19

1.5K 175 2
                                    

Santa
(Jungkook)

¿Qué diablos está haciendo aquí? Abro de un tirón la puerta de Yoongi para encontrar al tonto de la oficina postal en su porche delantero.

Sus ojos se agrandan mientras me mira. —¿S-Santa?

Pedacito se apresura detrás de mí e intenta dar un paso para saludar a Kihyun. De ninguna manera. Cruzo mis brazos sobre mi pecho y lo miro. —Lárgate de aquí.

—Yoongi, ¿estás bien? —Él llama más allá de mí.

—Dije que está bien. Pero si no mueves tu trasero fuera de este porche, te voy a convertir en una pasta de menta.

Palidece y da un paso atrás.

—¡Oye! —Pedacito me golpea la espalda. —¡No hagas eso! Lo asustaras.

Yo sonrío. Por supuesto que lo asustaré. Si doy un paso hacia él, se mojaría los pantalones.

—Está bien, Kihyun. —Se inclina hacia adelante, su cabeza hace tictac en mi codo. —No tengas miedo.

—Solo voy a…. —Se pasa el pulgar por encima del hombro y corre hacia su coche.

Tengo que dárselo, es bastante rápido, aunque el viento tempestuoso que sopla en su espalda lo ayuda.

—La magia de Santa es trampa. —Murmura mi Pedacito.

Envuelvo mi brazo alrededor de él y lo aprieto con fuerza. —Estoy bastante seguro de que te dije que te quedaras dentro.

—Oh. —Sus mejillas se calientan y puedo sentir su cuerpo caliente bajo mi toque.

—Si tienes una perversión con Santa, podrías haber dicho eso. —Kihyun levanta las manos mientras se pone al volante. Él maneja calle abajo, y puedo garantizar que nunca volverá por aquí.

—¿Perversión con Santa? —Él pregunta.

—No importa. —Me doy la vuelta y lo tomo en mis brazos, luego lo llevo de regreso a su dormitorio. Él está en su camiseta de nuevo, así que lo despojo, luego engancho mis dedos en sus bragas y se las quito. Cuando veo la humedad entre sus piernas, me lamo los labios y desabrocho mi gran cinturón negro.

—Ábrete más, enséñame ese país de las maravillas entre tus piernas. —Abro mi abrigo y me lo quito mientras tomo cada parte de él.

Él gime mientras se abre de par en par, sus ojos en mí.

—Tus pezones están suplicando por mí. —Me agacho y me quito los pantalones, arrojándolos a un lado donde aterrizan en una pila ordenada. La magia de Santa para la victoria. —Tu coño también. Aún no es Navidad, pero abriré mi regalo ahora.

—Jungkook. —Agarra las sábanas y las aprieta con sus pequeñas manos. —Te necesito.

Me arrodillo entre sus muslos y me inclino sobre él. Cuando tomo su duro pezón en mi boca, jadea. Lo chupo, lamo y muerdo, disfrutando de su pecho mientras él gime debajo de mí. Pero no me detendré aquí a pesar de que mi polla está pidiendo que la deslice dentro de él.

Besando su estomago, le doy un beso con la boca abierta en su bonito coño. Sus dedos van a mi cabello plateado, sus manos tiran de los mechones mientras se arquea hacia mí. Me deleito con él, probando todos los sabores. Él es perfecto en mi lengua, y cuando introduzco dos dedos dentro de él, me aprieta con un placer exquisito.

—Oh, Dios mío, Jungkook. —Sus caderas trabajan contra mí, buscando alivio, así que me concentro en su clítoris, con mi lengua. Él se corre con un gemido bajo de mi nombre mientras lo bebo.

Pero no he terminado. Nunca terminaré con este chico.

Subiendo por su cuerpo, comparto su sabor con él. Nuestras lenguas giran y se burlan mientras alineo mi polla en su entrada. Envuelve sus piernas a mi alrededor, instándome a entrar. No se lo niego. Nunca lo haré.

Con un suave deslizamiento, entro en él. Y con un suave empujón, empujo más y más profundamente hasta que no puedo ir más lejos.

Clava sus uñas en mis hombros, pero no siento dolor. Todo lo que puedo sentir es la presión de su coño caliente, la delicia de su cuerpo suave debajo del mío duro y el amor que forma un vínculo inquebrantable entre nosotros.

—Pedacito, no puedo vivir sin ti. —Mordisqueo sus labios y lo adoro.

—Lo mismo. —Él sonríe entre lágrimas. —Te amo mucho.

Lo beso con fuerza, sellando nuestro vínculo mientras retrocedo y avanzo. Se tensa por un segundo, luego se suelta, su cuerpo se abre para mí mientras yo entro y salgo. Después de algunas caricias, clava sus talones en la parte posterior de mis muslos.

—Más. —Respira.

Amo esa palabra en sus labios. Agachándome, agarro su cadera, me muevo más rápido y más fuerte, golpes fuertes que sacuden la cama mientras lo hago mío. Sus gemidos se hacen más fuertes, y cuando empiezo a moler al final de cada embestida, él se arquea, dándome otra mirada a su hermoso pecho. Chupo un pezón y luego el otro mientras mantengo mi ritmo duro. Sus muslos comienzan a temblar, su cuerpo se aprieta alrededor de mi polla hasta que sé que no podré durar mucho más.

—¿Te gusta esto? —Froto su clítoris de nuevo, más fuerte esta vez.

Se corre con un grito, con la boca bien abierta. Lo beso y le robo su placer cuando el mío me golpea. Mi orgasmo se siente como una ráfaga de alguna droga ilícita, una que envía una sensación de euforia suprema flotando por mis venas. Empujón tras empujón, me libero dentro de él, cubriéndolo con cada gota de semen que tengo. Y aún así, desearía tener más para rociar su coño, para marcarlo como mío.

Cuando se queda sin huesos debajo de mí, me bajo de nuevo a sus labios, reclamándolo con suaves remolinos y lamidos.

Suspira y envuelve sus brazos alrededor de mi cuello, sus ojos en los míos. —Eso fue…

—Mágico. —Sonrío y lo besó de nuevo.

Él ríe. —¿Usaste magia?

—No necesito nada contigo, Pedacito. —Sonrío y beso la punta de su nariz. —Quédate aquí. —Me apresuro al baño y regresó con una toalla tibia. Ya casi termino de limpiarlo cuando mi teléfono Jingle se prende.

—Lo odio. —Él gime. —Ese elfo como se llama.

—Solo está tratando de hacer su trabajo. —Tomo el teléfono y lo tiro por el pasillo, luego cierro la puerta. Él se ríe mientras me agacho y agarro mis pantalones. Su rostro se cae. —¿Te vas?

—Nunca. —Caminó hacia él y me arrodillo junto a la cama. Él se sienta, con preocupación en sus ojos.

—¿Qué pasa?

—Nada está mal. —Solo mi corazón late a una milla por minuto y mi temperatura sube y mi lengua se vuelve gruesa.

—¿Bien? —Se lleva la sábana a la barbilla mientras me mira. —Entonces que…

Saco la caja del anillo de detrás de mi espalda y sostengo la banda de platino con el gran rubí en el centro y esmeraldas alrededor.

Se le humedecen los ojos mientras mira las gemas navideñas, las que usa cada pareja de Santa, y le pertenece ahora, si me acepta.

Con un aliento tembloroso, le hago la pregunta a mi corazón: —Pedacito, ¿te casarás conmigo?

santaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora