Capitulo 4

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–Últimamente no has estado comportándote precisamente como una chica tímida –le dijo en un tono sensual, que despertó nuevas sensaciones en su tenso cuerpo– con esos vestidos entallados y ese escote, lanzándome miraditas cada vez que nos cruzábamos... –le soltó las muñecas y sus manos se deslizaron por debajo del dobladillo de la blusa que llevaba puesta, tocando la suave piel de su espelada. Aquella caricia era increíblemente gentil, pero a la vez abrasadora– acércate más –murmuró, mirándola a los ojos.

Sus piernas lo obedecieron sin saber qué hacían, y sintió un exitante cosquilleo al frotar sus senos contra el tórax masculino, aun a través de la ropa que los separaba. Las expertas manos de Wonho estaban haciendo estragos en ella mientras recorrían su piel de satén y bajaban hasta sus cadera, apretándola más contra sí.

–Quiero besarte Dodo –susurró inclinándose, de modo que su aliento acaricio los labios temblorosos de ella– y tú quieres que lo hag, ¿no es verdad? Lo has deseado durante días, meses, años... has sido consciente de esta atracción desde el día en que nos conocimos –su boca se acercó unos milímetros más a la de ella, de un modo tentador, mientras seguía acariciándole la espalda, logrando qué se derritiera en sus brazos como un cubo de hielo– quieres sentir mis manos por todo tu cuerpo ¿no es verdad, Dodo? –murmuró, inclinando la cabeza unos centímetros más,  atormentándola al mover los labios mientras hablaba.

–Wonho... –gimió ella, poniéndose de puntillas en un intento por alcanzar los tentadores labios a unos milímetros sobre los suyos.

Wonho levantó la cabeza lo justo para negarle el contacto, pero sus manos acariciaron insolentes las nalgas femeninas.

–¿Quieres que te bese, Dodo? –inquirio con una sonrisa burlona.

–Sí... –le rogo ella, olvidando su orgullo– Sí, por favor...

Cualquier cosa, habría accedido a cualquier cosa con tal de que la besara, para que se hiciera realidad ese sueño que la tenía obsesionada desde hacía años.

–¿Hasta qué punto lo quieres? –insistió Wonho, inclinándose para tirar suavemente de su labio superior, tomándolo entre los suyos– ¿Sientes que estas ardiendo por dentro?

–Sí –jadeo ella con los ojos entrecerrados y las rodillas tan débiles que le parecía que iban a doblarse– Oh, sí... por favor... por favor, Wonho... –casi sollozó.

Él levantó la cabeza de nuevo, la miro a los ojos, y de pronto la soltó, apartándose de ella y dándole la espalda, de modo que no pudiera ver cómo tenia que esforzarse por controlar el deseo. Cuando se giro de nuevo, no había emoción alguna en su rostro.

–Tal vez por tu cumpleaños –le dijo con una arrogancia pasmosa– o por navidad. Pero no ahora, cariño. Soy un hombre ocupado

Soltó una áspera risotada, y ella se quedó allí de pie desolada como un viejo caserón de ruinas.

–No eres humano –balbució– Tú... Tú... eres tan frío como un...

–Solo con las mujeres que me dejan indiferente –la interrumpió él– Dios, te entregarías incluso a un hombre al que odias... –masculló con desprecio– ¡hasta ese punto lo necesitas...!

Y ella lo observó alejarse con su orgullo hecho añicos.

Desde ese día se había jurado que se arrojaría por un acantilado antes que volver a humillarse de ese modo. Lo había evitado con éxito durante el resto de las vacaciones de semana santa, y cuando se subió al avión que las llevaría a Dior y a ella de vuelta a Connecticut,  ni siquiera lo había mirado.

Volviendo al presente, Dodo dejo escapar un pesado suspiro mientras observaba cómo pasaban las nubes junto a la avioneta. Se pregunto si alguna vez lograría olvidar aquello. Aquellos pensamientos habían reavivado en su mente otro recuerdo anterior, que era la causa por la que tenía miedo a los hombres. Irónicamente, Wonho, su enemigo declarado, era el único hacia quien no sólo su reacción había sido de curiosidad, si no incluso de deseo.

Mi Adorable EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora