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Choso oye cómo luchas por excitarte tú solo a través de las finas paredes, todos tus gemidos desesperados y tus respiraciones frustradas, lo que le acelera el corazón y le revuelve el estómago.
Se tumba en la cama, noche tras noche, con la polla en posición de firmes y goteando mientras oye tus fútiles intentos por excitarte. Nunca usaste el vibrador porque sabías que haría demasiado ruido, pero tu voz fue lo que te delató.
Alguien tan guapa como tú se merece todos los orgasmos y más. No es culpa tuya que tus dedos fueran inadecuados. Así que cuando se asoma a tu puerta, con su voz grave y ronca ofreciéndose a ayudarte, mirándote así... No podías negártelo.
Ambos sabían que, si lo hacían, acabarian la noche abatidos y con el dolor entre las piernas aún peor.
Por eso, cuando estás en su regazo, con dos de sus gruesos dedos penetrándote desesperadamente, y su cálida lengua acaricia uno de tus pezones doloridos e hinchados, él se siente tan feliz como tú. Quiere hacer esto por ti todo el tiempo.
"No te preocupes por hacerlo tú misma... yo te ayudaré cada vez que lo necesites".
No le importaba que estuvieras empapando su par de sudaderas favoritas, o que sus dedos se estuvieran podando por la humedad dentro de ti, o que su polla estuviera incómodamente dura ahora mismo, iba a seguir hasta que le suplicaras que parara. Hasta que te sacara todo el clímax que pudiera.
"Sigue corriéndote, cariño...", balbuceó entre intentos de meterse toda tu teta en la boca, "va a hacer que tu bonito coño se sienta mejor".
Estabas temblando, el placer abrumaba todos tus sentidos, apenas registrabas las palabras. Eras todo gemidos ahogados y caderas agitadas, y él realmente quería ver todas las formas en que podía reducirte a esto. "Sólo una más nena, sé que puedes".
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