Estos lazos que nos unen parte 3

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Estos lazos que nos unen (tercera parte)

Mientras nos arreglábamos para la cena, fueron llegando el resto de la familia, desde mi habitación podía escuchar los murmullos en la sala, Annie llamó a mi puerta, ya que, por indicaciones de la tía abuela, quería que bajáramos todos juntos para que se hicieran las respectivas presentaciones con el resto de la familia. Al llegar a la gran sala iluminada por un bellísimo candelabro que pendía del techo, pude ver lo antiguo y fino de los muebles que ahí se encontraban, inmediatamente observé que sobre la chimenea se encontraba un gran retrato familiar que parecía haber sido pintado hace ya algunas décadas. Repentinamente, sentí seis pares de ojos mirándome fijamente.

—¡Cathy!—dijo Janice lanzándose a los brazos de una hermosa mujer, y tal como me lo había dicho Albert, bastante parecida a la madre de Anthony, solo que Catherine tenía los ojos verdes—¡han pasado más de veinte años que no nos vemos!—unas lagrimas de felicidad rodaron por las mejillas de ambas mujeres.

—Es cierto, Janice—pronunció la tía Adeline en un tono bastante modulado y que tenía un ligero acento irlandés, era una mujer de unos sesenta y tantos años, con un cabello castaño rojizo apenas encanecido, mientras en su mirada se podía ver la reprobación ante el efusivo saludo de Janice—pero ya habrá tiempo de que hablen de ello, por lo pronto, ¿Por qué no nos presentas al resto de tu familia?

—¿Recuerdan a Alistear, mi esposo?—dijo Janice—y él es mi hijo Archie y su esposa Annie, y mis nietos, Alistear y Anthony Cornwell Brighton.

—Y ellos son—continuó hablando la tía abuela—Albert y Candice Andrey.

El primero en presentarse fue Christopher, un hombre rubio de ojos azules como los del cielo a media mañana, quien presentó a su esposa y a sus tres hijos, los cuales oscilaban entre los quince y diez años de edad y que tenían el mismo tono azul que su padre; enseguida se presentó Emma, la más pequeña de los Andrey quien tenía un hermoso niño de unos siete años de edad y tenía unos seis meses de embarazo, su marido llegaría para la gran fiesta ya que se encontraba en Francia atendiendo unos negocios. Y finalmente, Bernice una hermosa rubia de mirada fría y calculadora, que estaba casada con un hombre bastante mayor que ella, tenían tres niñas y un varoncito que apenas se encontraba dando sus primeros pasos. La única de ojos verdes era Catherine, y era la única que mostraba una sonrisa sincera y cálida, sin ninguna falsedad como lo hacían el resto de sus hermanos. Llegó el momento de pasar a la mesa, la plática giró principalmente en el tema de los negocios, mientras el resto de los ahí presentes sólo escuchábamos, hasta que repentinamente…

— ¿De verdad ambas se criaron en un orfanato?—preguntó Emma dirigiendo su mirada hacia Annie y hacia mí. Pude ver en el rostro de Janixe, la reprobación ante la pregunta hecha por Emma.

—Sí, así fue—respondí mientras partía un trozo del filete que me acaban de servir.

—¿Y cómo fue que las adoptaron familias tan importantes como los Brighton y los Andrey?—insistió Emma.

—Es una larga historia—dije en un intento de que cambiara el tema de conversación.

—Que con gusto escucharé—continuo diciendo Emma, estaba a punto de responderle algo realmente desagradable, cuando intervino el tío Bartholomew.

—Emma, basta, deja a nuestras invitadas en paz.

—Creo que a Alexander no le agradaría la manera en la que te has comportado—la reprendió a su vez Catherine.

Emma guardó silencio, pero inmediatamente intervino Bernice.

—Lo que sucede es que te ve como a la hija que nunca tuvo—dijo, pero era claro que las palabras iban dirigidas a Catherine, ya que por el rabillo del ojo pude ver como sus manos se tensaban sobre los cubiertos que en ese momento sostenía.

Más allá del recuerdo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora