ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ɪɪ

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Estaba peinándome el pelo como podía con la manos y el traqueteo del furgón, cuando de repente Rio se quitó la máscara.

-¿Quién eligió la careta?

-¿Qué le pasa ahora a la careta? -le preguntó Berlín cansado.

-Pues que no da miedo. -sentenció y entre nosotras, Tokio, Nairobi y yo, nos miramos pensando si de verdad iban a hablar de esto. -Tu ves las pelis de atracadores y las caretas dan miedo.

A su lado, Denver imitó su gesto y se quitó la mascara para quedarse mirádola.

-Yo que sé, son zombis, esqueletos, la muerte...

De un momento a otro, la pistola de Berlin en su frente le dejó sin palabras.

-Con una pistola en la mano, te aseguró que todo da miedo.

-Venga ya. -le dijo Moscú bajándole el arma.

-¿Quien era el payo este del bigote? -preguntó Denver, y nosotras tuvimos que aguantarnos la risa.

-Dalí, hijo. Un pintor español.

-¿Un pintor? -resopló. -Los muñecos de los críos, eso si da miedo, no un pintor.

Pareciá que la cosa se ponía seria cuando Berlin se quitó la mascara, encorvando su postura de estirado.

-Vamos a ver, -se incorporó Denver, como si fuera el profesor explicandonos el plan- si un payo con careta de Mickey Mouse te apunta con una pistola, te acojonas pensando que está zumbado. Porque los niños y las armas son algo que no se junta nunca. -terminó como si hubiera hecho la reflexión del año.

-Hombre, visto así es más peligroso, más retorcido... -le dio la razón su padre.

Nairobi se acercó a nosotras y se levantó un poco la mascara, solo para dejar ver la incredulidad de la conversación en su cara.

Esta vez tuvuimos que girarnos sin poder aguantar la risa.

Estaba claro que en la banda faltaban mujeres. Nosotras podríamos estar horas eligiendo que peinado hacernos para una boda, pero no malgastariamos ni un minuto en decidir la careta para un atraco.

Dejamos a Moscú en un su lugar, dando por finalizada la conversación, y metros más alante bajamos los demás.

Todo lo que habíamos planeado durante meses, empezaba ahora.

El profesor sabía que solo había una manera de entrar en la Fabrica de Moneda y Timbre con tres toneladas de arsenal.  Y era hacerlo dentro del camion que entraba cada semana al edificio con las nuevas bobinas de papel moneda listas para imprimir.

Y eso era lo que ibamos a hacer. Entrar hasta la cocina y escoltados por la mismisima Policia Nacional.

Rio inhibiría la señal de comunicación de radio o teléfono, mientras que Moscú cortaría la carretera, obligando a los coches a ir por otra ruta, en la que nosotros asaltariamos a los dos combois conducidos por unos chavales de veintiseis años con cinco fusiles de asalto apuntándoles a la cabeza. Y al camión, que para su conductor, no lleva nada muy significante como para arriesgar su vida.

Porque el valor y el egoismo tienen un precio, uno mucho mas alto que lo que cobran unos chavales con uniforme o un camionero.


Metimos el equipo a toda prisa. Berlin se convirtió en un policia como el que encerramos en el trasero del camión y nosotras nos disfrazamos de visitantes.

Y en mitad de todo aquel caos con pistolas, pensé en él, y en si de verdad valía la pena todo esto por un simple flechazo. Pero el rpoblema era que esto no se trataba de eso que además, tampoco era un simple flechazo.

Por suerte, Berlín me apartó rapidamente los pensamientos dándome ordenes.

-No pierdas de vista a la niña. No puede haber errores.

-Es una adolescente, creo que podre con ella. -dije entrecerrando los ojos, como si fuera imposible que una niña fuera más inteligente que yo.

Pero se me olvidó que cuando yo casi maté a mi padre, también era solo una adolescente recién salida del cascaron.


-El corderito está entrando. -le había dicho al profesor por la radio.

-Perfecto. -me susurro. Y tuve que concentrarme para que no me sonara tan intimo como queria que fuera.

Nairobi, Tokio y yo, hicimos lo nuestro mientras ellos entraban por la parte de atrás con los coches y Río hackeaba el sistema. Era primordial que todo esto saliera bien para poder tener la oportunudidad de tan siquiera estar dentro.

Nos adelantamos en la cola, era nuestro turno. Nairobi y Tokio colocaron las bolsas en la cinta, y en cuanto la maquina pitó por la presencia de las armas, no tuvieron tiempio de reaccionar cuando las culatas de estas se estrellaban en sus caras, y yo me quitaba la peluca del disfraz con una mano y sacaba el arma con la otra.

Enseguida el panico inundó la fabrica y yo salí en busca de la niña.

Busqué con la mirada entre el grupo de adolescentes unifromados que se movían de un lado a otro, gritando y protegiéndose con las manos de algo que desconocían.

Empezé a hiperventilar cuando me di cuenta de que no estaba con su clase.

-Profesor, tenemos un problema. -escuché a tokio por encima de los gritos. -No veo al corderito. ¡No le veo, coño!

Como pude salí de mi trance y para cuando escuché mi pinganillo conectarse y la voz de sergio hablar, ya me estaba moviendo.

-Malta...

-Estoy en ello, no puede estar muy lejos.

Subí con el fusil en la mano y los tacones por las escaleras.

Entré a todos los despachos y salas, sabía que seguida por Segio en las camaras.  En los baños abrí cada puerta hasta que frente a la última, escuché gritos por el otro lado.

Los seguí con prisa hasta una puerta, que cuando me aseguré de que era la correcta, abrí de una patada, con el arma preparada para disparar.

Ahí estaba. Nuestro corderito, Alison Parker, tapándose como podía el pecho. Al lado de un pijo de su colegio.

Me reí amargamente ladeando la cabeza mientras les cogía de los barazos y me los llevaba junto a los demás.

-La tengo, Sergio. -le comuniqué una vez llegamos con los demás, mientras le tapaba los ojos a la niña.

ᴍᴀʟᴛᴀ - ᴇʟ ᴘʀᴏꜰᴇꜱᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora