Por amor

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Lo que seguía era informarles a mis compañeros del grupo sobre mi nueva e inesperada contratación. ¿Quién diría que a una aspirante a cantante con apenas la primaria terminada la aceptarían en una obra de teatro? Demoré un par de días en caer en la cuenta de la importancia que tenía lo que firmé.

El lunes por la tarde cité en mi casa a Fermín, Salvador y Joaquín. Desde el comienzo les extrañó la invitación porque por lo general acostumbrábamos vernos en otras casas, menos en la mía. Desde el momento en el que entraron me di cuenta de que sospechaban lo que estaba a punto de decirles.

—Nos deja, ¿verdad? —comentó Salvador apenas y nos sentamos en la sala.

Respiré lento y profundo para que no me soltara a llorar ahí mismo.

—Fui contratada para una obra de teatro. Es un musical.

De pronto vi tres rostros deformarse por la melancolía. Ninguno trató de ocultarla.

—Pero le avisé al director que el grupo va conmigo —proseguí—, si así lo quieren. La gira será de algunos meses...

Me encontraba entusiasmada con los detalles, cuando, sin esperarlo, Salvador intervino:

—Le agradezco, señora, pero a mi edad no aguantaría separarme de mi familia.

—Pienso igual —añadió Fermín—. Si no duermo en mi cama, siento que no descanso. —Se sonrojó—. Aunque sí me halaga que pensara en nosotros.

Joaquín fue quien se demoró más en dar una respuesta. Supongo que analizó sus alternativas.

—Quisiera acompañarla —dijo al fin—, sería toda una experiencia, pero a mi papá no le gustará nadita la idea.

Me embargó la pena de saberlos incompletos. El grupo era su sustento y yo se los estaba quitando.

—Entonces, ¿qué harán? —les pregunté con una voz que salió débil.

—Siempre hay trabajo para nosotros, por eso no se apure —respondió Fermín—. Mejor disfrute su momento.

Hubo un silencioso instante.

Rememoré el primer día en el que tocamos, como nos costó esfuerzo coordinarnos y llegar a acuerdos. Siempre atesoraré esos bellos tiempos.

Cada uno se levantó.

—Grupo Errantes vivirá en nuestros corazones —dijo Joaquín, conmovido.

Los cuatro nos estrechamos las manos y formamos un círculo.

Las despedidas eran un suplicio y más cuando sabía que representaba el final de una etapa de grandes aprendizajes.

—Los voy a extrañar. —Lagrimeé, fue inevitable.

Nosotros también —escuché al unísono.

Así, concluimos con una agrupación que se volvió una hermandad. Solo cumpliría con los contratos próximos, en lo que ensayaba la obra, y luego, no volveríamos a tocar juntos jamás.

Una insistente sensación de pérdida me atacó durante varias semanas después de eso.

Catalina fue estricta en los repasos de mis escenas. Eran casi todas cantadas, pero se empeñó en enseñarme su técnica corporal y me ayudó a buscar mi "mejor ángulo". También estuvo conmigo en las pruebas de vestuario. Me tocó cargar prendas pesadas y esponjadas que dificultaban la movilidad. Otro detalle que pulimos poco a poco.

Durante esos días me pregunté si Esteban sabía de la asesoría personal que su hija me daba y si se encontraba de acuerdo con ello.

No se lo pregunté a Catalina para que no pensara que todavía tenía un interés en su padre.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora