situación, al cerrar los ojos sentí aún más la satisfacción que sus dedos me estaban dando.

Me penetraba rápidamente y sin piedad alguna.

—¿C-cómo qué te mentí? —pregunté en medio del placer.

—Sé que te has visto con Samantha y eso no me gusta.

—¿Q-Qué?

Miré a la rubia y se acercó al suelo, pata luego tomar mi camisa de color azul. Rodeó el escritorio y juntó mis muñecas, con las mangas de la camisa, las rodeó e hizo un nudo fuerte para que no pudiera moverme.

—Dile que gimes mi nombre —susurró en mi oído.

—No me gusta que estés con ella, quiero que estés conmigo... —confesó.

Samantha rodeó nuevamente el escritorio y acercó su cara a mi sexó.

Pasó su lengua por mis piernas y eso hizo que comenzaran a temblarme. Quise empujar su cabeza para que lo hiciera más rápido, ya que mi sexo no dejaba de palpitar, pero recordé que mis muñecas estabas atadas.

—Mierda —susurré.

—¿Qué dijiste? —preguntó la pelirroja.

Iba a contestar, cuando Samantha tomó el celular y finalizó la llamada.

—Luego la posesiva soy yo —rodó los ojos y dejó el celular en su lugar.

Acercó su rostro a mi sexo y dio un lenguetazo por mi zona, tragámdose mis fluidos. Su lengua comenzó a penetrarme, mientras en la habitación solo se escuchaban mis jadeos y gemidos.

—Sam...

Su lengua comenzó a aumentar la velocidad, mientras rasguñaba mis piernas en un acto de desesperación.

Arqueé mi espalda y me eché hacia atrás. Eso pareció excitarla.

De repente, oímos unos ruidos que provenían de afuera. Se apartó rápidamente de mí y me dio mi falda.

Me senté en la mesa y rápidamente me la puse. Desató mi camisa y me la puse antes de que alguien sospechara.

Nos pusimos a levantar las cosas a una velocidad extrema, mientras sus ojos no dejaban de verme con lujuria y deseo.

Tomamos los papeles y lo demás, para luego ponerlo sobre el escritorio y dejar todo como si nada hubiera pasado.bamos leyendo los tomos de los libros.

—A la noche no te salvas, linda —susurró en mi oído.

—¡Samantha! ¡Ya llegué, querida! —avisó una voz masculina.

—Ya voy, papá.

No podía ser, su padre había interrumpido nuestro evento sexual. Qué vergüenza.

Nos acercamos a la biblioteca y simulamos que está

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