Diez

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—Tú no te fijas ni en el color de mis ojos, o como me corté el cabello cuando estuve en Washington, sólo vives para la política. —Cuba no le dirigía la vista, apenas llegó esa tarde al Palacio se puso a trabajar, por desgracia junto a él claro, sólo que en esta ocasión no estaba tan arisca, ni siquiera en las siete veces que el de franjas se acomodó el cuello de su ropa—.

—Al menos mi trabajo es real y yo hago algo de importancia. —Levanta la cabeza hacia ella del otro lado de la mesa buscando provocaciones con su tono, pero no las encontró así que se rinde por el momento. —Iremos a San Juan en unos días, será un viaje corto pero obligatorio para ti.

—De acuerdo. —Por un segundo pensó que se trataba de una forma de molestar, ella no sacaba la vista de sus papeles ni para replicar, aún con lo que le había dicho el azabachado. —¿Es para algo en específico?. —Pregunta callada esperando la respuesta ajena. —También tengo pendientes allá.

—¿Con tu hermano?

—Eso no te importa. —Responde ferozmente clavándose en su mirada lapislázuli, y era justo lo que el norteamericano buscaba—.

—Tomaré eso como un 'Sí'. —La molestia en la mujer era evidente a kilómetros, y el peli negro aún sentía cierto rencor por su preciado auto preferido. —¿Terminaste ya?

—No, no he terminado. —Ciertamente él tampoco, pero estaba más interesado en que ella cometiese mínimo error para pavonearse y poder regañarla o gritarle, algo para levantar su ánimo y matar el aburrimiento, pero de la nada el mayor camina hasta su lado para ojear su trabajo. —Me estorbas.

—Tú estorbas en mi vida y no te lo digo todo el tiempo como quisiera. —La cubana rueda los ojos, de verdad estaba insufrible. —¿Qué es eso en tu cara?. —De tanto acercarse notó unas manchas más oscuras que su bandera, eran irregulares y solo tenía tres, dos en un lado de la cara y una sola en la otra, se quedó en silencio unos segundos hasta que cayó en cuenta de que eran las marcas de sus propios dedos cuando le apretó las mejillas la reunión anterior, y extrañamente un atisbo de remordimiento se le anudó en la cabeza. —Solo termina, tengo que hablar contigo.

—Habla aquí y ya, puedo escribir y escuchar.

—Tengo la cena reservada el último piso del Riviera así que no. —Vuelve a su silla sólo para meter los papeles en una carpeta sin importar si están terminados o no. —No se mezcla negocios con comida, a no ser para celebrar.

—¿El gobierno es tu negocio?, te irás a bancarrota. —Sonríe para ella misma sin que el mayor lo note—.

—Mi madre y tú tienen el mismo sentido del humor anticuado.

—¿Tú tienes madre?. —La pregunta sorprende y a la vez ofende al mayor que arruga el entrecejo claramente incómodo. —Siempre creí que habías salido de un huevo.

—Mira quien habla.

—Oye no fue mi culpa ser huérfana, disfruta a la tuya mientras esté.

—Cuba somos inmortales, de cierto modo.

—Y tú idiota, de cierto modo. —La muchacha sí termina su trabajo en tiempo y se lo entrega, América delata con su mirada lo bien que está hecho, desconocía totalmente que la chica era capaz de planificar dentro del mundo la arquitectura. —El Focsa estará listo para este año, ni más ni menos, ahora, tengo que descansar, ten una linda noche.

—Te dije que iríamos al Riviera a cenar. —Cuba se molesta con su autoridad, así que toma aire para no perder los estribos e irle encima a los golpes. —Cómprate algo lindo para esta noche.

Red VelvetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora