II: Una no tan calurosa bienvenida

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Danny abrió la puerta, con un cuidado extremo y temiendo que rechinara.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —dijo Danny, pero nadie le contestó. Al entrar más en el apartamento, a su derecha se hallaba la sala, con grandes y cómodos sillones, un reloj de cucú, una mesita de té, y una ventana con la forma de una concha de mar. A la derecha de la sala y más oculto, tras una cortina estaba un estudio, con montones de libros y álbumes de música en las estanterías. El gramófono estaba funcionando en una mesita, y de ahí salía la música. El niño entonces se fijó en la mesa del comedor: recordaba que su tía Amy comentó que, de todas sus posesiones, esa mesa era su mayor orgullo. "Qué feo mueble", pensó Danny para sí: "¿A quién en su sano juicio le gustaría semejante cosa?". Danny se prometió tener cuidado con esa horripilante mesa, e iba a investigar más, hasta que escuchó un suspiro alegre. Entonces, sintió cómo un par de brazos delgados como el spaghetti, lo alzaban del suelo.

—¡Qué alegría verte, campeón! —Danny reconoció la voz de su tío, quien lo agarró de sorpresa. Después de un fuerte abrazo, Ernie lo bajó, y ambos intercambiaron saludos. Ernie se arreglaba el puente de sus gafas todo el tiempo, que se deslizaban hasta la punta de su nariz ganchuda, y se peinaba el cabello —de un color castaño oscuro— ­nerviosamente hacia atrás. Aunque luciera agotado, estaba radiante.

—Déjame preguntar, ¿en dónde está tu madre?

—Dijo que estaba apurada, y necesitaba irse pronto.

—Entonces, ¿se ha ido?

La expresión del tío Ernie se marchitó por unos breves segundos. Pasó de ser un rostro vivaz a uno apenado, como si tuviera un dolor punzante en su cara. Ernie solo tuvo que mover la cabeza de lado a lado para volver a su estado natural.

—Lástima. Aquí le tenía una taza de chocolate caliente. Pero dime, campeón: ¿cómo te fue en el viaje, te ha ido bien en la escuela, qué te parece este lugar, emocionado por el nuevo apartamento, te da miedo que estemos en un piso tan alto? —Danny se sintió mareado por esa montaña de preguntas. Respondió a todo con un: "si, tío, todo muy bien".

—Supongo debes estar un poco cansado después del largo viaje. Tómate el chocolate y te llevaré a conocer tu habitación. Ah, y, e-e-espero que la música no te moleste —dijo Ernie con un naciente temblor en la voz que le hizo tartamudear—. Perdona que la ponga tan alto, pero tengo que disfrutarla mientras no está en la casa. A ella no le agrada ni un poco.

Ese fue un detalle innecesario, pero revelador, que hizo a Danny dar un tic en el ojo.

—No hay problema, tío. No me molesta escuchar a Harry Belafonte —Danny le dedicó una sonrisa conciliadora, para calmarle los nervios. El tío Ernie se volvió un pez fuera del agua por la respuesta de Danny.

—Espera, ¿conoces a Harry Belafonte?

—Sí, es uno de mis cantantes favoritos —respondió Danny con afecto. El pecho de tío Ernie no podía estar más hinchado de orgullo. Danny no tuvo el corazón para decirle que había visto el nombre del cantante en el álbum, que estaba al lado del gramófono. Tampoco tuvo la consideración que jamás había escuchado ni pío de ese tipo.

—Vamos, campeón: deja que te muestre el apartamento. Te tengo una sorpresa que sé que te encantará —dijo Ernie, que sin más recogió el equipaje de Danny y se fue hacia las escaleras.

Al llegar al segundo piso, Ernie le mostró los cuartos a Danny: el más cercano a las escaleras estaba a su izquierda y cubría gran parte del piso superior. Ernie explicó que ese era su cuarto que compartía con su esposa, y Danny lo marcó como zona prohibida. Avanzaron hasta el final del pasillo, y Ernie le mostró una puerta.

Danny y la Baraja MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora