I: Edificio pendiendo de un hilo... literalmente

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—Señorita, ya falta poco para llegar —dijo el taxista mal afeitado mientras miraba al soso cielo gris de afuera. Su interlocutora le dio una sonrisa y desde su asiento del copiloto miró a su hijo, que sostenía su mochila con fuerza. Danny no había dicho ni una palabra desde que se subió al taxi, lo que su madre agradecía en silencio: desde el principio Danny se mostró apático por el plan de contingencia. Emilia tampoco le agradaba el plan, y habría entendido si Danny hubiera hecho una pataleta o que llorara a mares, algo típico de un niño en su situación. Pero lo único que obtuvo Emilia fue silencio y nada más. "Tal vez se resignó desde un principio", pensó. Se fijó en los pocos árboles que quedaban al subir el acantilado, que contrastaban con la arena y el mar. Emilia creyó necesario sacar tema de conversación, por lo que se volteó un poco más y se puso a hablar con su hijo.

—Si te aburres mucho, puedes ir a la playa, Danny.

—Con este frío, señorita, no creo que eso sea posible, a menos que quiera que su hijo agarre un catarro —dijo el taxista, hundiendo el comentario de Emilia al olvido. Ella debía recordar que estaban en febrero; un mes frío y de densa neblina. Gracias a Dios que el taxista llevaba las luces prendidas o de lo contrario —y Danny lo pensaba así— caerían en cualquier momento por el precipicio.

—Bueno, tal vez puedas ir a finales de mes, cariño.

Eso despertó a Danny de su letargo, pero no para bien.

—Si es que los turistas no llegan primero. Muchacho, ten listo tu bloqueador solar para coger el mejor espacio ahí abajo antes que el resto —el taxista volvió a entrometerse aunque esta vez, Emilia se sintió agradecida por la intervención.

—Pero mamá, dijiste que solo te tardarías una semana y algo —protestó Danny en su asiento, con una expresión más aterrada que ausente.

—Lo sé, amor, pero la cosa se puso más difícil de lo que pensé —Emilia le devolvió una mirada decepcionada a su hijo. Aunque este quería protestar, recordó que su mamá ya tenía suficientes preocupaciones como para añadir una más. Por ello se quedó quieto y volvió a callarse.

—No será tan malo. Es decir, hay niños en el edificio... creo. Tendrás a Celia, aun así: a lo mejor te enseña algo nuevo o pueda enseñarte el pueblo.

—Si es que ella se acuerda que existo. Tiene dieciséis años, ¿qué hará con alguien de ocho?

Esa era otra razón del porqué Danny no quería ir.

—Ma... ¿estará el tío Ernie?

—¡Por supuesto que sí! —puntualizó Emilia, aun sin darse por vencida en la batalla—, podrás aprender mucho de él, de eso estoy segura.

—Pero... no me agrada la idea de vivir con la bruja de su mujer.

—¡Danny!

Emilia abrió mucho los ojos por la sorpresa, y el taxista casi despide una carcajada de sus entrañas. Danny pensó que recibiría un regaño, pero sólo obtuvo la mirada tímida de su madre. Emilia le daba la razón al comentario de su hijo en su cabeza, pero eso no quitaba que fuera grosero. Buscó apoyo en el taxista, quien solo levantó los pulgares del manubrio y mencionó que Danny era "un hueso duro de roer". Emilia se dejó caer en el asiento, derrotada. Danny decidió ocultar sus pensamientos y recogió sus piernas con sus brazos, abrazándolas sobre el asiento. Estaba abrumado por la situación y temía lo que sea que fuera a pasarle. ¿El mudarse a la casa de sus tíos supiera quién por cuánto tiempo acabaría bien para él? A Danny le parecía la peor idea del siglo y sabía que le haría añicos: no por nada había dicho lo que dijo.

Danny y la Baraja MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora