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Jungkook

Caliente…

Casi un pie de nieve en el suelo y algunas de las temperaturas más frías que hemos visto en esta época del año. ¿Y cómo estoy yo? Estoy caliente.

Yoongi está poniendo sus luces navideñas. Él se estira y se dobla, sus mallas abrazan su culo redondo con cada movimiento que hace. La Navidad está casi aquí, debería pensar en lo mucho que apesta que pase las fiestas solo todos los años. En cambio, no puedo dejar de mirar a mi vecino.

Finjo limpiar mi camino de entrada, esperando que no se dé cuenta de que ya lo hice esta mañana cuando empezó a poner sus decoraciones.

—¿Estás seguro de que no necesitas ayuda? —Le grito mientras toco el montón de nieve en la acera.

—Estoy bien. —Él se gira, e incluso desde aquí, puedo ver sus ojos azules claros brillantes y sus mejillas sonrosadas por el frío. —Solo tengo algunas tiras más. No voy tan grande como solía hacerlo la chica que vivía en esta calle

—¿La agente de viajes? —En cierto modo la recuerdo.

—Sí, ella y el chico del otro lado de la calle hicieron todo lo posible, pero ahora que se mudaron juntos, estoy tratando de tomar un poco de relevo. —Él se encoge de hombros y tira de una cadena de luces de colores en su acebo.

—Se ve muy bien, Yoongi. —Miró la maraña de luces y la explosión de Santa un poco regordete que me mira desde el porche.

—¡Gracias! —Él ondea su mano y vuelve al trabajo.

Se niega a mi oferta de ayuda. De nuevo. Maldita sea. Incluso me puse un suéter estúpido aquí, uno con renos y copos de nieve. No parezco amenazante. Soy un tipo grande. Corpulento, decía siempre mi mamá. Casi un oso, supongo. Así que trato de usar colores claros y arreglar mi cabello revuelto para que Yoongi pueda confiar en mí.

Pero no lo hace. Él todavía no me deja ayudarlo.

Suspiro y vuelvo a poner la nieve en mi camino cuando él no mira. De esa manera puedo pasar otra hora aquí fingiendo palear y vigilarlo.

Hmmm. ¿Quizás debería haberme afeitado la barba? No. A los chicos les gustan las barbas. Lo busqué en Google y todo. Está bien recortada y oscura como el pelo de mi cabeza. No soy un boogaloo aterrador del bosque ni nada. Bueno, quiero decir, soy del bosque, pero no de mala manera.

Paleo un poco más, mirando cómo se inclina una y otra vez. Se me seca la boca y mi polla lleva horas luchando contra el frío. No bajará. Él me hace esto cada vez que lo veo afuera.

Yoongi es un gran aficionado al hágalo usted mismo. Corta su propio césped en el verano, arranca sus propias malas hierbas, limpia su propio camino. Bueno, solía hacer todo eso, pero luego comencé a hacerlo por él cuando estaba fuera. Adelantandome cada vez que podía. Simplemente lo hizo hacer más. Como arreglar los crujientes escalones de la entrada y pintar su puerta. Incluso encuentra muebles viejos y los repara frente a su garaje.

Cada vez que le pregunto si quiere ayuda, se seca el sudor de la frente, me da las gracias con dulzura y declina.

Él es útil. Puede hacer todo tipo de cosas con nada más que sus manos y algunos materiales rústicos. Me sorprende todo el tiempo.

Soy el toro proverbial en una tienda de cristal. Una vez que salí de mi vida anterior, decidí que no usaría más mi tamaño para intimidar a la gente. No más hacer cumplir, no más trabajar para la corporacion. Quería ser una persona diferente. ¿Y cuando vi a Yoongi y hablé con él por primera vez? Bueno, pensé que él sería al que podría mostrarle mi lado más suave. Pero él todavía me mantiene a distancia. Todavía debo dar miedo.

Frunzo el ceño ante mi estúpido suéter. No funcionó.

—Me encanta tu suéter, por cierto. —Dice.

Miro hacia arriba. Él está apoyado en su buzón, su aliento exhalado en nubes blancas.

—Gracias. —Me apresuro a ir a mi propio buzón, haciendo coincidir su pose. Pero cuando me apoyo en el mío, cede. El poste se rompe por la mitad y caigo en el banco de nieve.

—¡Jungkook! —Él lloriquea y se apresura a cruzar la calle mientras me levanto y me limpio la nieve de las rodillas. —Dios mío, ¿estás bien?

Sus manos. Me está tocando, pasando sus palmas por mis brazos.

—¿Estás herido? —Él pregunta.

Debería contestar con palabras. No puedo. Todo lo que puedo hacer es quedarme aquí y mirarlo. Olerlo. Sentirlo. Es cálido, acogedor, y podría jurar que huele a chocolate caliente con malvaviscos extra.

—¿Jungkook? —Él me mira, esos hermosos ojos tan brillantes a la luz del día. —¿Te golpeaste la cabeza?

—No. —Puedo contestar solo eso. Luego trago saliva. Mi boca más seca que nunca.

Cuando deja caer sus manos, casi gimo de decepción. —Lo siento. —Él da un paso atrás. —Solo estaba revisando si había lesiones, eso es todo.

—No. —Necesito decir más que una palabra estúpida, pero no puedo. Nada es ardiente excepto mis pensamientos sobre él.

—Bien. —Él sonríe a pesar de mi jodida rareza que parece que no puedo controlar. —Siempre y cuando no estés herido. —Deja caer su mirada en mi buzón.

—Pero voy a necesitar arreglar eso. Podría llevar algún tiempo. —Toma el buzón y la estaca de madera astillada. —¿Puedo tomar prestado esto por un tiempo?

—Yo, eh, yo…

—¡Excelente! —Su sonrisa se ilumina aún más. —Tengo lo justo. Lo traeré de vuelta cuando lo haya reparado. —Y con eso, se da vuelta y cruza la calle corriendo, llevándose su brillante y chispeante perfección con él. Y, así de simple, sospecho que se adueñó de algo más que mi buzón, él también se ha llevado mi corazón.

santaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora