Día 6. Los recuerdos de la abuela

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Una tarde de invierno toda la familia se reunió. Los hijos que adoptó con “su esposa” llegaron de visita con sus nietos. Eri Midoriya había tenido dos pequeños, y Kota un par más.

Se reunieron en torno a la sala donde instalaron el pino navideño. La mesa de centro y la alfombra rebosaban de una vida de recuerdos, álbumes viejos, premios y tantas cosas que recordaban su vida como héroes profesionales.

Sus nietos festejaron de alegría repentinamente al reconocer a su abuelo Deku en sus años de estudiante, luego esa fotografía recorrió la sala hasta llegar al par de ancianos sentados en el centro. Izuku y Ochako miraron con nostalgia su foto grupal de UA.

—¿Quién es él? —preguntó uno de los niños repentinamente.

Otra foto recorrió la sala hasta hallarse en la mano de Izuku, quien acentuó su expresión melancólica.

—Es Dynamight, ese héroe de las explosiones —respondió.

Los niños se sorprendieron irremediablemente y preguntaron sin parar a su abuelo, pues había en la historia solo un héroe que rivalizó con el símbolo de la paz Deku, y al parecer su rivalidad había empezado mucho antes de ser héroes profesionales.

Cuando los niños dejaron a Deku tranquilo y volvieron a concentrarse en los recuerdos, el antiguo héroe se levantó con una fotografía en la mano y caminó a paso lento hasta perderse en una habitación.

Eri fue detrás de él, temiendo que los recuerdos hubieran sido demasiado abrumadores y su padre necesitará un apoyo.

La puerta de su habitación estaba abierta, así que entró. Descubrió con amargura que la habitación era solo de él, había una cama pequeña, un mueble junto a la cabecera de la cama y muchos pósters y periódicos. Además sobre el colchón había un par de fotografías, una, la que vió en la sala, solo un par de chicos con el uniforme de UA, abrazados, cada uno con una sonrisa en el rostro, vió a su padre en sus épocas juveniles y a Dynamight; pero la segunda fotografía sacó a relucir una amarga verdad, pues los amigos no se besan en los labios, ni se abrazan del modo en que lo hacían Izuku y Katsuki.

El rechinido de una puerta la sacó de su ensoñación, al girarse descubrió a su padre con las mejillas encharcadas y una mirada desolada.

—¿Por qué te casaste con ella si no la amabas? —fue lo primero que atinó a preguntar.

—Es complicado… —murmuró su padre escondiendo la mirada.

Eri no gritó, no exigió respuestas ni corrió a contarle lo que vió al resto de la familia. Se acercó a su padre y lo guió a la cama, donde se sentó junto a él para escuchar su historia. Para escucharlo confesar que tuvo que sacrificar su felicidad a cambio de hacer eso que tanto amaba.

Nadie aceptaría el matrimonio de dos hombres, mucho menos de dos héroes, era inmoral, asqueroso, desagradable. Dos de los más grandes héroes de Japón se amaban, pero a nadie pareció importarle, querían a los símbolos de justicia, los héroes invencibles, no a las personas debajo del disfraz con todos sus defectos, virtudes o anhelos.

Deku se casó con una heroína para mantener las apariencias. Acordaron hacerlo si ninguno había encontrado pareja a cierta edad. Ella lo amaba, pero él a ella no; aún así Uravity lo aceptó, creyó que el tiempo juntos lo cambiaría, que algún día se enamoraría, pero conforme más pasaba el tiempo más se marchitaba el corazón de un hombre que suspiraba por un amor perdido.

—Las cosas son diferentes ahora… ¿por qué no lo buscas y lo intentan de nuevo? —preguntó Eri interrumpiendo los sollozos de su padre.

—Nos abandonamos por completo… dejé de buscar su nombre en las noticias, dejé que su rostro se borrará de mis recuerdos… dejé que él muriera para mí… —masculló con las lágrimas desbordándose de sus ojos—. No tengo idea de donde está ahora o si acaso ya me olvidó…

Su padre, el héroe que alguna vez fue símbolo de la paz, lloró desconsolado entre sus brazos. La sociedad a la que tanto intentó proteger acabó rompiéndole el corazón, y ella, por desgracia, solo pudo quedarse ahí siendo un refugio para el hombre que la crió.

[...]

Sus hijos se lo llevaron lejos una semana antes de navidad, alquilaron una cabaña muy en lo alto de las montañas. El lugar era hermoso y tenía un clima apacible a pesar de la temporada, era perfecto para dejar volar los recuerdos y ayudarlo a encontrar calma en su agitado corazón.

Aquella mañana estaba sentado en el pórtico sobre una mecedora que Kota compró para él, había una taza con chocolate caliente a su lado, entre sus manos una fotografía enmarcada de él junto con ese hombre que fue su primer y único amor.

Suspiró pesadamente y se dejó caer en el respaldo, soñando con lo que pudo haber sido, con esas noches pasionales que terminaban en risas cuando ellos se acurrucaban entre las sábanas, si tan solo el destino no hubiera sido tan cruel.. Si tan solo pudieran darle una segunda oportunidad.

De nuevo las lágrimas brotaron sin resistencia y sintió un hueco en el corazón, mientras su mente reproducía sin cesar aquella voz que apenas recordaba, de tono grave, áspera, llamando su nombre.

Escuchó el crujir de la nieve, alguien estaba caminando hacia la cabaña, él se levantó para limpiarse las lágrimas y fingir —otra vez— que todo estaba bien.

—¿Por qué estás llorando? —preguntó una voz desconocida.

Levantó la vista, al pie de las escaleras vió a un hombre semi encorvado que dejaba descansar su peso sobre un bastón. El extraño se quitó el sombrero, dejando ver una sonrisa que casi le causa un ataque a Izuku.

El héroe vió unos ojos escarlata apagados por el paso del tiempo; un cabello rubio cenizo que se interrumpía de forma irregular por las canas, y un cúmulo de arrugas, que en sus épocas juveniles Izuku advirtió que aparecerían por la perpetua expresión de enojo que llevaba ese hombre.

Estaba tan perdido en verlo, intentando descifrar si estaba viendo una ilusión o simplemente había muerto y ahora iba al paraíso, que solo reaccionó cuando un par de manos cálidas acariciaron sus mejillas.

—Tú estás igual a como te recuerdo, Izuku.

—¿Kacchan? —preguntó con anhelo.

—Sí, Kacchan.

Entre lágrimas correspondió el gesto, se estiró para acunar ese rostro entre sus manos, al sentir su calidez y tener de cerca esa sonrisa cautivadora comprendió que no era ninguna ilusión, ni un sueño, él estaba ahí.

Se levantó para abrazarlo, el otro correspondió, entonces el tiempo, la realidad, todo se esfumó. Solo quedaron ellos, dos amantes envueltos en los brazos de su alma gemela, reunidos de nuevo, con el resto de su vida como regalo para compartir su felicidad.

Calendario de adviento 2023 [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora