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En el año 1829, en Inglaterra, se encontraba un niño de tan solo seis años mirando con mucha atención una tienda de dulces del pueblo. Era una tienda que acababa de abrir y él ni siquiera sabia que era un caramelo. Sus ojos brillaban antes los llamativos colores y su boca salivaba por ver a los otros niños disfrutar de las cosas que compraban en ese lugar. 

—¡Elías!—escuchó gritar a su madre y tragó saliva cuando vio a su madre correr hacia él—Ay, cariño, no puedes ir caminando por el pueblo sin que te acompañe—dijo mientras revisaba que todo estuviera bien en él—¿Que miras?—preguntó al levantarse y miró la tienda. 

—Quiero uno—dijo mientras le agarraba la mano a su madre. 

—¿En serio?—sacó de su bolsillo una pequeña bolsa con monedas y soltó un largo suspiró al notar que le quedaban tan solo tres monedas de bronce. Arrugó su nariz y se agachó para estar a la altura de su hijo—Te daré uno si prometes no mirar—Elías se giró rápidamente para mirar hacia atrás y se tapó los ojos. Su madre sonrió por verlo tan recto, desde que tiene uso de su razón que tenía una leve obsesión con los soldados, algo que partió luego de ver a una gran cantidad de ellos pasar por el pueblo sobre unos caballos. 

Su madre dejó de mirarlo, para acomodar su cabello de tal forma que mostrara su cuello y desabotonó un poco su vestido para mostrar un poco de su torso. Era la mejor forma de conseguir todo lo que su pequeño hijo quería. Agarró la manilla de la puerta de la tienda y con una cálida sonrisa entró al lugar. 

—¡Sandie!—saludó el vendedor al verla. 

—Buenas tardes, señor—caminó directamente hacia él y acomodó sus brazos sobre el mesón para que sus pechos se vieran más grandes desde el embarazo de su hijo—¿Qué es todo eso?—preguntó mientras jugaba con su cabello rubio. 

—Son caramelos, señorita, ¿Quieres probar uno?—Sandie afirmó con la cabeza y se acercó al ver que el vendedor sacaba de una caja una pequeña esfera roja con blanco. 

—¿A qué saben?—preguntó fingiendo inocencia. En su tiempo con William había probado varios. 

—Son dulces, muy dulces—Sandie abrió la boca y sacó la lengua para recibir el caramelo. El hombre lo dejó sobre su lengua con mucha timidez y Sandie notó que su mano temblaba. Cerró la boca con lentitud, mirando directamente los ojos del vendedor que era casi de su misma edad. El hombre tragó saliva y Sandie sonrió. 

—¿Mmm? Sabe bastante bien—miró a su hijo que al otro lado de la ventana, seguía con los ojos tapados y dándole la espalda, notó que estaba ansioso al tener los pies inquietos—¿Cuánto cuestan?—volvió a mirar al vendedor, pillándolo viéndole sus pechos. 

—¿Qué? No, no se preocupe por eso—agarró un puño de caramelos y lo dejó dentro de una bolsa de papel—Tome. 

—Muchísimas gracias—dijo mientras, sin que el hombre se diera cuenta, su cabello volvía a tapar su cuello—Eres un gran hombre—recibió la bolsa, rozando sus dedos con los suyos—Espero que le vaya bien con esta nueva tienda, creo que vendré seguido—dijo y se iba del lugar. Dejando al hombre totalmente embobado. 

Elías sintió un toque en su cuello y rápidamente se dio vuelta para mirar a su madre. Soltó una gran sonrisa al ver la bolsa de papel y Sandie sonrió al ver que sus ojos brillaban por la emoción. Su hijo la abrazó con fuerza, agradecido de que le comprara esa cosa que había visto a muchos niños disfrutarlo. 

—Solo uno al día ¿Ya? No quiero venir seguido a este lugar—sacó un caramelo y lo dejó en la mano de su hijo. 

—Solo uno al día—repitió y se lo llevó a la boca, deleitándose por ese sabor dulce. 

Ambos se agarraron de la mano y comenzaron a caminar hacia su hogar. Su casa quedaba a una hora caminando del pueblo. En ese lugar Sandie se dedicaba a escuchar a su hijo hablar, era bastante hablador y sabía que eso lo había sacado de ella. Le encantaba ver sus rasgos en su hijo, lo encontraba tierno. Aunque había veces que se preguntaba si aquellas características que no reconocía de ella, fuera de Eliza. 

Ni siquiera conoció a Eliza para notarlos. Había heredado su cabello negro y su nariz, era lo único que había logrado identificar. Se preguntaba bastante seguido que si su habilidad de caminar en un perfecto silencio por la casa, lo había sacado de Eliza. Grace le había dicho que era una ladrona. 

Cuando llegaron a su pequeña casa llena de flores, Elías entró corriendo con la bolsa de dulces. Abrió la puerta de la única habitación que tenían y dejó los dulces junto al cuadro donde estaba su madre junto a un hombre rubio. Su madre le ha explicado muchas veces que ese hombre no era su padre, que tan solo era un gran amigo que le ayudó a comprar la casa donde vivían. Sin embargo, Elías no podía entenderlo. Si ese hombre no era su padre, ¿Quién era? 

Sandie entró a la habitación y suspiró al ver a su hijo viendo esa pequeña pintura. Se sentía mal que ese retrato era lo más cercano que tenía a una figura paterna. Era un problema que sabía que iba a tener cuando supo que estaba embarazada. Trató conseguirse un hombre y no paró de tratar hasta que dio cuenta que no era un hombre lo que buscaba. 

Luego de tener a Elías, le coqueteó a unos cuantos hombres y se acostó con varios. En la cama, mientras el hombre hacía todo lo posible para satisfacerse, ella no dejaba de mirar el techo, encontrando bastante desagradable por estar con alguien tan brusco y egoísta. La peor parte era cuando gruñían o le preguntaban si le gustaba. 

Sabía que no era algo que le había dejado de gustar los hombres. Sabía que sería capas de acostarse con William. Lo conocía tanto que sabía que no estaba tan equivocada al imaginárselo en la cama. William, al igual como lo hizo Eliza, no iría directamente a penetrarla solo para el placer propio. Como todos los hombres que la han llevado a la cama. 

Por otro lado, ante la necesidad de volver a sentir ese mismo placer que le dio Eliza, también trató con mujeres. Se le hizo más agradable, teóricamente lo había disfrutado bastante y no decidió irse antes de que la otra persona llegara al orgasmo, como lo hacía con los hombres. Sin embargo, sentía que les faltaba dureza y un poco de perversión. 

Se sentó en la cama y miró a su hijo levantarse para sentarse a su lado. Le acarició el cabello al menor y comenzó a pelear en su cabeza con Eliza, lo hacía cada vez que había silencio. No se la podía imaginar respondiéndole sus gritos mentales, ya que no la conocía para nada. Luego de un tiempo, siempre se sentía mal por hacer eso, ni siquiera sabia si estaba viva. 

—¿A mi papá también le gustaban los dulces?—Sandie miró a su hijo, siempre le preguntaba si tenía algo común con él y siempre recibía la misma respuesta. 

—No lo sé, cariño. 

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2024 ⏰

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