Capitulo 5

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Capitulo 3

Desde la ventana de la habitación donde dormía Dodo cada vez que iba a pasar una temporada a Gray Stag, se veían las Rocosas. Estaba decorada en tonos azules y blancos, con cortinas de encaje y una cama con dosel.
Mientras cerraba la maleta, tras haber colocado la ropa en el armario y en los cajones de la cómoda, Dodo se preguntó quien habría ocupado esa habitación en la mansión original, en Borgoña.

La madre de Wonho y Dior tenían ascendencia francesa, y uno de sus antepasados, al emigrar a Canadá había hecho copiar el diseño de la casa para que su esposa no sintiera tanta nostalgia.
Mientras que la mansión original databa del siglo dieciocho, aquélla apenas llegaba a los cien años, pero tenía mucho encantó.

Dodo se levantó y abrió la ventana, inhalando el aire puro del campo, impregnado con el perfume de las flores silvestres. A pesar de la hostilidad de su anfitrión, era agradable estar allí y la compañía de la señora Lee y Dior le compensarían los encontronazos que pudiera tener con él.

Se dio la vuelta con un suspiro y una leve sonrisa en los labios, pero está se borró en cuanto sus ojos se posaron en la cama, y volvieron a su mente recuerdos de una noche que había pasado allí, cuando tenía diecisiete años, durante las vacaciones de verano.

Por aquel entonces, Wonho le provocaba auténtico terror, y cada vez que se metía con ella se ponía nerviosa, y casi siempre acababa llorando y salía corriendo, tal y como habia dicho Dior.

Sus padres habían perdido la vida cuando el avión en el que volaban de regreso de un viaje se vio sorprendido por una tormenta y, desde entonces, cada vez que se producía una, evocaba irremediablemente aquel desastre, que le había producido más de una pesadilla, a pesar de no haberlo vivido en persona.

Precisamente aquella noche se había desatado una fuerte tormenta, una de las más violentas que podía recordar, y estaba llorando, acurrucada en la cama, emitiendo pequeños sollozos que no creía que ninguno de los habitantes de la casa pudieran haber oído con el retumbar de los truenos.

Se equivocaba.

De pronto se había abierto la puerta y había aparecido Wonho, que debía haber estado asegurándose de que el ganado estaba resguardado, porque llevaba puesta la ropa de trabajo y estaba calado. Llevaba la camisa medio desabrochada, pues estaba cambiándose  en su cuarto cuando la había oído, y Dodo pudo entrever el bronceado tórax.

No podía despegar los ojos.

Wonho se había sentado al borde de la cama y la había traído hacia sí, acunándola, mientras trataba de tranquilizarla susurrándole palabras que ella no comprendía en medio de sus sollozos. Dodo notaba los fuertes latidos del corazón de Wonho contra su mejilla, y cuando él vio que estaba más calmada y los truenos habían pasado, depositándola de nuevo sobre el colchón y los almohadones, con una sonrisa en los labios.

–¿Estás mejor? –le preguntó levantándose.

–S... Sí, gracias –balbució ella, aturdida.

Wonho se quedo allí de pie, observándola con una expresión extraña en el rostro. Ella tampoco podía apartar la mirada de él: el cabello mojado, la camisa medio desabrochada... Era la primera vez que estaba a solas con un hombre en su habitación a esas horas de la noche, y su temor debió traslucirse, porque de pronto, Wonho se dio la vuelta, maldiciendo entre dientes y salió del dormitorio.

Después de aquello, él la trató aún con más frialdad que antes, y Dodo por su parte se esforzó aún más por evitarlo.
Ella no estaba todavía muy segura de qué había sido, pero recordaba vivamente las sensaciones que había experimentado cuando los ojos grises de Wonho habían descendido hasta el escote de su camisón, y habían trazado cada suave curva de sus pequeños senos bajo la tela semitransparente.
Aquel recuerdo aún le llenaba de rubor.

Mi Adorable EnemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora