𝐼𝑉

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El alumbrado de las calles pasaba una tras otra con rapidez, acariciando los vidrios de aquel automóvil en movimiento. Y al traspasar los mismos, molestaban las pupilas del pelirrojo en el asiento del copiloto.

El aire acondicionado estaba encendido mientas los vidrios se empañaron tenuemente. Koyo mantenía la mirada al frente y sus suaves manos firmemente en el volante.
Entonces, algunos metros adelante una luz roja en alto llamó su atención, lo que hizo que disminuyera la velocidad hasta detenerse.

–¿Chu, en que tanto piensas?– interrogó con suavidad, algo poco más fuerte que un susurro.

–Mhh. – Chuuya únicamente gruñó.
Los orbes color índigo seguían fijos en la ventana, o en lo que sea que estuviera pasando del otro lado.

–Te hice una pregunta, Chuuya.–

Él exhaló y ladeo su cabeza hacia ella.
Ella despegó su mirada del semaforo y la dejó sobre él. Solo entonces notó que cada musculos suyo estaba tenso, lo cual la confundió.

–¿Y ahora que pasa?– su melodiosa voz acarició los oídos del contrario.

–Lo detesto.– comentó haciendo un único movimiento con la cabeza y así los océanos en sus ojos conectaran con los rubies en el rostro de su hermana.

–¿El qué?– cuestionó mientras levantaba una ceja.

Chuuya gruñó de nuevo y se cruzó de brazos y piernas mirando al frente con el seño fruncido.

Ella lo miró con duda iluminando su rostro, pero antes de que la siguiente sílaba abandonara sus labios, la luz verde volvió y la obligó a regresar su atención al camino.

Tras la aparente negativa de Chuuya a responder, Koyo suspiró y se digno a esperar hasta que estuvieran en casa para preguntarle de nuevo y, esta vez, obtener una respuesta a como diera lugar.

• • •

Las llaves dieron vuelta, haciendo que los engranes de la cerradura hiciera un sonido mecánico perfecto.

Por fin en casa.

Los hermanos entraron juntos y Koyo cerró la puerta detrás de ellos con llave nuevamente, solo para después dirigirse al sofá y casi desplomarse ahí mismo.

Chuuya por su parte se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso de leche fría. Culpa de Dazai.
Al terminarlo se sirvió otro y aparentemente no pensaba parar, puesto que tenía el cartón entero junto a su vaso.

La pelirroja se soltó su larga cabellera. Era brillante y lucía suave al tacto...
De no llevar la bata blanca que la caracterizaba como doctora, sería fácil pensar que era una modelo o una actriz.

La hermana de Chuuya era una mujer realmente atractiva. Sin embargo, su carácter fuerte y terco podría amenizar esos rasgos. Y hablando de terquedad...

–¿Qué es lo que detestas?–

Chuuya se atragantó.
Lo olvidó.
Pero después de varios y largos segundos, recuperó el aliento y dejó de toser.

–Tsk... A ese tipo.– y se dispuso a guardar la leche y poner el vaso en el fregadero.

–Ah, hablas de Osamu.– la voz de Koyo se aligero, pues había creído qué se trataba de algo malo.

–¡Respondes como si no fuera algo detestable!– se quejó, apareciendo a su lado casi al instante.

–Pues no lo es, Chuuya.– Rodó los ojos y se sentó correctamente– Si, es algo excéntrico, pero es un adolescente más, igual que tú.– señaló a su hermano y se encogió de hombros.

𝐺𝑜𝑜𝑑𝑏𝑦𝑒, 𝑀𝑦 𝐷𝑎𝑛𝑖𝑠ℎ 𝑆𝑤𝑒𝑒𝑡ℎ𝑒𝑎𝑟𝑡 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora