Capítulo 23

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—Muy bien, parece que lo entendiste.

El chico a mi lado pareció muy contento, llevábamos días con ese tema, y al fin había podido entenderlo muy bien. El joven pareció hacerle una seña a su madre, pues al poco tiempo escuché sus pasos acercándose a nosotros.

—¿Y cómo le fue a mi hijo señor Bandel? —preguntó la mujer.

—Va mejorando, pronto ya no necesitará mis clases.

—¡Ja!, eso lo dudo.

—¡Mamá! —gritó el pequeño con voz enojada y un tanto avergonzado por el comentario de ella.

—Oye baja la voz recuerda que estamos en una biblioteca, además era una broma. Espérame afuera.

Los pasos del pequeño se fueron alejando de donde estábamos, el pequeño Billy era mi nuevo estudiante, pese a su actitud rebelde, mostraba una buena disposición para aprender (si es que le atraía el tema), de hecho, su actitud me resultaba muy conocida, pues en el pasado solía ser igual a él.

—¿Este libro es de usted? Se llama Biología del cuerpo humano quinta edición.

—No, ese es de aquí, si me deja yo lo...

Alex, ¿quieres que lo lleve?

La voz del celular de Bea se escuchó detrás de mí, había olvidado que trabajaba hoy, según tenía entendido hoy había clase de señas y ella debía salir antes para poder llegar. Me giré en su dirección y dándole el libro le hablé de manera clara y lenta.

—Gracias Bea, ¿pero no debes ir a la clase de señas?

En cuanto termine con esto iré, nos vemos.

Ella se marchó con cierta prisa, puede que estuviera apurada, pero lo cierto es que Bea llevaba un par de días extraña, nuestras conversaciones solían ser más largas y más frecuentes, pero desde hacía unos días ella se había apartado un poco, o es lo que yo sentía.

—Esa chica lo ha estado viendo todo el tiempo ¿acaso es su novia? —preguntó la mujer mientras posaba el dinero en mi mano.

—¿Eh? no, no lo es. Solo es una amiga —dije mientras usaba la cámara de mi celular para verificar que la cantidad era correcta —Está todo, gracias de nuevo.

—No hay de que, sus clases ayudaron mucho a mi hijo. ¿Le importa que lo traiga mañana?

—Mmm... mañana no puedo, pero lo puedo recibir el sábado —dije revisando mi agenda mental.

—Perfecto, entonces me aseguraré de decirle a las demás madres sobre sus clases.

—Gracias por eso.

La mujer se marchó. En gran parte me sentía muy feliz porque mis clases estuvieran dando frutos, ayudar a las personas del pueblo (sobre todo a los niños) y recibir un pago por ello me parecía una ganar ganar, como se suele decir. Por fin mi vida empezaba a tomar un rumbo fijo y el sentimiento de independencia que tenía era cada vez más común.

—Ahh, me estoy quedando sin tiempo libre —dije mientras escuchaba mi agenda en el teléfono. Estaba bien que las clases progresaran, pero entre ellas, las sesiones de psicología y mi tratamiento, la mayoría del tiempo me encontraba ocupado. Una llamada interrumpió mis pensamientos.

—¿Lucía? ya sé, voy tarde para...

Olvídate de eso, quería hablarte de una cosa. ¿Puedes venir al parque ahora?

Era extraño, la voz de Lu sonaba fría, debía tratarse de un tema serio, pues pocas veces había escuchado ese tono en ella. De cierta forma me daba escalofríos que pudiera ser alguna mala noticia. Todavía estaba un poco dubitativo al respecto, pero acabé aceptando la propuesta de reunirnos.

Amor ciego, sordo y mudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora