Cuando estamos seguros de cuál será nuestro futuro

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Juan quería hablarle.

Todavía no estaba en claro sobre qué, precisamente, pero sí se podía asegurar que el hombre quería conversar con ella. Era evidente por su comportamiento. Tenía una especie de ritual para discutir asuntos importantes con sus hijas: las invitaba a tomar un helado.

Si un día se acercaba a una de ellas con una actitud que pretendía ser casual, pero que fracasaba catastróficamente, carraspeaba y decía: «¿Quieres un helado?», o, en los raros casos donde tuviera que hablar con ambas: «¿Por qué no vamos los tres por un helado?», entonces las dos jóvenes sabían de forma inmediata que su padre deseaba tener una conversación seria, lo que se traducía en una tortuosa hora que podría comenzar con preocupación o severidad y, generalmente, acabaría en una discusión.

Por eso, cuando Juan dijo: «Elena, acompáñame a tomar un helado», la chica no pudo más que poner los ojos en blanco, bufar con exasperación y lanzar un gesto vulgar a Sabrina cuando esta sonrió con sorna. 

Así que ahí estaba, sentada a la mesa en la heladería del barrio, con la vista fija en la pantalla del móvil mientras aguardaba a que su padre regresara con los helados.

Cuando lo hizo —traía dos vasos medianos, uno con dulce de leche y chocolate para Elena y otro con menta y pistacho para él—, tomó asiento, se aclaró la garganta y fue directo al grano.

—¿Qué planeas hacer con tu futuro?

Elena le dedicó un gesto de incredulidad enorme.

—¿Qué? ¿A qué viene la pregunta, papá? 

—Estás cerca de terminar el colegio, es algo importante que debemos charlar. No quiero... —Se interrumpió de golpe; clavó la mirada en su helado con una expresión de culpa—. No quiero que pases por lo mismo que tu hermana. No le digas que dije eso.

—Descuida —respondió Elena, sintiéndose menos a la defensiva ahora que comprendía la preocupación de su padre y, sinceramente, aplacada por el comentario contra su hermana.

Lo entendía, de verdad. Ella estaba decidida a ser mejor que eso.

—No tienes de qué preocuparte, no voy a pasar los siguientes años tirada en tu casa mirando la televisión.

—Me alegra oírlo. ¿Entonces? ¿Qué vas a estudiar?

—No voy a estudiar.

El hombre se quedó muy quieto por un instante, luego soltó aire entre los dientes y sus hombros parecieron desinflarse con la exhalación en una pose evidentemente decepcionada.

—No, escucha, —Se apresuró a decir Elena—, tengo un plan de vida. Voy a ser famosa, y si tengo suerte, también ganaré mucho dinero.

Juan cerró los ojos y se frotó la sien.

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