4

4.5K 458 17
                                    

Freen tenía un nudo en el estómago. Su madre montaría una bronca espectacular cuando volvieran a casa. Aunque ya no era su casa. Era de Rebecca Armstrong. Y si podía salvar algo de aquel desastre, ¿por qué no iba a aprovechar la oportunidad?

¿Qué importaba que estuviese dispuesta a humillarlas? Becky había sido humillada desde los siete años, tratada como si no fuera de la familia. Al menos descubriría qué tenía en mente y satisfaría su interés de hablar con ella.

—¿Quieren que esté presente durante la discusión? —preguntó el notario.

—No, gracias —contestó Becky — Si necesito formalizar algún acuerdo con Freen, se lo haré saber —añadió, antes de volverse hacia ella con una sonrisa— Había pensado que podríamos comer en el SkyRoom, en la última planta de este edificio, y charlar un rato de manera informal. ¿Te parece bien?

—Sí —contestó Freen. Le parecía un acuerdo muy civilizado.

No quería que aquella mujer fuese una enemiga y, con un poco de suerte, podría conseguir información sobre ella. Quizá incluso hacerla cambiar de opinión sobre el desahucio o pedirle más tiempo.

Desde luego, mostrándose antipática no iba a conseguir nada.

—Estupendo. Gracias por todo, Víctor.

Mientras iban hacia el ascensor, una al lado de la otra, Freen se preguntó qué querría Becky. No podían interesarle los caballos. Ni ella. Sin embargo... todo su cuerpo temblaba de anticipación.

Subieron juntas al ascensor y Becky pulsó el botón de la última planta.

—¿No obedeces siempre a tu madre? —le preguntó, con una sonrisa burlona.

—Ya no soy una niña —contestó la morena, levantando la cabeza en un gesto orgulloso.

—No, es verdad —asintió Becky, con un extraño brillo en sus ojos dorados.

Freen se quedó sin aliento. ¿Aquella invitación sería algo más? ¿Querría, también Becky, explorar la atracción que sentían la una por la otra? El día anterior había dicho que era «guapa», pero no podía hablar en serio.

Seguía oyendo la advertencia de su madre: «No puedes confiar en ella».

Sin embargo, estaba fantástica con esos pantalones ajustados de color azul oscuro y aquella camisa blanca de seda, y sus hormonas se alteraron ante la posibilidad de una relación sexual con aquella mujer.

Por muy malo o absurdo que fuera considerar algo así con Rebecca Armstrong, por mucho que el sentido común le dijera que tuviese cuidado, no podía evitarlo.

—Dijiste que solías comer con mi padre. ¿Mantuvisteis una relación durante estos últimos años?

—No como padre e hija —contestó ella, con un tono irónico— Marco me veía como una competidora y le gustaba saber lo que estaba haciendo.

—Y también tú debías de saber lo que estaba haciendo él para saber que tenía problemas económicos —comentó Freen.

—Sí —se limitó a decir Becky.

—Supongo que mi padre te estaba agradecido.

—No, en absoluto. Pero la alternativa era mucho peor.

—¿Y por qué lo hiciste?

—Me gustaba la idea de conseguir por la fuerza lo que me había sido negado —respondió ella.

Para Freen, era triste que Becky nunca hubiera podido tener la relación que había buscado con su padre. Los años que pasó en Estados Unidos, los años esperando una vez de vuelta en Australia, los continuos rechazos...

WeekendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora