Abandonado #2

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Reescrito, palabras insuficientes.
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ʚଓ .Merle lanzaba improperios en un susurro ronco, con una mirada fiera que saltaba de un lado al otro de la habitación, como una bestia enjaulada.

—Lo que importa es que estamos todos bien —murmuré en un intento de calmar la tempestad que lo habitaba, pero su inquietud era imparable, tangible.

—¿Tienes cigarros? —preguntó sin dejar de caminar. Sus ojos me atravesaban, ávidos de un escape.

—Lamento decepcionarte, no tengo eso... pero tengo marihuana —admití, notando cómo la noticia atenuaba la gravedad de su situación: la casa incendiada por su propio padre, el escape apresurado hacia la seguridad incierta de aquella casa.

Un brillo casi infantil cruzó su mirada mientras exhalaba un jadeo contenido.

—¿Dónde la tienes? —dijo, transformándose en un niño que ansía un dulce.

Con una calma medida, abrí un cajón que guardaba meticulosamente cada cigarro ya armado.

—Sé cuidadoso, puede que te dé la pálida —advertí, ofreciendo uno con cierta reticencia. Él lo tomó sin titubear, explorándolo con una curiosidad hábil.

—No es mi primera vez —murmuró con el tono de quien detesta las lecciones obvias.

La tensión se quebró cuando él, en tono burlón, se volvió hacia el más joven.

—Mi hermanito quiere uno, ¿verdad, Darylina? —El aludido, serio y con la timidez adherida a la piel, extendió la mano sin mirarme directamente. Le di uno más pequeño, apropiado para el temor velado en sus ojos.

—Les digo en serio, tengan cuidado. Es horrible mal viajarse —reiteré, enfocándome en Daryl. Encendí el cigarro para ambos, asumiendo la tácita responsabilidad.

La primera calada hizo que el menor respirara hondo, y una sombra cruzó su expresión.

—¿Es tu primera vez? —pregunté mientras Merle se deslizaba al exterior, dejándonos a solas en medio del silencio que respiraba entre humo y confesiones.

Daryl soltó una verdad cruda al dejarse caer en el suelo, entre el desconcierto y la aceptación.

—Eres gay, ¿no? —Su voz, sin juzgar pero cargada de incertidumbre, perforó el espacio entre nosotros.

—Uh, pansexual —respondí, dejándome caer a su lado con la ligereza de quien arroja una piedra en un lago calmo.

—¿Qué carajos es eso? —preguntó, y su ceño se frunció con una confusión que solo la juventud podría maquillar.

—Es cuando... te gustan las personas sin importar sus genitales —exploré, observando cómo su mente procesaba la respuesta, levantando las cejas en un gesto que oscilaba entre el desconcierto y la reflexión.

Dudó un momento, sus labios se abrieron para hablar, pero la palabra se le ahogó en el silencio. Antes de que pudiera seguir, me puse de pie y me dirigí a la puerta.

—Avísame si necesitas algo, voy a ver a Merle.

Merle estaba tendido en el pasto, la silueta indolente bañada por los primeros destellos del amanecer que arañaba la línea del horizonte.

—¿Todo bien? —pregunté, sabiendo ya la respuesta.

—¿Tú crees? Mi casa fue incendiada por mi propio padre —escupió, la rabia engastada en cada palabra, cortante.

Me observó con un destello burlón, y su tono se tornó áspero y nostálgico.

—Sabes, antes parecías una mujer. Tan femenino y gay —lanzó el golpe bajo, directo al estómago de viejas inseguridades—. Ahora eres todo un hombre —sonrió, pero la mueca se deshizo con la rapidez de un latido—, aunque sigas siendo gay.

—Uh, gracias, Merle —musité, desviando la vista hacia el sol que comenzaba a despuntar en la vasta extensión de la granja.

Merle suspiró, el aire pesaba en su pecho como una piedra hundida.

—Me iré por un tiempo. Quiero que cuides a mi hermano.

El color abandonó mi rostro.

—Mira, no es por ser forro, pero no puedo. Es tu hermano, no el mío —me negué, la negativa era un escudo que no sirvió.

—No es una pregunta. Se queda contigo —declaró, tajante. El silencio que siguió fue tan denso como el humo que nos envolvía. Cuando su cigarro se extinguió, entró en la casa. Los gritos retumbaron poco después, pero las palabras se me escapaban.

—¡Hermano, no puedes hacerme esto! —la voz de Daryl, quebrada, emergió con fuerza. Lo vi aferrarse al brazo de Merle, lágrimas trazando surcos en sus mejillas.

—Dios, hermano, no seas tan marica —gruñó Merle, zafándose con brusquedad y lanzando al menor a un lado antes de alejarse hacia la tranquera y perderse en la distancia.

Me acerqué al chico, que yacía derrotado en la tierra. Cuando estiré las manos para ofrecerle consuelo, retrocedió, receloso.

—No me toques —siseó, aún temblando.

▶ 𝐎𝐮𝐫 𝐫𝐞𝐟𝐮𝐠𝐞. . .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora