Palabras mudas y miradas ruidosas

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—Elena, disculpa.

La susodicha, que en esos momentos se dirigía a la sala de administración para entregar el justificativo que le permitiría saltearse la clase de Educación Física del día, se volvió ante el llamado. Carla se acercaba a ella por el pasillo, sus cabellos enmarañados atados en una coleta saltaban con cada paso que daba.

—¿Sí? Dime.

—Uhm, ah... —balbuceó la menuda muchacha.

Elena tuvo que reprimir una sonrisa. Los nervios de Carla siempre la enternecían y entretenían por igual. En ocasiones menos frecuentes, la sacaban un poco de quicio, pero Elena estaba teniendo un buen día así que ese no era uno de esos casos.

Presintió que la chica tardaría bastante en formular las palabras que rondaban su mente, así que decidió tomar la iniciativa.

—¿Quieres acompañarme? Me lo dices en el camino —invitó, porque sería más productivo avanzar que esperar el resto de la tarde a que la otra hablara.

Carla asintió con los labios apretados.

Caminaron juntas hacia la administración, donde Elena cumplió con las diligencias necesarias mientras la otra chica permanecía de pie a su lado, sin soltar una palabra. Luego se encaminaron de regreso a la clase de Educación Física, aún en silencio.

—Entonces... —empezó Elena, sin tolerar un minuto más de eso.

—¿Sí?

—Anda, ¿qué querías...?

Elena se interrumpió cuando su mirada captó por encima del hombro de Carla lo que sucedía en el campo de deportes, más específicamente: a los chicos que jugaban un partido como actividad de para la clase de E.F. No era nada novedoso, de hecho, esa semana los había visto jugar al menos una docena de veces, pero esta vez hubo algo que resaltó ante sus ojos —y los de todas las chicas, a juzgar por la cantidad de muchachas que se habían reunido al borde del campo para observar el partido.

Esta particularidad era, por supuesto, Alex.

El nuevo integrante del colegio se movía por la cancha como una flecha imparable y veloz que manipulaba la pelota con una habilidad envidiable.

—Vaya —susurró Carla a su lado.

—Sí —respondió Elena en el mismo tono.

El chico era una maravilla para los ojos. Se movía con elegancia, como un depredador que dominaba el terreno; los mechones oscuros y sudados de su cabello ondeaban al viento, solo para ser peinados hacia atrás con una mano, un gesto demasiado atractivo para ser natural. Además, su mirada penetrante seguía al balón con una intensidad que hizo que Elena se mordiera el labio inferior de forma inconsciente.

De pronto, cuando uno de los chicos del equipo contrario trató de quitarle el balón, dio una patada que causó que la pelota rodara hacia el borde de la cancha y terminara justo frente a Elena y Carla. El chico que dio la patada errada se dispuso a recuperar el objeto, pero Alex lo detuvo por un hombro y lo reemplazó, de modo que fue él quien se aproximó al trote para llegar a donde se encontraba Elena.

El chico se agachó para recoger la pelota, pero en vez de regresar al partido, se enderezó y miró a Elena directo a los ojos. Ella podría jurar que olvidó cómo respirar.

—Hola —la saludó Alex.

—¡Oh! Uhm, ah...

La cara de Elena ardió tanto que no tuvo duda de que se había puesto roja como un tomate. ¿Acaso había intercambiado lugares con Carla? ¿Por qué no podía decir nada coherente? El sonrojo empeoró cuando se percató de la sonrisa entretenida que se dibujaba en los labios de Alex.

—¡Eh! —Lautaro se aproximó a ellos. También sudaba y se lo veía inusualmente molesto—. Estamos en un partido, ¿recuerdas? Deja de perder el tiempo —le dijo a Alex.

Se observaron por un momento que se sintió eterno, aunque apenas duró un par de segundos. Alex resopló, lanzó una última mirada a Elena para guiñarle un ojo y regresó trotando a donde el resto de los jugadores esperaba.

Elena sintió que se quedaba sin aliento, y supo que no lo había imaginado porque Carla le tocó el antebrazo en un gesto de sorpresa. Dios. Si antes estaba roja, ahora sin duda debía verse morada.

Lautaro farfulló por lo bajo antes de volverse hacia Elena.

—Y tú deja de distraer a los jugadores.

—¿Cómo rayos los distraigo yo? —repuso ofendida.

Al menos podía recuperar la voz lo suficiente como para discutir con Lautaro. Su amigo abrió la boca solo para cerrarla de un golpe.

—Solo... deja de ser una vaga y ve a clase.

Dicho esto, regresó él también al campo, donde se reintegró al equipo sin ningún problema, antes de que Elena pudiera regresarle el insulto.

—Aish, ¡qué chico tan insoportable!

Volteó en dirección a Carla en busca de apoyo, pero la muchacha mantenía la vista fija en la figura de Lautaro con una expresión que asemejaba a una amarga desilusión. Oh. Cierto, Elena casi olvidaba que la otra chica tenía un enorme y obvio enamoramiento por Lautaro.

Se aclaró la garganta, incómoda.

—Uhm... y ¿qué era lo que querías decirme?

—¿Qué? —preguntó Carla, saliendo de sus pensamientos.

—Antes, cuando me llamaste en el pasillo. Querías decirme algo, ¿verdad? Dudo que quisieras solo acompañarme a la administración.

Carla parpadeó un par de veces. La amargura se apoderó de su rostro otra vez.

—Oh, lo olvidé. Disculpa —dijo en voz baja.

Elena no estaba segura de si aquello era cierto o no, pero supuso que no existía un motivo coherente para que Carla le mintiera, así que aceptó la excusa sin más preámbulo.

Le habría encantado regresar la vista a la cancha donde los chicos jugaban para buscar una figura en particular y continuar deleitándose con esa imagen, pero presintió que una vez que empezara ya no podría dejar de mirar, así que se obligó a dar media vuelta y marchó hacia la clase de Educación Física.

Le habría encantado regresar la vista a la cancha donde los chicos jugaban para buscar una figura en particular y continuar deleitándose con esa imagen, pero presintió que una vez que empezara ya no podría dejar de mirar, así que se obligó a dar m...

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