La puerta de entrada de la casa estaba semiabierta y el marco estaba roto, alguien había forzado la entrada. El corazón de Servei se aceleró instantáneamente y llevó la mano al cinturón en un acto instintivo buscando su espada pero no estaba ahí.
Había discutido con su mujer y se había ido a despejar la mente y ni se había molestado por llevar consigo su espada.
En el interior no había ningún ruido. Empujó la puerta que se abrió sin dificultad. En la oscuridad de la noche no se veía nada en el interior y sus ojos verdes tardaron unos segundos en adaptarse. Pudo ver el mueble de la entrada tirado en mitad del pasillo obstruyendo levemente el paso.
—Libali —su voz se quebró intentando llamar a su mujer.
Ni el más breve sonido provenía del interior mientras avanzaba hacia la cocina. Notó agua bajo sus pies cuando estaba entrando en la cocina.
El grito de dos chavales que pasaban corriendo por la calle le sobresaltó, tropezó con el mueble y resbaló con el agua del suelo cayendo de culo.
Fue entonces cuando se dio cuenta del olor a sangre y que no estaba solo por el suelo. En las paredes había marcas de pelea, manos de sangre desesperadas por huir de un agresor estaban presentes por toda la cocina. Y allí, con los ojos abiertos y la mirada vacía, se encontraba muerta su mujer, Libali, empotrada en un armario de cocina. Estaba claro que había sido violentamente lanzada contra el armario.
Servei gritó de rabia, impotente y se arrastró hasta su mujer.
—¡Amor! —gritó desesperado —¿quién te ha hecho esto?
En su cuerpo tenía varias cuchilladas, y en su cuello sobresalía el mango aún clavado de un cuchillo.
Otro ruido del exterior le hizo levantar la cabeza que había hundido en el pecho de su mujer donde lloraba desconsolado.
Abrió los ojos como platos.
—Namai —apenas pudo susurrar.
Se levantó tan rápido como pudo y corrió al piso superior a buscar a su hija de apenas año y medio. Por el camino volvió a tropezar con el mueble cayendo sobre él y haciéndole astillas, pero eso no le importo, solo podía pensar en su hija.
Pero el shock al entrar al cuarto de su hija y ver cómo se habían ensañado con un bebe de la misma manera que lo habían hecho con su mujer, le hizo caerse de espaldas golpeándose fuertemente la cabeza y caer rodando por las escaleras perdiendo la consciencia.
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Aunque hubo quienes le quisieron culpar de los asesinatos, finalmente le exculparon.
Nadie le podría culpar por perder la cabeza, algo así no se borra de la mente en toda una vida. Pero perder todo cuando tan solo tenía veintidós años fue un palo difícil de asimilar. Ni siquiera pudo volver a pisar su casa.
Los siguientes años ahogó sus penas en alcohol y cuando no estaba borracho usaba sus dotes de guerrero para proteger alguna caravana de mercaderes venidos a menos para conseguir dinero y así poder seguir bebiendo.
Juró que encontraría a quien le había arrebatado todo y le torturaría hasta la muerte. Pero los años pasaban sumidos en esa rutina monótona de alcohol y autodestrucción. Cada vez veía más difícil poder encontrar al culpable y las ansias de venganza fueron a menos.
Por qué habían ido a por su mujer y su hija, era una duda que le carcomía por dentro. Pero sin duda lo que peor llevaba era sentirse culpable por no haber estado ahí. Por lo que lo último que le había dicho a su mujer fueron palabras toscas.
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Doce años después, en una acampada en mitad de una ruta en la que trabajaba como mercenario oyó a un viejo chalado hablar de un reloj especial. Un artilugio que era capaz de manipular el tiempo.
—Si, os lo juro, he visto como un hombre usaba esa cosa delante mio —el viejo que parecía estar chalado movía las manos airosamente intentando explicar lo que decía haber visto.
—¡Viejo chiflado! —le espetó otro de los mercenarios—. Creo que ya has bebido demasiado.
Todos los demás que se sentaban en la hoguera rieron a carcajadas. Y el hombre se indignó.
—Lo digo enserio, panda de mentecatos —su enfado hizo reir a todos más incluso de lo que ya lo hacían. Alguno se dejó llevar dejándose caer al suelo con los brazos en la tripa.
Y pese a que Servei también se sonreía por la situación. Su mente le jugó una mala pasada volviendo a recuerdos del pasado.
"Y si... fuera posible..." —. Quiso descartar el pensamiento de su cabeza. Pero esa noche no pudo dormir, y no fue el alcohol ni la juerga lo que le mantuvo despierto sino las palabras de un viejo loco hablando de algo que le movió una gran espina de su corazón.
"Y si pudiera volver y evitarlo" "Y si volviera para protegerlos" "Y si es cierto que existe" —. Para Servei, la mínima posibilidad de volver al pasado, era más de lo que podía soñar.
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Los siguientes años, no pudo evitar buscar información, hablar con una u otra persona acerca de la posibilidad de viajar en el tiempo. A veces usaba la sátira de cómo había escuchado a un loco parlotear de viajar en el tiempo. Otras veces hablaba de cuentos o libros en los que mencionaban cosas al respecto.
Tanto hablar con unos u otros, aprendió que existían cosas que eran difíciles de entender científicamente, algo bastante tabú en ciertos ambientes y muy común en otros, comúnmente lo llamaban magia.
Sin darse cuenta, cada vez se distanciaba más del lugar que un día consideró su hogar, y hacía viajes por todo el mundo buscando información. Había encontrado una nueva meta. Y no pararía hasta encontrar la manera de volver al pasado, si es que esta existía. Según varias fuentes, lo que buscaba era un aparato conocido como "El reloj del tiempo". Aunque nadie era capaz de explicar cómo o por que funcionaba, eran demasiadas coincidencias encontrar en distintas partes del mundo información al respecto, lo que le alentaba a seguir buscando.
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Durante sus muchos viajes, vio con sus propios ojos, como un anciano levantaba por los aires un enorme tronco que atascaba el camino tan solo susurrando unas palabras. Como una mujer sanó un flechazo del brazo de un niño que parecía que no volvería a usar el brazo. Como un encapuchado hizo saltar por los aires un carromato con una gran bola de fuego. Y muchas cosas más, que le inspiraban confianza y desconfianza a partes iguales. Confianza en que el reloj del tiempo podía existir. Y desconfianza en la facilidad que una persona con el don de la magia podría eliminar a otra sin que esta pueda siquiera defenderse. Y siendo Servei, un soldado que confiaba en la habilidad con su espada, la precisión con el arco y en la fuerza de sus músculos, no le agradaba pensar que podría ser derrotado por cualquier enclenque loco, como él muchas veces los llamaba.
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En su último destino, la ciudad de Sulrian, al borde del gran desierto encontró una fuente en la biblioteca que señalaba al templo de Baldor, la ciudad fronteriza del reino de Duriam más al oeste de su territorio, más allá de la cual no existía civilización conocida.
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El Reloj del Tiempo
FantasíaEl protagonista, Servei, vive una terrible desgracia se embarca en la búsqueda de un objeto mágico del que poco se sabe pero que según cuentan permite volver atrás en el tiempo, y para Servei la simple idea de poder volver al pasado y evitar la trag...