00 - mareas mareadas

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I

Sigo escupiendo mariposas.

No puedo aguantarlas más, pero María está aquí. Y tengo que esperar. No podría explicarlo aunque quisiera. Intento escucharla. Habla de los botones de rosas que hay en su jardín, de las fotos que les ha tomado todos los días; la observo y oprimo los labios. Quiero contagiarme de su sonrisa. ¿Hace cuánto tiempo que no sonrío de esa manera? Me toco los labios. Las mariposas suben a la garganta. ¿Qué puedo decirle yo a María? ¿Que no puedo dejar de hacerlo? Tengo que esperar. Tengo que esperar porque hablé al consultorio el primer día y dijeron que era normal. Porque hablé al segundo día y me dijeron que iban a revisarlo. Porque hablé al tercer día... Esperar. María me muestra fotos de las flores. No sé cómo decirle que no me lucen tan bonitas. Estoy segura de que lo son porque confío en la palabra de María. Pero desde hace tiempo que todo me parece gris. Como si todos los días estuviera nublado. Como si el frío calara en los huesos. Como si no pudiera moverme. Por las mañanas tengo puestas siete alarmas. Una detrás de otra. No las escucho. No las siento. Despierto un momento para ver el color del cielo a través de la ventana. Me cuesta mucho trabajo mantener los párpados abiertos. Mi cuerpo me pide que me pierda en el sueño. Y lo escucho. Lo escucho bastante bien. No pongo resistencia. Ya no quiero sentir el frío. Pero la sonrisa de María es tan bonita que no quiero arruinarla. No ahora que está hablando de cómo a su madre le encantaban las flores. Me llevo una mano al pecho. Quiero golpearme el corazón. Hacer que reaccione. Que palpite. Que sienta algo de la felicidad de la que está hablando María. Algún día me sentí de esa manera. ¿Por qué no puedo hacerlo de nuevo? ¿Por qué las mariposas me están matando por dentro? María me confiesa algo, cree que su madre está decepcionada de ella. La sonrisa de María se va perdiendo. Me altero. No quiero que deje de sonreír. Quiero sentir que puedo robarle un poco. Un trozo. Un momento. No digo nada. No puedo decir nada. Tengo que esperar. Esperar porque las mariposas quieren salir. Y si María las viera sabría que hay algo malo dentro de mí. Y no le he dicho a nadie. No tengo ganas de decirle a nadie cómo luce mi infierno. Solo quiero ver sonreír a María. Ella vuelve al espejo. Me mira. Algo se remueve dentro mío. Odio, quizás. Envidia. Solo quiero robarle la sonrisa a María. 

II

María me pregunta de las mariposas.

Quiere saber si son reales. Quiere saber si lo que han escuchado sus oídos es verdad. ¿Qué le digo? ¿Que tengo un cementerio de todas ellas? Porque intenté tenerlo. Intenté escupirlas en el patio trasero. Al lado de las flores. Ahí esperanzada de que lo muerto dentro mío quisiera revivir un rato. No lo hicieron. Se quedaron tumbadas entre la tierra. Las barrí como hojas secas. ¿Ahora? Ahora las escupo y las tiro a la basura. En bolsas de plástico. Amarradas. Dos nudos por si se les ocurre querer escapar cuando yo no las veo. ¿Qué le digo? Que no sé de qué me arrepiento más. Si de haberme permitido sentir tanto o si de haberme permitido creer que podía sentir poco.

Pero... Pero de repente como ahora. Como ahora que la miro y veo su sonrisa. Algo dentro mío quiere arder desde adentro. Y es cuando dejo que las mariposas suban. Y es cuando las mastico. Las trago. Y gano.

III

Quiero la sonrisa de María.

No le contesto. Dejo que salgan un par de mariposas con las alas rotas. Que las mire con el mismo asco que yo las miro.

Al fin y al cabo, todo estará bien.

Será como si siempre hubiera sentido todo.

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