1: Un completo idiota

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Stan hablaba, hablaba mucho. Pero el relato sobre sus planes de abrir un club que se dedicara al rescate animal quedaba opacado con el bullicio que acaparaba la mente de Kyle en este momento. Cartman podía verlo, caminaba a su lado, observaba como el estúpido judío asentía con una sonrisa vacía a las tonterías sensibles del hippie de Stan, mientras sus dedos se deslizaban con nerviosismo sobre los tirantes de su mochila y notaba sus uñas mordisqueadas. También pudo darse cuenta de que Kyle llevaba calcetines de distinto color: uno negro y otro azul. Era extraño que don perfecto estuviera desaliñado y tan distraído.

Más de una vez sentados en la cafetería de la escuela se percató como Kyle se equivocó cuando estaba "hablando" con Stan. El típico error que uno comete cuando en realidad no se está prestando atención. El clásico "" que enseguida se cambia por un rotundo "no" cuando te das cuenta que la respuesta no va acorde con la expresión de la otra persona y por lo tanto no es la respuesta que estaban buscando.

Pero el momento más evidente de que Kyle algo escondía fue tres días después, cuando estaban en los casilleros. Todos estaban distraídos quejándose de la insoportable maestra de cálculo. Cada quien abrió su respectivo casillero, preocupándose por tomar los libros de la próxima materia. Pero ese no era motivo suficiente para que Cartman quitara un ojo de encima de esa serpiente traidora. Casi siempre la tenía vigilada, y es por eso que fue el único que se percató de la cara de Kyle cuando abrió su casillero. Vio sus labios entreabrirse, con un aliento ahogado; quizás contuvo su voz de gritar o maldecir. Sus ojos esmeraldas estaban abiertos de par en par y expresaban cierto pánico, incertidumbre. Y su mochila casi resbalaba de sus hombros de la impresión.

Cartman quiso asomarse. Su casillero se posicionaba frente del suyo. Pero la puerta abierta no le permitía ver dentro o qué impactó a Kyle y ese maldito reaccionó rápido. Cerró el casillero antes de que el resto sospechara.

— ¿Kyle? ¿Y tus libros? —preguntó Stan, extrañado.

El semblante de Kyle era pálido, sus pecas casi desaparecían. Incluso el idiota de Stan por fin pudo notar que algo andaba mal.

—Ah, ehm... Es... —balbuceó el pelirrojo sin poder poner sus ideas en orden con voz queda —Es que lo olvidé. Dejé el libro en mi casa.

—Oh, vaya. Espero que la profesora no se moleste —comentó Stan terminando de cerrar su propio casillero y aceptando tal respuesta sin indagar más.

—Seguro la perra de la profesora lo pasará esta vez. Kyle es su perrito faldero —suspiró y soltó Cartman azotando su casillero y mirando directamente hacia Kyle.

Pero no obtuvo reacción. El pelirrojo seguía sumergido en sus pensamientos.

—Sí, es lo más seguro —le siguió Kenny —. De algo debe de servir ser el favorito de la profesora ¿No?

—Bueno, ya vayamos y dejen a Kyle en paz —Stan tomó la iniciativa de seguir —. Si llegamos tarde no tolerará a ninguno de nosotros.

—Adelántense, creo que el almuerzo me cayó mal. Tengo que ir al baño —Cartman se dio la media vuelta, yendo en dirección contraria a ellos.

— ¡Ew! ¡Cuidado! ¡Nadie entre al baño! Van a terminar evacuando a toda la escuela —se burló Kenny y gritó por los pasillos del instituto, mientras seguía a Stan y a Kyle al aula.

Cartman esperó que los pasillos estuviesen desiertos permaneciendo dentro de los baños de varones.

Kyle llevaba días, distante, con esa actitud sosa y nerviosa. En un principio creyó que planeaba algo. Pero ahora se daba cuenta de que algo ocultaba. Tenía que saber qué es lo que lo hacía temblar, que le molestaba y por qué en esta ocasión no era por él.

Nuestro sucio secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora