Capitulo 4

385 25 0
                                    

—Kagome… —musitó Inuyasha acalorado—. Oh, Kagome… ¿Por qué me haces esto? —demandó saber en un suspiro mientras recorría su espalda abiertamente, intentando con todas sus fuerzas no tomar sus glúteos y levantarla de lleno para que abriera las piernas y sus sexos pudieran encontrarse.

La aludida se separó de él y tomó aire, lo miró nuevamente a los ojos y admitió: —Porque quiero hacerlo contigo y tú me ignoras…

Él la besó otra vez y articuló como pudo. —No quería hacerte esto…

—Hacerme qué… —preguntó la chica mientras Inuyasha besaba su cuello y su clavícula—. Hazlo por favor, hazme lo que quieras…

Oh, no necesitaba decirlo. Lo había deseado tanto y finalmente tenía su permiso. Es que ella era una inconsciente, lo había provocado hasta el cansancio sin decirle que estaba dispuesta a que él la tomara de esa forma. Lo único que él quería era protegerla de él mismo, una cosa era que ella lo amara y otra muy diferente era que quisiera ser su mujer. El amor de un demonio no era como el amor de los humanos…

—Luego no te arrepientas… —advirtió, y la chica rio.

¿Arrepentirse? No después de haberlo buscado hasta el punto de desnudarse ante él en la ladera del río. —No lo creo, Inuyasha…

Amaba como sonaba su nombre en los labios de Kagome, sobretodo si tenía ese tinte de excitación y ansia. Quería escucharlo otra vez y que ella lo dijera hasta el agotamiento. Ya que ella estaba dispuesta, todas sus barreras desaparecieron y se permitió cogerla al fin del trasero y levantarla. Ella, instintivamente, arrimó las piernas a su cintura, permitiendo que su sexo rozara por encima de la ropa su abultado miembro y que sus senos saltaran al compás de sus movimientos. Desde ese punto podía tocarlos y disfrutarlos sin reparos, pero no se lo permitió. Ella clamaría por sus manos en los pezones, mientras él la penetrara con fuerza.

Estaba totalmente erecto y su pene pulsaba y se retorcía en busca de la entrepierna caliente y jugosa de la chica. Su nariz estaba aturdida con el olor de la excitación de Kagome y su boca comenzaba a salivar. La necesitaba, la quería ya, lista y dispuesta, completamente perdida en la pasión y el desenfreno.

Amasó con fuerza los glúteos de la chica y los separó para tocarla entremedio de sus muslos. Primero caliente, después humero, palpitante y ansioso. Ella ya había cruzado el umbral de la razón, como estaba, sabía que no opondría resistencia. Caminó con ella a cuestas hasta un árbol y la apoyó ahí. Ella se echó hacia atrás y se recostó completamente en la madera fría, aún con las piernas enrolladas en su cintura. Kagome sintió como él dejó de rozarla en su sexo y la abrazaba fuertemente. Pasó un segundo y luego otro, y él aún la miraba de esa forma.

—¿Y ahora, Inuyasha…?

Tócame Inuyasha Donde viven las historias. Descúbrelo ahora