A las cinco salgo a la calle y me dirijo hacia la casa de los Oviedo con el libro de matemáticas en la mano.
Jesús y Dani no es que vivan del todo cerca y por muchos jerseys y bufandas que me ponga el frío que esta haciendo a mediados de enero no es soportable. Según lo que escuche ayer en las noticias España esta siendo sacudida por un ciclón que está haciendo que en Sevilla haga un tiempo asqueroso desde hace poco menos de una semana. Ay, como me hace echar de menos este tiempo a mí querida California. Pero bueno, mamá quiso volver a España con su familia hace ya unos cinco años y mi padre con la excusa de que está locamente enamorado de ella, la trajo de vuelta a España y nos alejo a mi y a mis hermanos del lugar donde nacimos. Pero bueno, Mairena no está tan mal y una ya se a acostumbrado, además el tiempo aquí no es malo, pero como en Fresno en ningún sitio.
Llego por fin a la calle del Sol y me acerco a la casa que tantas veces he pisado ya, aún sin tener ningún tipo de relación con ninguno de los dos chicos de mi edad que viven allí, sin contar, claro esta, el que soy la profesora particular de uno de ellos.
Llamo al timbre y la verja se abre acompañada por un molesto pitido al cual ya estoy acostumbrada,me acerco a la principal, pico al timbre y Jesús me abre sin dejar de mirar a la pantalla de su móvil.
- Hola.- Dice, sin ni siquiera mirarme a la cara.
Se da la vuelta y se va mientras contesta al mensaje que ha hecho que no me preste la mínima atención. Solo pido una sonrisa, aún que sea por educación, el cariño ya va aparte.
Entro y cierro la puerta puerta tras de mi.
- Elizabeth, ¿traes calculadora?- Me pregunta Dani mientras baja por las escaleras.
- No. Soy tu profesora, no tu sirvienta.
- Tranquila, ves a ver si mi hermano tiene mientras preparo las cosas.
Al escuchar aquello un leve escalofrío recorre toda mi columna vertebral.
- Corre.- Dice Dani, al ver que no le hacía caso.
Subo, se que habitación es, estudiamos allí cuando el padre de los gemelos esta trabajando en el comedor. Me paro frente a la puerta y llamo.
- Pasa.- Escucho al otro lado.
Abro y entro. Jesús me mira extrañado.
- ¿Tienes una calculadora?
Se levanta de la cama y se acerca a los cajones del escritorio, saca una calculadora científica y viene hacia mi.
Me sonríe y me la cede. Y en lo más profundo de mi subconsciente pienso que esa sonrisa se acerca más al cariño que a la educación.
- ¿Tú no venias los martes y viernes?
- Jueves.- Le corrijo.- Y sí. Pero tu hermano me ha pedido que viniera.
- Oh, matemáticas, ¿no?
- Sí, mates.
- ¿Podría ir yo también? No he entendido mucho lo que ha explicado hoy.
Si no hubieras estado tonteando con la lagarta toda la clase ahora no tendría este problema, pero bueno, a él no me voy a negar.
- Claro, coge tu libro. Estamos abajo.
Salgo de la habitación algo irritada y bajo los escalones de dos en dos, como siempre. Manías mías.
- Dani, esperamos a tu hermano, que me ha pedido que se lo explique.
Me mira fijamente y al final asiente.
Me coloco a su lado y abro el libro por la página 143.
Jesús llega al rato y se sienta enfrente.
- ¿Qué página?
- Ciento cuarenta y tres.- Dice Daniel.
Su hermano le hace caso y abre el libro.
Empiezo la explicación y no puedo evitar sentirme observada, Dani a mi lado, no aparta la mirada del libro. Él no es el que me mira. Y prefiero no seguir sacando conclusiones.
A las seis y media les mando ejercicios extras y hago el aman de irme a mi casa.
- Elizabeth.- ¿Alguien me puedo explicar por qué en esta casa todos me llaman por mi nombre completo?
- Dime Jesús.
- ¿Me das tu número?
Me parece que los ojos se me van a salir de las órbitas. ¡Pero si le he dicho los deberes por el grupo de clase más de una vez!
No me puedo creer que después de tres años en la misma clase sea jodidamente invisible para él. Mientras yo me curraba el darle una buena impresión y caerle simpática, él daba las gracias a alguien completamente desconocido para él después de que le dijeran que había que hacer de historia.
- ¿Es para algo importante?- Digo seca.
- Mmm... para hablar.
- Entonces siento decirte que mi móvil se ha caído...
- ¿Al vater?- Dice sin dejarme acabar.
- No, por un acantilado.
Cierro la puerta de su casa y me voy a paso ligero hacia la mía. ¿Como se puede tener tan poca vergüenza? Se podría decir que ahora mismo la rabia se me sale por los poros. Si viniera de otra persona podría haberme dado igual pero, joder. Tres años pillada por un chico que ni siquiera sabe si cuando le pasaba los deberes era yo o era mi tía la del pueblo. ¿Acaso sabe que estoy en su clase? ¿O sus conocimientos sobre mi no sobrepasan el saber que le doy clases a su hermano y que me llamo Elizabeth?
Estoy a dos calles de mi casa cuando alguien me pita desde un coche.
Perfecto, mi padre. Por lo menos me ahorro el caminar.