Los dos lobos

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—Escuchen todos…

Peeta se subió en una roca para hablar desde lo alto y que todos le pusieran mucha atención.

Estaba algo bajo de peso, pues el cansancio de las caminatas y vivir a costa de solo pescado estaba haciendo estragos. Su voz también había sido afectada, haciendo un poco más complicado hablar con claridad y fuerza.

—¡Silencio por favor, Peeta quiere decirnos algo! —exclamó Lucy Gray.

—Gracias. Uhm, estamos próximos a llegar a las afueras del Capitolio y la frontera con los distritos. Según Finnick, es un terreno alto hostil, sobre todo de noche pero podremos lidiar con eso juntos. Una vez allá podremos estar más seguros de que el Capitolio no sabrá dónde estamos. Aquí aún estamos en riesgo —dijo, asegurándose de que sus palabras sonaran esperanzadoras para el grupo— Nos necesitamos entre nosotros. Todos aquí son imprescindibles, no importa que tan fuertes o débiles seamos. No debemos dejar que ellos logren convencernos de que somos basura solo por no haber nacido en cuna de oro. ¡Ellos quieren que nos matemos entre nosotros, pero no les daremos el gusto, haremos todo lo contrario!

Reaper fue el primero en manifestar estar de acuerdo con eso.

—¡Tienes razón, Mellark, no dejaremos que el Capitolio cambie lo que somos!

—Si he de morir que así sea, pero no seré un espectáculo para esos bastardos —afirmó Coral.

—Te seguiremos, Panadero —dijo Bobbin.

Los otros tributos también estuvieron eufóricamente de acuerdo, al punto que se subieron la moral mutuamente.

—Se los agradezco mucho, amigos —dijo, con una sonrisa satisfecha pero triste, pues tenía un secreto a parte de ser del futuro.

Cuando los tributos descansaban, él se escabulló varios metros en el laberinto y sentó en una esquina junto al estanque de peces. Se rocío agua limpia en el costado de su cuerpo, pues la herida recibida durante la balacera no había dejado de empeorar. Ya no sangraba, pero estaba roja y dolía al punto de hacerlo desmayar un par de veces.

No quiso decirle a nadie. Hasta donde todos sabían, solo había sido un rasguño de una bala perdida. Pero es que quería salir de ahí antes de morir por una septicemia. No solo por la esperanza del grupo, sino porque quería ver el atardecer una última vez al menos. 

Lucy Gray sin embargo, era mucho más perceptiva que el resto de sus compañeros. Podía leer entre líneas y reconocía perfectamente la voz de una persona que cree que le queda poco para morir.

Levantó un poco su vestido arcoiris para pasar sobre un charco de agua y sorprendió a Peeta limpiándose una herida muy fea y lanzando quejidos de dolor silenciosos para no alertar al grupo durante su descanso.

Frunció el ceño, molesta por todas las mentiras que el panadero había dicho sobre su decadente estado de salud. Pero a la vez, impresionada de su falta de egoísmo.

—¿Peeta?

—¡Lucy Gray, ¿qué haces despierta? —intentó torpemente cubrir su herida con la camiseta, pero era tarde porque ella ya lo había visto todo.

—Muchos hombres me han dicho mentiras en mi vida. Pero ninguno lo ha hecho sobre lo mal que se siente —dijo, acercándose y levantando la camiseta para ver la herida de cerca—. Pensé que eras honesto, ¿por qué mentiste?

—No quiero retrasar al grupo.

—¿Y por eso te vas a dejar morir?

Él tragó saliva, mientras se apoyaba en la pared.

Jugando con NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora