VEINTICUATRO

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24. No la necesitas

Sí, sé que suena raro, pero no muchas cosas me daban miedo.

Quizás algunos animales de más de cuatro patas. Cuando era más niño le temía a la oscuridad, aunque ese temor no cuenta, pues me fue pasando cuando crecí. Las películas de terror por otro lado sí me causan pánico, así que prefiero no verlas.

¿Qué otra cosa? Ah sí, quizás expresar mis sentimientos. Y... supongo que nada más. Sin embargo, en esta ocasión sí que había algo que tenía todos mis sentidos alerta, que me había enviado una oleada de terror que no creí sentir jamás. Esta vez, sí que esperaba pellizcarme y despertar de alguna pesadilla.

La cosa es que no podía.

Porque no era una pesadilla.

Sino una realidad.

Los deportes eran otra cosa que odiaba. Nunca me consideré un buen deportista, simplemente hacía lo obligatorio para que una mala calificación no arruinara mi promedio. En esta ocasión, tuve que sacar a relucir aquella parte de mí que no pensé que existiera.

Y entonces corrí como nunca.

Probablemente no fuese nada bueno para mi cuerpo flojo debido a la falta de costumbre, pero nada pudo importarme menos. Ni siquiera la nieve que pisé con mis botas fue impedimento para que me apresurara. Por suerte no estaba muy lejos, y con mi bufanda cayéndose al suelo, continué con la carrera hasta que pude adentrarme al bosque

Más allá, esquivando los árboles y las montañas blancas, logré divisar un lago completamente congelado. Mi respiración salió con torpeza y el pecho me empezó a arder. Jadeé, en lo que ubicaba lo que tanto estaba buscando.

Miles de pensamientos se me vinieron a la cabeza. Y entre esos había uno esencialmente

¿Cómo carajos fue que pasó?

Tenía la angustia reflejada en mi mirada. El temor incrementando, la desesperación, y un sinfín de cosas que no podía controlar. Ahora mismo no tenía idea de cómo podía reaccionar, era un absoluto manojo de nervios.

Continué con el trote hasta que logré llegar del todo.

El lago estaba exactamente igual a como estaba cuando vine la primera vez. Sin embargo, las personas allí hicieron que mis oídos dejaran de zumbar para poder ubicarme en el momento en el que estaba.

Mike se arrastró, intentando jalar el cuerpo en sus brazos

—¡Ethan! —me llamó—. ¡Ayúdame!

Coaccioné, sacudiendo mi cabeza

A pesar de que la superficie se viera en extremo delicada, me apresuré lo más rápido que pude, sin caer en el intento. Me deslicé de rodillas y sostuve el rostro de Mack con cuidado en mis manos para dejarlo con mucha suavidad en el suelo.

Invierno de colores✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora