Capítulo 12

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Con un viento húmedo que pronosticaba tormenta detrás nuestro, recorrimos lentamente el camino de tierra. El andar se me dificultó más de lo que creía, la ausencia de mi bastón, y el fuerte agarre de mi amiga, hacían que incluso un trayecto simple y corto como ese demandara todo mi esfuerzo. Y los recientes eventos que habían hechos estragos en mi cuerpo de manera física y emocional no ayudaban en absoluto.

-Bea, ¿puedes soltarme ya?

Ella no contestó y tampoco cedió su agarre, quizás estuviera muy concentrada en el camino, o había decidido dejar de hacerme caso por temor a que, en el momento en que se distrajera, yo decidiera reanudar mi temerario acto. La última opción se me hizo la más correcta y, de hecho, no estaba seguro de saber qué pasaría si ella acababa soltándome de repente. Había perdido la certeza hasta de mis propios pensamientos.

«Ojalá tuviera mis cosas» me dije tanteando mis bolsillos vacíos, tener mi celular encima en todo momento se había vuelto un hábito común en mí, y desde mi accidente, ese dispositivo se había vuelto una herramienta fundamental en mi día a día, a tal punto que no tenerlo me resultaba lo más extraño del mundo. «Distráete todo lo que quieras, pero ambos sabemos que lo peor está por venir» dijo una voz en mi cabeza. «Y aquí está» agregó cuando noté que Bea empezaba a detenerse.

-¿Qué sucede? -pregunté en su dirección y una voz femenina nos llamó a la lejanía.

-Oh por dios ahí están... ¡Jim, los encontré!

-Ay no, aquí viene...

-¿Se puede saber que estabas pensando hacer? -preguntó Lucía con cierta incredulidad en su voz.

-¿Tú qué crees? iba a...

No fui capaz de terminar la frase, pues volví a sentir el mismo dolor en mi mejilla que hace unos momentos, pero esta vez el golpe fue más fuerte y ruidoso que antes; incluso el agarre de Bea se vio afectado por él. «Espero que esto no me deje marca» pensé con cierto alivio de no haberlo dicho en voz alta, no quería imaginarme como se pondrían si llegaban a escuchar tal borma en ese momento. Aunque una de ellas no la escucharía como tal.

-Hey, tranquila Lucy -la detuvo Jim.

-Descuida, eso me lo merecía -dije con una mano en mi cara.

-Créeme que si fuera por mí... ¿Cómo se te ocurre hacer semejante estupidez? ¿Tienes idea de cómo nos sentimos cuando encontramos esa carta? -gritó furiosa.

-Lo siento, sólo quería terminar con todo... estaba cansado -me excusé con la cabeza baja.

Hubo un enorme silencio que hizo crecer en mí un miedo profundo por el que pudieran decir ellos, poco después escuché unos pasos lentos acercarse a mí.

-Debiste habernos dicho... somos tus amigos -dijo Lucy envolviéndome en un fuerte abrazo, la acción me parecía tan inusual que un ligero escalofrío se extendió por todo mi cuerpo.

En cualquier otra situación, hubiera pensado que tal acción por su parte sería imposible, pero con todo lo que había ocurrido, y por cómo estaba mi cabeza, no descartaba la idea de que solo fuera parte de mi imaginación.

El abrazó duró varios segundos, luego se separó al mismo tiempo que otras pisadas se iban acercando a mí, era Jim que, con un muy inusual tono de seriedad, comentó que era su turno.

-Déjame adivinar, ¿vas a darme un golpe también?

-Debería... Pero creo que has tenido suficiente con el de Lucy -La joven le dio un codazo al chico y este se disculpó.

-Gracias -musité.

-De nada, pero Alex... ¿en serio pensabas hacerlo?

No respondí, simplemente me limité a agachar la cabeza con arrepentimiento esperando que él dijera algo más. Con una mano sobre mi hombro, James habló.

Amor ciego, sordo y mudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora