4

4K 993 326
                                    

Esa noche, durante la cena de bienvenida a lord Dunster, Emma y el barón hablaban y sonreían contándose cosas. Ella le preguntaba por personas de Dunster y él contestaba más bien con vaguedad, notó Roderick.

Por otro lado, con él estaba siendo sumamente silenciosa y parca. Por lo general, ella conversaba mucho con él, le preguntaba cosas, le contaba otras, y buscaba su cercanía; esta noche, no... y se sentía extraño, ya se había acostumbrado un poco a su parloteo.

—Hemos organizado una partida de caza para mañana —anunció Roderick, y la mirada de Dunster se iluminó—. Hemos oído que os gustan estas actividades, y también las justas.

—Mi lord, ¿también haréis unas justas?

—En vuestro honor—. La cara delgada de Dunster se iluminó con esa frase. Que un conde lo agasajara era sumamente especial, siendo él un simple barón. Miró a Emma sonriente, pero esta no era la cara de su hija, y era incómodo.

Evitándola, pidió más vino, pidió más música, y comió y bebió sin parar.

Emma se quedó prácticamente en silencio el resto de la noche.


No podía dormir. La cama era suave, la temperatura era fresca a pesar de ser ya verano, pero no podía dejar de dar vueltas en la cama, así que lady Emma salió de ella, puso alrededor de sus hombros un chal y salió de la habitación.

Todo el castillo estaba oscuro y silencioso, pero imaginó que afuera había soldados vigilando. Subió una de las torres hasta desembocar en un pequeño balcón almenado donde seguramente se lanzaban flechas durante los asedios.

Miró a la luna llena y aspiró el aire comprendiendo que eran sus muchas preocupaciones, y la turbulencia en su mente lo que le impedía hallar el descanso.

Pero no podía hacer nada al respecto. Todas sus incertidumbres no hacían sino crecer, y sentía que ahora, además del peso de mentirle al lord que sería su marido, tendría el de un falso padre que no vacilaría en chantajearla cada vez que necesitara un favor y abusaría de su posición de poder para que ella usara la suya.

Una condesa bajo el chantaje de un barón... era un mal inicio para una vida matrimonial.

Y por otro lado, este conde frío y desconfiado, que no la miraba en modo alguno. Una y otra vez topaba con pared, y en vez de avanzar aunque fuera un solo paso, retrocedía. ¿Qué iba a hacer?

¿Acaso debía resignarse y morir?

No, se respondió de inmediato. No iba a morir. Lucharía hasta su último aliento, con uñas y dientes. Si tenía que convertirse en una villana, lo haría. No iba a morir.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó una voz grave tras ella, y Emma se dio la vuelta rápidamente, asustada. Era lord Albermale, vestido aún, mirándola con su usual ceño fruncido.

Emma frunció el suyo, y le dio la espalda.

—Estaba inquieta y no podía dormir. ¿Es este un lugar prohibido?

—Más bien, peligroso. Si tropezáis y caéis...

—No he tropezado —respondió—. No caeré—. Él la miró en silencio, y Emma recordó a tiempo su plan de hacerse la víctima, así que dio un giro disponiéndose a salir de allí—. Buenas noches, mi lord—. Él la tomó del brazo impidiéndole alejarse. Emma miró la mano y luego a él.

—Desde que llegó vuestro padre no me habéis hablado de manera amable. Estáis molesta.

—Parecéis despistado, pero, ciertamente, hay cosas que captáis de vez en cuando.

Una falsa damaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora