Príncipes y Joyas

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Pronto Charles y Carlos se hicieron cercanos, tanto que incluso ambos esperaban al otro para comer, y pasaban largas horas leyendo en el jardín de concubinos, se contaban como había sido llegar al palacio y dejar a sus familias, su hogar y todo lo que conocían por demostrar lealtad a sus reinos, se llevaban tan bien que incluso hasta se gastaban bromas uno al otro.

Esto a pesar de que a la sultana le beneficiaba no podía dejar de pensar en la belleza de aquellos chicos con los que pronto tendría que compartir a su esposo, en especial le preocupaba que pronto llegarían todos los concubinos esperados y tendría que empezar a impartir adecuadamente la regencia del harem.

-Calos!!! creo que esta parte del jardín ya no es segura, ya no hay caminos, hay que volver- dijo un sonrojado Charles pues se estuvieron persiguiendo y jugando por horas.

-Vamos, será más divertido, hay que descubrir que más podemos hacer en este lugar- hablo agitado Carlo intentando que Charles le siguiera más profundo al bosque.

Pero pronto escucharon a un caballo relinchar con fuerza, esto los asusto de sobre manera, habían escapado de sus chaperonas y si alguien estaba ahí afuera no habría nadie para defenderlos. 

-Hombres! que hacen aquí, este lugar esta prohibido para todo aquel que no sea de la realeza inmediata- les grito una mujer pelirroja arriba de un caballo café.

Los dos al escuchar una voz tan fuerte salieron despavoridos de vuelta a su lado del castillo, al llegar se encontraban sus chaperonas muy enojadas pues los habían estado buscando por horas a los alrededores.

-¡Príncipe Charles, ni crea que no le diremos esto a su majestad Carola, ambos ya deberían de estar listos para la cena, ohh mire nada más el desastre que es su cabello!- grito una de las sirvientas encomendadas al príncipe.

A ambos los tomaron de las ropas finas y manchadas de lodo y rápidamente los llevaron a bañar y acicalarse pues hoy tendrían la cena donde todos los concubinos estarían presentes al igual que la sultana Carola.

Carola en su habitación estaba tranquila pues ya a todos los concubinos les había asignado lugar en la mesa, había elegido el menú de esa noche y su vestuario, mientras la peinaban solo repasaba lo que diría a aquellos chiquillos. 

Pronto todos estaban sentados en una enorme mesa que no los separaba tanto por lo que podían notar el nerviosismo de todo por lo que ninguno hablaba, la sala se mantuvo quieta hasta que Carola llego en un elegante vestido vino con detalles dorados, una hermosa tiara y anillos deslumbrantes de los que destacaba uno color rosa mexicano en su dedo anular izquierdo.

Todos se levantaron en cuanto llego, le hicieron una reverencia y volvieron a sus lugares. La sala se veía hermosa como de un cuento de hadas con tantos príncipes reunidos.

-Príncipes, honran a este reino con sus bellezas y a mi con su presencia, me alegra tenerlos a todos aquí, en este castillo serán muy felices y nunca les faltara nada, mientras estén a mi cuidado y no me defrauden ni a mi, ni a su majestad me encargare de que les vaya bien en la vida- inicio un brindis Carola sonriente para hacer que los muchachos se desenvolvieran y se animaran a hablar. -Por favor, preséntense, estoy ansiosa por que todos nos conozcamos- indico dándole la palabra a quien estaba a su mano derecha. 

-Me alegra ser bienvenido su majestad, le aseguro que para mi también es un honor estar aquí y más frente a usted, mi nombre es Charles Lecrec, tengo 16 años, soy príncipe de Mónaco y me será un gran placer complacer a sus majestades- se presento el chico con una hermosa sonrisa y un atuendo blanco y rojo, el chico estaba adornado de todas las joyas que se le habían prestado para su viaje lo que hacía que realzara su piel nívea y ojos verdes. 

Él sultán Donde viven las historias. Descúbrelo ahora