ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ɪᴠ

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La noche antes del atraco no podía dormir.

Supongo que es lo normal cuando sabes que al día siguiente vas a joderle la vida a muchísimas personas, e incluso, a ti mismo.

Cuando supe que si no, no me dormiría, me planté en su dormitorio.

Toqué a la puerta una sola vez, demasiado suave como para despertar a nadie y aun así, me abrió.

Llevaba puesto su pijama de rayas azul y blancas. Y como estaba limpiando sus gafas con él, se le podía ver una parte del estómago.

-¿Qué haces aquí? -me preguntó tras carraspear. Poniéndose de vuelta las gafas y colocando en su sitio la tela que cubría la piel de su cuerpo que no había podido dejar de mirar.

No dije nada. Me limité a mirarle como sabía hacer mientras me mordía sutilmente el labio con inocencia.

-Pasa. -dijo tras unos segundos, apartándose para dejarme paso.

Nunca fallaba.

Al entrar, me fijé en la cama donde iba a sentarme, cuando mis sospechas se confirmaron.

El profesor no estaba durmiendo, descansando las ocho horas que nos había dicho que eran necesaria para un atraco. Sergio estaba viendo fotos. Con su padre y con Berlín. Conmigo.

Enseguida escuché como cerraba la puerta y se acercaba a la cama con prisa para recoger las fotografías avergonzado. 

Mientras él guardaba las fotos en su mesita de noche, yo me apresuré a sentarme en el filo de su cama. Le esperé hasta que terminó y se giró para mirarme. Tenía manchas oscuras debajo de los ojos. 

-¿Cuánto tiempo llevas sin dormir bien? -indagué, aunque creía que conocía la respuesta. 

Él enseguida negó con la cabeza. 

-Eso no importa. 

Pero a mi sí me importaba. Quería decírselo, pero le conocía demasiado bien. Sergio es la persona más hermética que he conocido en mi vida. No hubiera servido de nada insistir. Solo habría hecho las cosas aún más incómodas, y eso era lo último que quería. 

Aunque pensándolo bien, ¿qué quería? No era consciente de por qué me había plantado en su cuarto a horas del atraco. Simplemente había dejado de que mis piernas se movieran solas por el camino que ya conocían. Y a diferencia de las demás veces que se habían vuelto antes de que pudiera hacer algo de lo que me arrepintiera, esta vez se habían quedado ahí y me habían dejado que cometiera el error de tocarle a la puerta. Con la esperanza de que verle aminorara mi ansiedad y pudiera dormir un par de horas.

Pero Sergio, aparte de hermético con sus sentimientos, era muy sobre protector. 

-Sabes que no tienes que hacer esto, ¿verdad? 

Ahora era mi turno de negar con la cabeza. No otra vez. Estaba harta de esta conversación. 

-Sergio... -Comencé. -No quiero tener esta conversación de nuevo. Sabes que voy a hacerlo. 

Entonces, recortando el espacio que había entre nosotros, se acercó hasta estar frente a mí. Haciéndome levantar la cabeza para mirarle. Y cuando nuestros ojos se encontraron pude verle todo a través de ellos. 

Estaba aterrado.

-Lo sé. -dijo. -Solo quiero que sepas que no me voy a enfadar contigo si decides echarte atrás y quedarte fuera conmigo. 

Sus palabras me aceleraban el corazón de una manera vergonzosa. 

-No puedo imaginarme perderte, Ainara. 

Las mariposas revoloteaban por mi estómago.  Pero estaban a punto de morir ahogadas. 

-Papá me mataría si algo te pasara por mi culpa.

Creo que escuché como se me agrietaba el corazón. 

No era la primera vez que Sergio me pedía que me quedara con él. Pero no porque quisiera que me quedara con él. Si no porque me veía como una hermana a la que proteger. Me había visto crecer. Era evidente que a diferencia de mí, lo que Sergio sentía por mí no era nada más que fraternal. 

Me revolví incómoda en el sitio mientras Sergio continuó:

-Prométeme que te lo pensarás. 

No lo iba a hacer. La decisión estaba tomada. 

Aun así asentí. Pero en ningún momento se lo prometí, yo no rompía mis promesas. Para mí eran sagradas. 

Entonces, sin decir nada más, me levanté de su cama y sin mirarle a los ojos, llegué hasta su puerta, decidida a irme. 

-Ainara... -me paró. 

Mire el lugar en el que su mano sujetaba mis dedos. Y luego le miré a él. Sus ojos reflejaron algo más que no quise analizar.

-Buenas noches, profesor. 

Con el corazón en un puño, me solté de su agarre con suavidad y abandoné su cuarto. 

-Descansa, Ainara. -le escuché decir en un suspiro desde el lugar en el que le había dejado.

Mientras me alejaba por el pasillo me saqué del bolsillo la foto que había cogido de su almohada aprovechando que él guardaba las demás. 

Éramos nosotros dos. Yo estaba en una cama de hospital y él estaba sentado en una silla a mi lado. Ambos teníamos un gotero enganchado a antebrazo. Yo sonería mientras él me contaba una de las historias que su padre solía contarle. 

Se me escapó una lágrima que cayó justo en el centro de la fotografía. Las siguientes me la aparté furiosa mientras me volvía a guardar la fotografía en el bolsillo. 

La estrujé con rabia, prometiéndome que no iba a llorar más por un amor no correspondido. 

No logré pegar ojo en toda la noche. Estoy segura de que ninguno de los dos lo consiguió.

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⏰ Última actualización: May 11 ⏰

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ᴍᴀʟᴛᴀ - ᴇʟ ᴘʀᴏꜰᴇꜱᴏʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora