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No podía creer que estuviera de regreso en aquel pueblo maldito, donde lo perdí todo, donde traicioné a mi abuelo. Sin embargo, no tenía opción. Era su última voluntad que asistiera a su funeral. Así que allí me encontraba, en el asiento del copiloto de un Lamborghini negro, junto a mi mejor amigo Eos, el único que me quedaba y me comprendía.

Olbembrust se mostraba ante mis ojos igual que hace ocho años, cuando lo abandoné junto a mis padres. Un lugar apacible, pintoresco, lleno de recuerdos. Recuerdos que desgarraban mi alma. Recuerdos de un verano feliz, de risas, de juegos, de abrazos. Un abuelo que me adoraba, instruía y protegía. Un abuelo que me aborreció cuando me fui.

—Jules, hemos llegado —susurró Eos con voz dulce, mirándome con compasión.

Me sequé las lágrimas y me coloqué unos lentes negros para ocultarlas. Asentí con la cabeza y salí del coche. Eos me envolvió con un brazo y me estrechó contra él. Sentí su calor, su consuelo, su fuerza. Él sufría al verme así, nunca me había visto tan vulnerable, excepto una vez. Aparte aquel recuerdo amargo que había tratado de borrar por años.

Nos encaminamos al cementerio, donde nos aguardaba un grupo de personas. Eran los falsos amigos del abuelo, que habían venido a darle el último adiós, aunque estoy segura de que muchos de ellos se alegraban de su muerte.

Al vernos, se hizo un silencio. Sentí como si me atravesaran con sus miradas, que nos observaban con curiosidad, con recelo, con rencor. Me reconocieron al instante. Era la nieta del abuelo, la hija de la rebelde y hermosa Jeana De'Ath, que se marchó del pueblo al morir nuestra abuela, dejando a mi abuelo solo con su dolor, rompiendo su corazón.

Ignoré las miradas y los murmullos, y me acerqué a la tumba del abuelo. Era una lápida de un azul intenso y vibrante, con su nombre grabado en letras doradas: Jordan De'Ath. Debajo, una frase que me heló la sangre. "El cazador más grande de todos los tiempos". Era su apodo, su orgullo, su legado. Líder de una organización secreta que se dedicaba a cazar y eliminar a los enemigos de los De'Ath, a la que yo pertenecía, a la que él me había entrenado, a la que me había expulsado al dejar el pueblo.

Al ver la tumba, comprendí que era real, que él ya no estaba, que había muerto a manos de uno de sus objetivos. Un sollozo me ahogó la garganta. Recordé todos los momentos que había compartido con él, los buenos y los malos. Recordé su voz, su risa, su mirada. Recordé sus consejos, sus regaños, sus amenazas. Recordé sus llamadas, sus cartas, sus súplicas. Recordé su amor y su odio.

Lágrimas corrían por mis mejillas mientras mi mente se llenaba de imágenes de lo que había ocurrido.

—Jules, es hora —dijo Eos detrás de mí.

Me tendió un ramo de flores rojas, que tomé y coloqué en la tumba.

—Te amo, abuelo —susurré con voz entrecortada.

Me levanté y le dediqué una última mirada a la lápida. Lo dije con sinceridad. A pesar de todo, lo amaba, lo extrañaba, y lo vengaría. Tenía que hacerlo. Era mi deber, mi destino y mi deseo. Tenía que jugar el juego del abuelo, cazar al cazador, destruir al que lo había matado.

Los De'Ath son peligrosos, pero Jules De'Ath es letal.

Oh, querido, en lo que te has metido.


Dark SecretsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora