Cuando el destino

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Una de las cosas más frustrantes que he tenido que hacer en mi vida, fue limpiarle las lágrimas a mi hija Constanza el día de su boda.

La llevé a una de las habitaciones de la casa con la excusa de retocarle el maquillaje. Ahí nos sentamos sobre la cama tendida con sábanas azules. Prendí la lámpara de noche con el fin de crear un ambiente relajante.

—Esto no te tiene que amargar nada. —Pasé suave por su mejilla el pañuelo de tela que Alfonso me dio antes de que la condujera dentro—. Fue un accidente —le mentí por necesidad.

Una vez que pasara su fiesta, le confesaría la verdad. Su hermana tendría primero que explicarme a detalle el porqué de sus acciones.

Coni seguía sollozando.

Me rompía el corazón verla así de afectada.

—Pero ¿qué les daremos de postre a los invitados?

Hice una mueca de despreocupación real porque, si de mí dependía, sabría cómo hacer un cambio rápido.

—Hay frutas, muchas frutas en la cocina de tus suegros. Prepararé algo rico, ya verás. —Sujeté su barbilla—. Así que levanta esa cara. Que no te vean débil. —De pronto, noté que en la ventana cada vez se divisaba menos el campo que se encontraba a un lado—. Está entrando la noche, ¿sabes lo que eso significa?

Las dos lo sabíamos, pero quise iniciar la conversación que no pudimos tener antes de la boda.

Constanza se ruborizó.

Fui feliz al verla dejando la tristeza a un lado. La inquietud de la noche de bodas eclipsó cualquier otro sentimiento.

—Sí... sí —me respondió sin mirarme.

Quién diría que mi pequeña niña que pasaba su tiempo leyendo y empeñándose en las tareas de la escuela se iba para dejar en su lugar a una mujer madura y casada.

—¿Tienes miedo?

—No. Lo hemos hablado... poquito. —Sonrió nerviosa y luego me observó, vacilante—. Alfonso no quiere que la lavada sea como lo hacen en el pueblo. Dice que es... invasivo —al final su voz perdió potencia.

¡Eso sí que no me lo esperaba ni de broma! ¿Cómo el muchachito iba a pedir tal cosa?

—¿Segura que él dijo eso? —necesitaba confirmar.

—Sí, también se lo dijo a sus padres. Planeé decírtelo varias veces, pero me preocupaba que te negaras o me regañaras.

Me lastimó saber que mi hija me tenía tal desconfianza como para dejar para último minuto una información así de importante. Al menos para mí sí lo era. Cada tradición tenía uno o varios motivos. La celebración posterior a la ceremonia de enlace era para anunciar la consumación de este. En el pueblo, las jovencitas que pretendían saltárselo eran consideradas indignas para la familia del novio.

Lo dudé, pero no me quedó otra alternativa que intentar comprenderlos.

—¿Tus suegros lo aprobaron? —Una nueva interrogante nació en mí y salió con poco tacto—: ¿O es que ya no eres virgen?

Coni abrió los ojos de golpe, observándome incrédula.

—¡Mamá!

Levanté los brazos.

—¿Qué? Hay algunas que se comen la torta antes de tiempo. Si fue con el mismo, está bien, pero sé sincera.

Imposible olvidar el caso de Erlinda... o el mío. Mis hijos no conocían la historia de ninguna de las dos y ni porque me lo exigieran se las contaría.

Cuestión de Perspectiva, Ella © (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora