V: ¿Qué resguarda la caja de madera?

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—Vamos... vamos... ¡rayos! —farfulló Danny con rabia cuando intentó pasar al siguiente acertijo. A estas alturas Danny había descubierto que la caja era un rompecabezas gigante; había mecanismos, diversos e intrincados; piezas extraíbles, las cuales debían encajar en los lugares menos esperados; botones ocultos de difícil acceso, y acertijos, uno más insólito que el anterior. Era el rompecabezas más complicado que alguna vez Danny pudo encontrar, no solo por la variedad de obstáculos que tenía sino porque era un reto a la paciencia: se había matado tanto al estudiar que ya sabía las bases del francés. Después de tantos esfuerzos, Danny tenía la corazonada de estar a punto de lograr descifrar la caja por completo. No obstante, una operación matemática aún no lo dejaba alcanzar su meta.

Danny arrugó el papel que tenía entre sus manos y lo tiró hacia una montañita de bolitas iguales a ella. La caja, como un cajero automático, tenía una apertura en un costado para introducir la respuesta a la operación. Danny había visto incontables veces cómo ese condenado lector devolvía su respuesta, y tras su octogésimo intento y con una suavidad que delataba estrés, Danny respiró con fuerza para no gritar y agarrar la caja a golpes. Mientras se frotaba las sienes, Danny decía su mantra especial con una voz temblorosa:

—Muy bien, con calma. Intentemos de nuevo: lo peor que puede pasar es que te rechace la respuesta... otra vez —Danny tomó otra hoja de papel y empezó a escribir una respuesta. Terminó a los quince minutes dibujando el nueve con un pequeño relieve. El niño miró de soslayo el proceso y el resultado, y con manía repasó cada paso: repasaba cada paso y tamborileaba su rodilla con el lápiz. Los números parecían estar bien después de su minuciosa inspección así que no perdió el tiempo e introdujo el papel en la apertura.

La caja chupó el papel y se quedó quieta después de hacer ruidos rechinantes. Danny cruzó los dedos, se balanceó hacia adelante y hacia atrás con el estrés hasta el tope. Los engranajes —posiblemente de metal por lo ruidosos que eran— crujían y giraban. Danny vio de reojo la caja, esperando que la caja devolviera el papel... pasaron veinte segundos que se sintieron como veinte años, pero después de eso, la caja se quedó en silencio y aún no devolvía la hoja de papel... ¡eso significa que lo logró: Danny venció ese acertijo!

—¡Sí, sí, funcionó! —gritó Danny campante mientras aplaudía su victoria, y de la emoción saltó de la cama y silbaba con euforia.

—¡Ernest! —aulló Amy desde la cocina, rompiendo los tímpanos de Danny—. ¡Dile a ese mocoso que deje de gritar, no me deja leer mi revista en paz! —terminado el griterío, se oyeron pasos que venían del piso de abajo. El corazón de Danny se detuvo un segundo y latió con locura al siguiente; se volteó hacia la puerta y vio que no tenía el cerrojo puesto. Danny se apuró y tomó la caja, la metió junto a la escoba, el recogedor y la montaña de bolas de papel al clóset y lo cerró con violencia. Algo del papel arrugado se quedó en el suelo, y Danny lo deslizó a la parte de debajo de la cama; saltó encima de esta, tomó el libro de matemáticas y el lápiz y se puso en la posición menos sospechosa posible, justo en el momento en el que Ernie abría la puerta.

—¿Danny?

—¿Tío Ernie? —respondió Danny, nervioso y con el corazón a mil. Ernie se encontraba con un bol entre las manos e iba vestido con una bata que decía "besa al cocinero". Danny sabía que era un pésimo mentiroso pero rogaba que su situación acabara pronto.

—Eh... ¿te encuentras bien? Parece que te hubiesen atrapado en medio de un crimen —dijo el tío Ernie mientras alzaba una ceja.

—¡Claro, estoy más que bien!

—Entonces, ¿se puede saber por qué estás gritando?

—Gritando, ¡¿yo?!

—Sí, tú, y lo estás haciendo ahora mismo. ¿Qué no ves que te han escuchado desde la sala de estar?

Danny y la Baraja MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora