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Comienzo.
El horno de piedra comenzaba a flamear y a calentarse, cociendo a la perfección las galletas.
Archie las había puesto hace unos 5 minutos y el calor era exhaustivo.
La cocina tenía lozas de mármol, tacitas de colores, cuadros bonitos, una mesa con sillas de bronce y aleación de hierro con un mantel clásico de cuadros rojos y blancos.

Las cortinas bailaban con el viento, uno agradable a ojos de aquella cálida tarde. Los musgos amenazaban con colarse por las ventanas de la encimera,y a arañar la pared. Pintaban de verde lo que fuera y estuviese a su paso.

A Fenrir le encantaba, a aquel loco y apuesto caballero de galera y bastón.
Caminaba como quien baila con parsimonia y suspiraba melodioso cada vez que lo agarraba la lluvia o alguna que otra nube rosada cargada de gotas de lluvia. Era un gran tipo, y un apuesto caballero. Vestía un saco de tul, zapatos relucientes, galera y guantes blancos.

Lo que lo hacía ver casi con elegancia. Frecuentaba casinos de la ciudad y se paseaba por las calles bajo los faroles encendidos en medio de la noche.

–¡Zapallo, calabaza,puerro y puercoespin!–cantaba,—¡Que agradable es estar aquí!.

Una vez se topo con un enano que llevaba una legumbre en un cesto y vestía un cómico sombrero rojo y puntiagudo.

El enano tenía la voz aguda y daba saltos por doquier, sin moverse de su lugar. Fenrir intentó quitarle la legumbre pero este empezó a chillar innumerables palabrotas. Su voz parecía un cascabel apenas audible. Que divertido era aquello. Pronto comenzó a llover y las gotas al igual que el viento amenazaron con llevarse volando al enano.

Entonces Fenrir le ofreció una mano enguantada, y el enano de un brinco se subió. Y Fenrir comenzó una alegre caminata por las calles de Aurora Hill's.

<<Tin tin>> sonaban las campanas al amanecer y el enano una vez llegados a casa del loco de la galera, reposó en una esponja de lavar vasijas y cuchicheó solo un buen rato. Tenía unos pies tan pequeños que al caminar se le veía súper cómico, como si fuera un muñeco.

Fenrir tomó asiento frente a la chimenea y se sirvió una taza de café en una tacita de porcelana. Sin el sombrero,su cabello azabache estaba despeinado hacía cualquier dirección. Tenía la nariz recta y en la mesita de luz descansaban sus anteojos de lectura.

–¡Ey, hombrecito!–llamó al enano entre susurros,—¿Quieres un turrón de azúcar?.

Seguido, arqueó una ceja divertido y el enano lanzó un silbido que significaría que si, y moviendo su cabeza arriba y abajo asintió. Un turroncito de azúcar para el pequeño invitado con zapatitos de tul. Fenrir lanzó una afable carcajada y le tendió un turrón.

El pequeño invitado comió y lamió el dulce cuadradito. El televisor de la mesa de estar chisporroteaba y lanzaba chispas candentes. Estaba apunto de emitirse un programa a colores monotonos. Fenrir decidió escuchar una canción en formato vinilo en el tocadiscos.

"Pan pan pan. Los vestidos danzarán, volutas de humo de la chimenea saldrán. Noche tras noche bailando vals y a la dama de mejillas sonrosadas le encantará".

Vals del clásico.

Suspiró moviendo al compás sus largos y enguantados dedos.
En la esquina descansaba un hermoso piano lustrado. Mientras tanto en la casa del señorito Archie las galletas ya estaban listas y puestas sobre el mantel en la mesa ovalada,al lado de un florero de tulipan.

Los pajaritos cantaban alegremente en el jardín y el cielo estaba hermosamente decorado con colores purpurinos y anaranjados. Un hermoso día en Primrose Hill's. La casita de adoquines de Archie ya se estaba llenando por completo de musgo y enredadera. Parecía la guarida de un viejo hechicero. El farol de afuera se balanceaba adelante y atrás,provocando un chillido metálico.

Archie, masticando una galleta exclamó:

–¡Qué bien sabe, la cantidad exacta de azúcar púrpura y rayitos de luz de arcoiris!.

Se dicen que las galletas eran hechas con magia en algún tiempo y solían hacerse en el jardín porque así podían absorber toda luz proveniente del sol y la luna. Archie carcajeó satisfecho, y sorbió de su té de miel. La tetera humeaba. Sus pies que no llegaban al suelo, se movían al compás de una melodía silenciosa, todo estaba tranquilo y no había rastros de duendecillos que robaran la comida.

Por supuesto que es un trampa.
Porque estoy recién comienza.
Una historia disfrazada.

ArchieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora