Inglaterra, 1283
Cuando a lady Emma Fitzalan, hija del barón de Dunster, le informaron que efectivamente se casaría con Roderick Montfort, conde de Albermale, su llanto se hizo escuchar en todo el castillo.
Lloró toda la mañana y parte de la tarde. Le rogó a su padre que no la sometiera a semejante tortura. Todos en Inglaterra sabían que el conde Roderick de Albermale era un hombre cruel, siniestro, frío como una tumba.
Además, ¿acaso no había escuchado lord Dunster que eran gente muy extraña? A su ejército lo llamaban los caballeros lavados, porque tenían extrañas costumbres. Si Emma iba a ese horrible lugar, lleno de brujería, rituales censurables y fama detestable, moriría.
—Y no queréis que vuestra hija muera, ¿verdad? —lloró Emma mirando a su padre con ojos enrojecidos, anegados en lágrimas.
Pero no sabía que le rogaba al santo equivocado. Lord William Dunster no daría su brazo a torcer.
Que Roderick Montfort, de la digna casa de Albermale, brazo derecho del rey Eduardo I, le pidiera a él, un simple barón del reino, que le diera a su única hija en matrimonio, era sumamente extraordinario. Las casas se fusionarían a través del hijo que les naciera, y él podría morir en paz, con riqueza, con estatus.
Nunca casaría a su hija con alguien menor, pero era un barón con una riqueza bastante mediocre, nunca había aspirado a tanto. Este era un golpe de suerte que no iba a dejar pasar.
—U os casáis —advirtió el barón—, o moriréis—. Emma abrió grandes los ojos ante semejante dictamen, y lloró más—. Si vais a morir —insistió lord Dunster haciéndose escuchar por encima del llanto de su hija—, aseguraos de hacerlo luego de parirle un hijo a lord Albermale, y que sea varón. Antes, absteneos de cometer una locura.
—¡Moriré! —exclamó Emma con gran estridencia—. Moriré antes de llegar. Me sometéis al peor destino que una mujer pueda soportar.
—El matrimonio con un conde joven no es el peor destino —insistió lord William dejando salir el aire mostrando signos de irritación. Esta conversación se estaba prolongando demasiado—. Antes, alegraos de que os haya elegido a vos, que no sois, después de todo, la lumbrera que más brilla en Inglaterra.
—¡Padre!
—Sois mi hija, lady Emma, pero sois tonta, o lo pretendéis, para gozar de la libertad que de otra manera no tendríais.
—¡Padre! —volvió a llorar Emma—. Por mi vida, os lo ruego.
—Por la mía, que no —zanjó lord William poniéndose en pie y mirando a las damas de su hija que habían venido con ella a su salón, y estaban de pie esperando el dictamen—. Preparaos para el viaje —ordenó sin mirar a nadie en particular—. Lamentablemente, no podré estar para la fiesta de boda, pues tengo encargos importantes que atender, pero os envío a vosotras como mis testigos. Cuidad de lady Emma con vuestra vida, y servidla como habéis hecho hasta ahora—. Las cuatro damas asintieron con una cabezada, en total silencio, y cuando el lord salió del salón, acudieron a lady Emma para socorrerla, pues llevaba rato de rodillas en el suelo, infructuosamente.
—Prefiero morir —sollozaba lady Emma—. ¡Prefiero morir!
—¿Qué tan mala podrá ser la casa de Albermale que lady Emma se niega tan rotundamente a casarse con el lord? —preguntó lady Sibyl en voz baja, mientras con lady Gail y lady Maud doblaban y empaquetaban todo para el inminente viaje.
Lady Emma seguía indispuesta, aunque ya había dejado de llorar, y junto a su dama más cercana, lady Ida, daban un paseo por los jardines. Todo para que lady Emma se tranquilizara, había dicho.
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Una falsa dama
RomanceEn los peligrosos años de 1280 de la Inglaterra medieval, el conde de Albermale, Roderick Montfort, busca esposa. Acostumbrado a las trampas y a la traición, que le arrebató a su familia años atrás, Roderick Montfort es desconfiado y, a veces, algo...