Capítulo 4

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Otra mañana normal había llegado, y con ello otra oportunidad de no hacer nada. Puede que no quisiera admitirlo, pero las palabras de la señora Liz comenzaban a volverse una realidad para mí. Estaba harto de estar encerrado en mi cuarto, pues desde que me había mudado al pueblo, no acostumbraba a salir si no era sumamente necesario, y las veces que lo hacía alguien me acompañaba. A pesar de las insistencias y los esfuerzos de la señora Liz, no podía dejar de ver este pueblo como un lugar desconocido y, en ciertas ocasiones, aterrador.

«El mundo tiene cosas muy bellas, pero esas cosas no llegarán a ti si no te esfuerzas en buscarlas» recordé, mientras permanecía recostado en mi cama, ya había decidido esforzarme un poco, pero no había tenido muchos resultados positivos. Y empezaba a creer que no podría lograrlo solo.

El rugido de mi estómago me indicó que debía comer algo, caminé con cuidado hacia el refrigerador y con mis manos tanteé las cosas que había allí. «Debería comprar huevos, y la leche se me está acabando» pensé mientras agitaba el envase de cartón.

Prepararme para una salida se había vuelto mucho más dificultoso desde mi accidente, debía tantear y controlar que llevaba todo conmigo «Llaves, billetera, celular y documentos... creo que está todo». Tomé la billetera entre mis manos y con mis dedos sentí la cantidad de billetes que tenía, desde que perdí mi vista me veía obligado a pagar con mi celular, y creía que el uso de dinero en efectivo había pasado a mejor vida, aunque en ocasiones había ido al banco y ellos me habían dado el dinero ordenado de menor a mayor numeración, en cuanto compraba algo en alguna tienda, el temor de equivocarme de billete hacía que acabara usando mi teléfono.

Me había estado distrayendo con mis pensamientos pesimistas, como si estos me retuvieran de salir al exterior, pero ya lo había decidido. Por lo general acompañaba o le entregaba una lista a la señora Liz para que hiciera mis compras, pero cada vez que lo hacía el pensamiento de que solo era una carga para los demás se hacía más visible en mi mente. «Si yo no estuviera...» alejé esos pensamientos de mi cabeza y salí de mi departamento.

—Oh, Alex ¿a dónde vas tan temprano?

—Buenos días señora Liz, quiero ir a comprar algunas cosas.

—Ya veo, ¿quieres que vaya? —preguntó con su amabilidad característica.

—No, gracias. Es que me hace falta un poco de movimiento —dije con una débil sonrisa. Lo cierto es que me estaba empezando a arrepentir de ir, pero no podía seguir siendo una carga para los demás, además no era mentira que me faltaba movilidad.

—¿Seguro que no quieres que te acompañe?, si me das unos minutos...

—Estaré bien, el supermercado está cerca, y tengo el GPS de mi celular por si me llegara a perder —la tranquilicé, no quería que se quedara preocupada por mí.

—De acuerdo —dijo la mujer con un tono de rendición.

Extendí mi bastón y caminé rumbo al supermercado, conocía el camino, ya había ido un par de veces con ella; sin embargo, esa era la primera vez que iba solo, de hecho, era una de las primeras veces que recorrería el pueblo por mi cuenta. Hasta ahora solo me había limitado a ir hacia el hospital y de vuelta a los dormitorios. De hecho, hacer algo tan común como comprar por mí mismo me resultaba bastante satisfactorio. Después de todo ¿qué es lo peor que podía pasar?

—Estoy perdido —musité para mí, mientras sentía el césped a través de mis zapatillas.

«Tengo 20 años y estoy perdido como un niño de 8. Soy una vergüenza» me lamenté. Volví a intentar encender mi celular aferrándome a la esperanza de que funcionara, pero no hubo caso, estaba muerto. A medida que los minutos pasaban mi incredulidad de la situación comenzó a transformarse en ansiedad. Podía escuchar a las personas pasando cerca mío, sentía sus miradas curiosas y burlonas.

Amor ciego, sordo y mudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora