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Samantha Rivera tenia dolor de cabeza mientras corría hacia su clase de las 10 de la mañana. Era un golpe incontrolable en su cabeza, un latido que sonaba en sus oídos y hacía que todo a su alrededor se volviera borroso. Todo lo que quería era quedarse en casa y dormir, pero sabía que no podía permitirse perder otra clase.

Al subir al autobús y dirigirse al único asiento libre, Samantha sintió sus piernas cansadas pidiendo un descanso. Pero justo cuando llegaba al asiento y estaba a punto de sentarse, un imbécil de cabello oscuro decidió empujarla y reclamar el asiento para él.

"¡Oye!" Samantha gritó. Todo lo que quería era un descanso, ¿era demasiado pedir? La cabeza le latía con más fuerza cuando tropezó con el autobús tembloroso. "¡Ese es mi asiento!" Le gritó al ladrón.

El tipo volteó para mirarla con las cejas arqueadas. "¿En serio? No veo tu nombre en él."

Samantha quería golpear algo. "Esa frase es de primaria", gruñó.

"Sí, como sea", dijo con indiferencia. Se movió en su asiento, poniéndose cómodo y dejando en claro que no tenía intención de levantarse.

El espíritu de lucha de Samantha se desvaneció cuando el dolor de cabeza se intensificó. Suspiró con cansancio, "Escucha, yo estaba aquí primera. Mi mano ya estaba básicamente en el asiento y estaba a punto de sentarme cuando me empujaste. ¿Podrías dármelo? Tengo un horrible dolor de cabeza y mis piernas se sienten como gelatina y siento que estoy a punto de desmayarme"

Mientras Samantha hablaba, el chico la miró burlonamente con ojos aburridos. Sacó un par de auriculares, asintiendo como si estuviera escuchando cuando claramente no lo estaba. Sosteniendo su mirada, él pelinegro la interrumpió.

"Oye, ¿escuchas eso?" Se puso los auriculares, hizo un suave chasquido con la boca y dijo: "Ese es el sonido de mí sin importarme". Con una sonrisa arrogante, volvió la mirada hacia la ventana, poniendo fin por completo a toda comunicación con Samantha.

La mandíbula de Samantha cayó. Se quedó boquiabierta, deseando poder arrancarle los auriculares y tirarlos debajo de un autobús, preferiblemente a él junto con ellos. Un millón de complots de asesinato pasaron por su cabeza, pero todo lo que pudo hacer fue agarrarse a la barandilla y rezar para que sus rodillas no se rindieran.

Cuando el autobús se detuvo, Samantha se alejó pisando fuerte, con los puños cerrados y todavía echando humo.

Autobús || Riverduccion Donde viven las historias. Descúbrelo ahora