II

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Una chica con el cabello negro se encontraba apoyada en un árbol de la plaza central de la ciudad. Entre sus labios se encontraba una pipa y una sonrisa llena de maldad. La gente que la notaba se alejaba lo más posible de ella, era la única mujer con unos pantalones y todos sabían el porqué. Sacó de su bolsillo unos binoculares de teatro y miró con lujo detallé el collar de oro de una mujer rubia. Se mordió el labio al bajar la mirada y notar el anillo. Esa mujer era una maravilla. Su vestido era el mejor de todos, su peinado demostraba tener mucho dinero y su sonrisa demostraba que era una mujer fácil. 

Se guardó los binoculares e inhalo el humo de su pipa. No apartó la vista de la mujer que estaba felizmente hablando con un hombre, al parecer su esposo. Le estaba abrazando el brazo mientras apuntaba unas flores. El hombre también era una maravilla. Con un traje formal que solo tienen los hombres que no tiene cayos en las manos por tanto trabajo. 

Cuando la pareja comenzó a alejarse, Eliza se apartó del árbol para seguirlos. Caminó con tranquilidad a cinco metros detrás de ellos. Escuchando las risas y mirando los leves coqueteos. Estaban tan metidos en su mundo que eran extremadamente fáciles de robar. Sin embargo, a Eliza nunca le gustaron los retos fáciles, ella no quería las joyas que presumían, ella quería saber donde estaba su hogar para robarle todo el oro que ellos guardaban. 

Los siguió hasta cuando ambos se detuvieron al frente de una enorme casa. Eliza siguió caminando para no parecer sospechosa. Cruzó miradas con la mujer y le guiñó el ojo. La mujer la miró confundida, encontraba extremadamente extraño ver a una mujer vestida de hombre, y entró a su hogar con su esposo. Luego de caminar unos diez metros se detuvo y se dio vuelta para mirar la casa. Se sacó la pipa de su boca y comenzó a analizar el lugar. 

Era una casa de dos altos pisos y cuatro ventanas al frente. A su alrededor había una muralla que Eliza escaló para poder ver con sus binoculares lo que podrían tener adentro. Su corazón se comenzó a acelerar de sobremanera al ver lo lujosos que eran. Con un simple robo de una sola noche podría volverse millonaria ¿Y lo mejor de todo? Es que eran tan solo ellos dos y una sirvienta.  

Se bajó de la muralla y fue casi corriendo donde el bar donde vivía. Tenía que tener todo listo para esa misma noche. Se detuvo de golpe cuando miró una mujer de cabello rojo. Se tapó la cara y se dio vuelta. 

La anatomía de Eliza tenía sus pros y sus contras. Había mujeres que la odiaban solo por existir y otras que la deseaban, Eliza nunca se ha negado en acostarse con alguien y lo peor de eso no eran los hombres que la golpeaban por quitarles sus esposas, lo peor era cuando una mujer se obsesionaba con ella. Como la mujer del cabello rojo que ni recordaba como se llamaba. 

Tomó el camino largo hacia el bar y entró por la puerta trasera. 

—Llegas demasiado temprano—le dijo un hombre que se encontraba mirando con lupa una piedra.

—He encontrado trabajo para esta noche—habló con un acento escocés bastante marcado. El hombre dejó la piedra para mirarla agarrar un bolso grande de cuero para dejarlo cerca de la puerta. 

—¿Dónde iras? 

—A la casa de ladrillos de la calle sur—se sentó al frente de él y se puso a ver la piedra.

—Oh... La familia Owen—susurró el hombre—son una familia bastante amigable, William Owen es hijo del alcalde—Eliza se detuvo para verlo. 

—Entonces tienen mucho más dinero de lo que muestran—dijo emocionada—¿Por qué no le han robado antes? 

—Porque todos conocen a William, es un gran hombre y todos lo adoran, hasta los ladrones—Eliza asintió con la cabeza—Eso es lo mejor de ti, que no te encariñas con nadie y puedes robarles a todos. 

—Me alagas—se inclinó levemente. 

—Pero ya estás a edad de conseguirte un esposo, o una esposa, no sé qué va en tu caso—Eliza rodó los ojos y se levantó para acostarse en el sillón—Te recomiendo buscarlo en otra ciudad, acá ya todos te odian y las que no, ya te las cogiste. 

—Con el dinero que le robaré a los Owen, no necesitaré casarme—suspiró mientras se colocaba un sombrero en la cara, necesitaba dormir y aún había sol. 

—O perderás las manos ¿Eres consciente que si el alcalde te descubre te cortarán las manos? 

—Siempre soy consciente que algún día me cortaran las manos o me mataran—se sacó la gorra para mirar al hombre—por eso esto es tan emocionante. 

—Eres una loca. 

—Sí, sí. Ya déjame dormir que esta noche será larga. 

Escuchó al hombre gruñir y luego caminar por el lugar. En su mente ya estaba la casa de los Owen, encontrando hasta diamantes entre los cajones. Aunque, bueno, los Owen no eran tan millonarios para tener diamantes, eso solo lo tenían la realeza y aunque William parecía ser un verdadero príncipe, no lo era.

Cuando toda la ciudad estaba a oscuras y la mayoría de la gente dormía. Eliza se encontraba sentada sobre el muro de la casa de los Owen. Fumaba de su pipa mientras miraba con emoción la casa. No había ninguna vela prendida y antes de que todo se apagara, había visto las sombras de la pareja teniendo relaciones en su habitación, o eso parecía al verlos inquietos en la cama. Era todo tan perfecto que lo adoraba. La pareja ahora se encontraría cansada y con el sueño pesado. Era tan solo entrar y salir.

Se bajó del muro, dejando la pipa sobre este y caminó, con sumo cuidado, hacia la casa, sus pasos ni siquiera sonaban. Fue directamente a una ventana abierta del segundo piso. No se podía ni imaginar de que sería ¿Por qué dos personas necesitaban una casa tan grande? ¿Para hacer trabajar más a su sirvienta? 

Sacó de su bolso una soga con un gancho de hierro. Se alejó unos pasos, se quedó mirando la ventana y lanzó el gancho con precisión hacia la ventana abierta. Tiró de la soga y para su disgusto, esta no se había enganchado a algo. Recogió la soga que ya había caído con el gancho y lo lanzó nuevamente, repitió ese proceso unas siete veces hasta que, finalmente, logro tensar la cuerda. 

Con una notable experiencia, comenzó a escalar, sujetando con fuerza a la cuerda y caminando por la pared, la casa era bastante alta para ser de solo dos pisos. Estaba nerviosa, ansiosa y emocionada. Sería el robo con mayor ganancias que tendría y tenía planeado dejar ese lugar sin ningún gramo de oro.

Amortiguo su entrada dando una vuelta en el suelo y miró hacia su alrededor. Su vista ya estaba acostumbrada a la noche, por lo que pudo identificar rápidamente que era una habitación de alguien más. Se levantó y se acomodó la ropa, le extrañó ver que la cama estaba deshecha. Alguien dormía en ese lugar. Le restó importancia al pensar que podría ser de William, ya había visto que ahí solo vivían tres personas y la sirvienta dormía en el primer piso.

Abrió los cajones y revisó meticulosamente su interior. Los abría con suavidad y con un silencio donde solo es escuchaba su propia respiración. En esa habitación encontró un reloj de bronce, un rosario que brillaba al ser de plata, y una bolsa repleta de anillos de oros que ante su vista parecían brillar ante la luz de la luna. Dejó todo eso en su bolso y cerró los cajones como si nada hubiese pasado. 

Salió de la habitación y se dedicó a recorrer los demás lugares de la casa. Bajó la escalera con una extrema lentitud, preocupándose de que los escalones crujieran y fallando un par de veces. Al tocar el suelo volvió a respirar, debían de mandar a arreglar esa escalera. 

Sus pasos fueron directamente a la cocina, abrió el cajón donde guardaban los servicios y otras cosas y se maravilló que todos eran notablemente valiosos. Agarró uno para verlo mejor, los detalles y el material le hacían querer quedárselo. Los comenzó a dejarlos en su bolso, preocupándose de que no sonaran al chocar. Si era así la cocina ¿Cómo sería entrar el cuarto de la pareja? Pensó en volver de día, cuando ellos dos no estuvieran. 

Ese fue el último pensamiento que tuvo antes de sentir un gran dolor en la cabeza junto con un sonido metálico y luego caer directamente al suelo. 

Miss LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora